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Viajando a Paracas con el señor 'Oblea'

Apenas llegando a Paracas, el señor 'Oblea' se pone a mis disposición para llevarme a descubrir ese rincón marino de la costa sur del Perú.

El señor 'Oblea' es moreno, alto para el promedio de ascendencia indígena, nariz puntiaguda de nativo andino y una calidez proverbial, porque se debe imaginar que llevo dólares y hago parte de una de esas delegaciones presidenciales que participa en la Cumbre de la Alianza del Pacífico.

Yo pensé en principio que el señor Oblea era de Arequipa, pero es de los Oblea de Cusco, al igual que su esposa Luzgarda, quien también es operadora de turismo y quiere que antes de asegurar mis maletas, le firme ya un paseo por esta maravilla natural.

Llevo diez minutos aquí agobiado por los vientos marinos que traen historias de otros lados y ya sé de memoria qué debo ir a Isla Ballestas y la Reserva Nacional de Paracas.

El señor Oblea no tiene cara de sabio, pero ha aprendido cositas para descrestar turistas y empieza a contar historias, mucho antes que me acomode en esta ciudad cuyo nombre no tiene nada que ver con nuestra cultura paraca.

El señor Oblea me consiente porque debe pensar que me voy quedar en uno de esos hoteles de tantas estrellas que se construyen en este destino, en el que hay muy poca rumba y mucho descanso.

Arena y piedras

En esta ciudad cálida en la que se han reunido los presidentes que hacen parte de la Alianza del Pacífico y desde la que tuvo que regresar apresuradamente el presidente Santos por los petardos de Bogotá, le pido al señor Oblea que me cuente algo que me haga sentir que no he perdido el viaje hasta acá.

Mientras empieza a contar que Paracas quiere decir lluvia de arena, el viento se agita enfervorizado, como queriendo explicar el origen de ese nombre.

Mira insistentemente más al sur en su afán de decirnos que esta ciudad del Pacífico peruano, está no muy lejos del desierto del Pacífico y se emociona contando que estamos cerca de Ica, en donde nacen vigorosos los racimos de uvas para la elaboración del pisco y que ahí mismo entre dunas de arena, está el único oasis de América que se llama la Huacachina.

“Es emocionante que haya tanta vitalidad y tanta vida entre la arena”, nos dice nuestro repentino compañero de aventura, mientras insiste en que es tan grande su territorio, que en Paracas nace el desierto de Atacama, orgullo natural de los vecinos chilenos.

Todos los guías tienen su manera de seducir, ese es su negocio, pero me gusta que él intenta a trazas ser poético y convencernos de la magia ritual de la arena que se extiende por los brazos que bordean el Pacífico en la Reserva Natural de Paracas.

-“Apréndase el nombre de apacheta, porque es un augurio de buena suerte y de bienaventuranza para el viaje”, nos dice con tono ceremonial.

Nos recuerda que son pequeños montoncitos de piedra que hacen los turistas en los promontorios de esta reserva natural y que van acompañados de un cigarrillo, una moneda, un billete o cualquier cosa que suponga llamar la buena suerte y crear un espacio propicio para continuar el viaje por esa zona agreste o por cualquier camino de la vida.

Oblea, recordando siempre a sus ancestros, dice que las apachetas son un altar o adoratorio que tiene origen en le época incaicas y que tenía como fin principal espantar las desgracias.

Los colores de la bandera

Más allá del relumbrón del turismo y de una compleja red de hoteles ocupada todos los días del año por turistas provenientes de distintos lugares del mundo y por villas lujosas de ricos que viven en Lima y en otros países, Paracas es un encanto natural en el que es posible observar toda clase de aves, que encuentran aquí un descanso en el fragoroso vuelo en la búsqueda de destinos mejores.

Estoy pensando que Oblea es una especie de Google que camina, cuando me sorprende con un nuevo dato.

“Este es el lugar al que llegó el barco de José de San Martín y dicen que viendo los colores rojos y blancos de los flamencos o parihuanas como se le llamaban, se inspiró para escoger los colores de la bandera peruana”, recita de memoria.

A mí en ese instante realmente me importa más una turista israelí de ojos azules, pero al guía no le importante ese instante íntimo de emoción no propiamente patriótica, y sigue recitando que el 8 de septiembre de 1820 desembarcó la expedición de San Martín y que en el sueño del libertador había flamencos volando.

El guano

El mar está picado y me da la sensación que el señor Oblea también.

Me dice que no se puede emprender el viaje hacia la isla de Ballestas para disfrutar de la vista magnífica de los lobos marinos y por lo visto me va a tocar conformarme con ver un par de lobas que caminan de afán hacia una pizzería que está de cara al embarcadero.

El señor Oblea me cuenta que camino a Ballestas es posible reparar en la presencia de un geoglifo, una especie de canales o líneas grabados en la roca y que es conocido como El Candelabro, por su forma, y que hace parte de los misterios insondables y no resueltos del Perú, como las líneas de Nazca y Machupichu.

Nos cuenta conmovido que el Fenómeno del Niño ha causado una verdadera tragedia ambiental y que resulta conmovedora la imagen de los leones marinos que parecen perritos al frente de restaurantes como El Che y el Sol de Oro, ubicados en el balneario de Lagunilla, esperando que alguien les tire un pedazo de pescado.

Todo va de maravilla en esta descripción del entorno de Paracas y sin saber a propósito de que, el bueno de Oblea decide torcer el carácter de la charla para empezar a hablar de la importancia del estiércol de pájaro.

“Dicen que en Perú hubo una época conocida como la era del guano, que es el abono de pájaro, y que el 80 por ciento de las exportaciones se derivaban de este concepto, hasta que los gastos de la burocracia hizo que se quebrara este renglón de la economía”, dice nuestro guía.

Yo que estoy pensando en el almuerzo y en una buena jalea de pescado, no dejo de conturbarme cuando él continúa hablando casi que obsesivamente del tema.

“Eran los ciudadanos chinos los que tenían que arriesgar su vida bajando a los riscos y a los acantilados a recoger los excrementos durante la segunda mitad del Siglo 19, pero la mala administración de esos recursos llevó a la quiebra al estado y esa época de la historia se conoce como la prosperidad falaz”.

Yo que prefiero que el señor Oblea me siga hablando de apachetas, de lluvias de arena, de lobos marinos y de flamencos, lo interrumpo abruptamente para sacarlo del tema y le pregunto si sabe las conclusiones de la Cumbre de la Alianza del Pacífico que acaba de terminar en su pueblo.

Parece que al señor 'Oblea' no le gusta la política, porque prefiere seguir hablando de la mierda de pájaro.