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Los sobrevivientes de Armero se sobrepusieron a la tragedia

Olga, sobreviviente a la tragedia de Armero / Foto RCN La Radio - Carlos Brand



Olga Rangel fue en la tarde del 13 de noviembre de 1985 a una misa en honor al holocausto del Palacio de Justicia ocurrido una semana antes. Ahí ya se decía que al país no le cabía una tragedia más.

"Pero en la misa yo me recosté contra la pared y decía, Dios mío huele a feo, por ahí algún marrano se está bañando en un barro podrido porque huele a puro lodo manido", recuerda.

Volvió a su casa, cerca al estadio de Armero y mientras hacía la comida notó que las hojas de los árboles apuntaban hacia el suelo, pesadas por la ceniza que había caído. El olor persistía y allí se sumó otro indicio, invisible aún, de que venía la desgracia.

Mientras observa el parque del barrio Suizo, en Armero Guayabal, con unas arepas en la mano, agrega que "el programa de Radio Armero lo alargaron un poquito porque estaban dando hasta buena música y nos decían por la emisora que si íbamos a salir que usáramos una sombrilla por la ceniza, pero que si fuera posible nos acostáramos a dormir, que no saliéramos. Se fue la luz y yo oí algo que sonó, como cuando están descargando una volquetada de tierra".

En ese momento ya era tarde para 20 mil personas en su natal Armero. Una volqueta de tierra es una proporción diminuta y puntualizó que "ya no había escapatoria, sin luz y sin saber qué íbamos a hacer ahí".

Salió de su casa con sus hijos, por fortuna no había dormido y pudo salir a tiempo: "No escuchaba uno sino gritos de auxilio y empezaron a ver cómo sacaban gente de todos esos ranchos, fue mucha, mucha la gente que se llevó eso, casas arrancadas del piso, mi casa quedaba al lado del estadio y resultó en la calle 18 al lado de un palo de tamarindo".

El 13 de noviembre del 85 el esposo de Olga, don Guillermo, estaba jugando un chico de tejo y como ella dijo "se le pegó la balsa", tomándose unos tragos, según fue conociendo en los meses siguientes. Por ello 'Memo', no llegó nunca a su casa, en la que ella y sus tres hijos ya no estaban.

Liliana Arango es la hija de 'Memo'. Hoy tiene 47 años, pero el 13 de noviembre del 85 acababa de cumplir sus 17.

"La última vez que vi a mi papá fue el día de mis cumpleaños", dijo Liliana y miró a su mamá, como recordando una historia que hace mucho no se decía.

El día que desapareció Armero por un lodazal ya es remoto para muchos colombianos, pero madre e hija comparten un recuerdo fotográfico de sus calles y su gente: "Hay veces que estoy por ahí quieta, cierro los ojos y veo las calles, por donde bajaba, por donde subía, todo lo recuerda uno intacto", dijo Liliana.

Como muchos otros, ella va el 13 de cada mes al lugar donde era su casa en 1985 y además pasa por el viejo Armero en el bus.

"Yo voy los 13 y cuando voy para Ibagué y eso me persigno, le rezo a las almas que están ahí y paso, pero que sea feliz yendo allá no", puntualiza.

La familia, ya sin padre, no pudo huir de la catástrofe. Se fue a Bogotá, pero se fue con ella el recuerdo de lo que dejó y ese mismo recuerdo la trajo de regreso a Armero Guayabal apenas cinco meses después de lo ocurrido

Olga hablaba como para sí misma: "Mi cuñado me decía, No se vaya por allá", y ella misma respondía a su recuerdo: "Guillermo, mi marido quedó en Armero, yo sé que eso sigue allá el peligro pero si nos vamos, nos vamos todos, me conformo con saber que allá hay mucho amigo que él tenía".

Olga, ya entrada en años, recuerda indeleble las calles de su viejo Armero, incluyendo dos palos de mango que referenciaron el recuerdo de su casa, pero llegó a una casa fea, de barro como el que cubrió la suya.

"Yo me iba para Armero y me sentaba donde era mi casa, porque eso quedó barrido, la única seña que había era tres troncos de mango que quedaron, me sentaba y lloraba, peleaba con él, le decía, ¿Guillermo por qué me dejó sola con mis hijos?, ¿por qué me dejó sola?, ¿por qué no nos fuimos todos?, duré tres meses allá, lloraba, fumaba, tomaba tinto", relató llorando.

"Me cogió mi cuñada y me dijo, Guillermo se fue, qué espera, usted tiene tres hijos y tiene que sacarlos adelante, tiene que reaccionar... claro, yo dije puedo, razón tiene".

Olga logró decantar el barro que acabó con su hogar, lo hizo con 30 años de recuerdos, de filtrar el dolor, la impotencia, el pavor de aquellos momentos.

"Son cosas de Dios que uno no puede hacer nada, le damos gracias a Dios porque quedamos algunos poquitos, tampoco quedamos muchos, queda uno a la deriva porque quedé sola con tres hijos", recordó.

Olga piensa ya sin dolor en lo que ocurrió con su esposo y 26 personas más de su familia.

Fueron tres décadas de trabajo para recomponer la vida en una casa de barro que se fue convirtiendo en su hogar.

El barro que sepultó su pasado es el mismo que le sirvió para labrar el presente que hoy nos muestra con sus hijos mayores que aún la acompañan.

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