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El fantasma de la Intifada vuelve a la mirada de los israelíes

Foto: AFP


El nerviosismo y el miedo hacen mella en la sociedad de Israel tras la cadena de apuñalamientos por parte de palestinos de esta última semana, una situación que en Jerusalén ha devuelto el fantasma de la intifada a la mirada de los israelíes.

El temor y las sospechas se dejan notar entre la población judía la ciudad, uno de los focos de mayor tensión en la escalada de violencia que vive la zona.

"Es instintivo, uno nunca se acostumbra a la sensación de miedo. Es algo incontrolable", dice Yael Elmalej, vendedora de una tienda de joyas en la céntrica calle Ben Yehuda, hoy despojada de su habitual ambiente festivo que precede a la jornada del shabat.

Ante un local completamente vacío, esta joven de 27 años cuenta que hace a diario en tranvía el camino desde su casa en el asentamiento de Pisgat Zeev, situado en la parte ocupada de Jerusalén, hasta el centro.

"Claro que me da miedo y estoy atenta por si alguien (palestino) sube más vestido de lo normal o si lleva un bolso o hace un movimiento extraño. Una está atenta a todo. Incluso de si nos tiran una piedra al pasar por los barrios árabes", indica sobre su viaje esta mañana.

Más abajo de la calle, Michael, de origen ucraniano, trata de amenizar el paso de unos viandantes que hoy, dice, no se detienen.

"Hoy no me dejan (monedas). Hay mucha menos gente. La calle está apagada, sin brillo, sin vida. Hay miedo", señala este músico de pelo ya canoso, mientras toca una guitarra.

Epicentro histórico de las disputas entre israelíes y palestinos, Jerusalén es estos días el barómetro emocional de una sociedad, la israelí, que trata de superar la tormenta y seguir su ritmo normal dentro de la siempre tensa convivencia.

En ella también confluyen sus dos poblaciones judía y palestina en casi todos los aspectos de la vida.

"Ibrahim, el carnicero, está ahí detrás del mostrador con un inmenso cuchillo. ¿Cómo puedo saber si en un ataque de locura no le da por atacarnos después de tantos años trabajando juntos?", se pregunta Liora, cajera de un supermercado en uno de los barrios limítrofes con la línea verde, que hasta 1967 separaba las dos partes de la ciudad.

Unos cientos de metros más al norte está Abu Tor y, hacia el este, Yabel Mukaber, dos barrios palestinos donde los disturbios se repitieron el mes pasado y, en el segundo caso, de donde procedían algunos de los últimos atacantes.

La sensación de inseguridad en Jerusalén Oeste comenzó la víspera del Año Nuevo judío, el 13 de septiembre, cuando las pedradas de varios palestinos de Jerusalén Este acabaron con la vida de un conductor israelí de 65 años.

La espiral fue cobrando intensidad hasta el asesinato la semana pasada de cuatro israelíes en dos ataques palestinos que han indignado a muchos.

En el primero, en una carretera del territorio palestino ocupado de Cisjordania, un matrimonio fue asesinado ante sus cuatro hijos, el mayor de solo nueve años.

En el segundo, en la ciudad vieja de Jerusalén, una de las víctimas, una mujer ultraortodoxa, relató cómo con el cuchillo aún clavado en el cuello y tras once puñaladas, los vendedores palestinos le negaron ayuda entre risas. Su marido y otra persona murieron en ese ataque.

Una docena de apuñalamientos desde entonces -que han dejado una docena de heridos-, han acabado por sembrar el pánico dentro y fuera de Jerusalén.

Kiriat Gat, Tel Aviv, Petaj Tikva o Afula son las últimas en sumarse a la lista de blancos de una escalada que algunos denominan ya intifada y que ha generado el llamamiento de las autoridades para que cualquiera con licencia de arma salga con ella a la calle.

También se han registrado ataques de extremistas judíos contra palestinos, el último de ellos esta mañana en la localidad de Dimona (sur de Israel), donde fueron apuñalados y heridos leves cuatro árabes.

"Es imposible tener un agente en cada esquina y eso es lo que se requiere en este momento", explicó el alcalde de Jerusalén, Nir Barkat, que instó a los jerosolimitanos con licencia a portar sus armas.

"¿Ahora tengo que salir al parque con mis hijos con una pistola?", se preguntaba Moti, que ayer, tras recogerlos de la guardería, "osaba" salir con sus tres pequeños a una zona infantil abajo de su casa.

Generalmente repleto a media tarde, el parque estaba casi desértico y el pequeño Avner, ajeno a la angustiosa realidad de su padre, tenía los ojos casi iluminados: "¡Hoy no tiene que esperar y pelear por el columpio!", explicó su padre con un gesto de complicidad.



Por: EFE