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Cano: ejemplo de familia, pasíon por los toros e hincha fiel de Santa FE

Imágen cortesía: El Espectador.



Guillermo Cano Isaza no quiso ser periodista en sus inicios, el fútbol y las verónicas del mundo taurino atrajeron siempre su atención, llegó al oficio cuando tenía 17 años bajo la guía de su tío Fidel, fundador de El Espectador, y su padre Gabriel Cano. Allí nunca ocultó su pasión por Santa Fe y el Barcelona.

Nació en Bogotá el 12 de agosto de 1925 y 27 años después asumió como director del medio fundado por su familia luego del ataque en el que incendiaron los diarios de la época. Los años anteriores se dio a conocer con sus cubrimientos de los Olímpicos de Munich 72 y el Mundial de España 82; donde las historias de los deportistas fueron más importantes que las medallas y títulos obtenidos.

Varias décadas después son muchas las generaciones del periodismo las que han heredado su legado de imparcialidad y búsqueda plena de la verdad. Fidel Cano Correa, sobrino de don Guillermo, lo recuerda como alguien de pocas palabras, pero de un inmenso ejemplo de coraje que ha trascendido generaciones.

Aunque aclara que como familiar nunca superó la cercanía del sobrino, Fidel recuerda que don Guillermo “...era un grande, él, primero con el ejemplo y luego desde su trabajo en las columnas, puso la línea que debía seguir el periódico y la necesidad de una prensa libre (...) la esencia de ser honesto siempre se vio reflejada en El Espectador, su vida y muerte nos enseñó que uno tiene que poner la profesión y la búsqueda de la verdad por encima de todo, incluso la vida misma si es necesario”.

Algunos siempre lo consideraron tímido y otros muy retraído. Todos los días mantenía la cercanía con todos los que trabajaban para el medio que él dirigía; no obstante, siempre tuvo un círculo de confianza para las investigaciones de mayor complejidad y allí estaba María Jimena Duzán, pupila de Guillermo Cano desde los 15 años cuando murió su padre, gran amigo suyo y columnista del diario.

María Jimena recuerda que la noticia del asesinato de quien fuese su maestro la recibió en Cuba de boca de Mercedes Barcha, esposa del nobel colombiano de literatura, Gabriel García Márquez, mientras trataba de convencerlo para que escribiera el prólogo para los 70 años del diario que también fue su casa.

Duzán también recuerda que “fue una chiva lo que mató a Guillermo Cano, que es el momento en el que después de mucha decisión de él, de mucho persistir, porque él tenía una memoria fotográfica y sabía que en algún momento había visto la foto de Pablo Escobar con el escapulario, el que se le pone a todas las personas cuando se les captura y le les envía a la cárcel (...) Durante casi dos meses nos tuvo encerrados buscándola y no nos dejó descansar hasta que dimos con ella (...) Escobar en esa época era congresista y adelantaba todo un foro contra la extradición (...) al final supimos que había sido capturado en 1976 y cuando investigamos más, descubrimos que los detectives de ese caso fueron asesinados…”

La firmeza y tenacidad de Guillermo Cano para buscar la noticia, sólo son comparables con su capacidad para desconectarse del trabajo y dedicarse a la familia una vez cerraba la puerta de su hogar; allí su esposa Ana María, sus cinco hijos y en especial sus nietas Adelaida y Paula eran el centro de atención.

Tras su asesinato las riendas El Espectador fueron tomadas por sus hijos Juan Guillermo y Fernando; éste último lo recuerda como un ser capaz de plantarle cara al terror en la calle, pero también de convertirse en un ser dulce que llenaba de sorpresas a su familia.

Aunque siempre trató de mantener a su familia alejada de los riesgos e investigaciones del trabajo, Guillermo Cano no pudo ocultar la gran amenaza que sobre él se cernía cuando decidió enfrentar al narcotráfico. Su hijo Fernando Cano aseguró que alguna vez le advirtió de lo que podía pasar, pero él prefirió seguir adelante.

“La única oportunidad que tuve de advertirle fue después de una de sus fuertes libretas de apuntes en la que le dije que estaba muy buena, pero que debía tener cuidado, hablaba de los jueces que empezaron a trabajar el tratado de extradición y los estaban amenazando (...) y él me dijo que alguien tenía que ponerle la cara al país, enfrentar a los narcotraficantes y salir a defender a los que buscaban que la ley cayera sobre quienes estaban sembrando el terror…”

Ana María Busquets, fue la mujer que se robó el corazón de Guillermo Cano cuando apenas tenía 14 años y él 24; en las historias de la familia se cuenta que la lucha por conquistarla fue exigente, pero aún más la búsqueda de argumentos para convencer a quien sería su suegro.

30 años han pasado desde su magnicidio y al igual que su ejemplo, el recuerdo en la familia sigue intacto. No es sólo la falta de una mente brillante que institucionalizó la “Libreta de Apuntes”, también el espacio de un padre, amigo, esposo y abuelo el que sigue marcando su ausencia.

Fernando trae a su mente la memoria de su padre como jefe de la familia y cuenta que “llegaba a su hogar y se desconectaba de todo para participar en las cosas familiares, no dejaba que los temas del trabajo llegaran a la hora de la cena, le gustaba oír los partidos del fútbol acompañado los fines de semana, tocaba sacarle las cosas que le pasaban casi que a regañadientes, pero siempre tenía un tiempo para hablar con todos y preguntar por nuestro día (...) así como se concentraba en sus investigaciones, también dejaba todo a un lado por la familia…”

Fueron más de cuatro décadas las que convirtieron y ratificaron a Guillermo Cano como un maestro del periodismo, aunque más allá de caracterizarse por ser una pluma destacada, tener un olfato agudo para la noticia y constancia en la búsqueda de la verdad; siempre fue su interés por proteger a la sociedad desde su oficio lo que marcó la diferencia y sacó a todo un país del letargo que lo absorbía.

Guillermo Cano, Cano, Don Guillermo o “Conchito” fueron los rótulos que marcaron durante 61 años a un ser al que nunca le fue cuestionada su credibilidad y que bien sea desde la familia o el oficio del periodismo creó un camino para mostrarle a una nación que era más grande y noble que sus verdugos. Algo que no hubo tiempo de agradecerle en vida.