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El día que el maestro José Barros abrió su corazón para contar la historia de sus canciones

No es que odiara las entrevistas, pero en algún momento de su vida el maestro José Barros había decido refugiarse en El Banco Magdalena, para disfrutar de la compañía de los suyos y de los conocidos y alejarse del ruido que produce la industria de la música y su entorno.

Por eso resultaba extraño verlo primero en Bogotá y luego en los estudios de RCN La Radio, dispuesto a ofrecer una entrevista de una hora al periodista Antonio Pardo, para contar sobre las andanzas de su vida, la historia detrás de sus canciones, sus amores, sus nietos, sus recuerdos.

Era la década de los noventa y Pardo para entonces era el jefe nacional de Programación y lo entrevistó para el Programa La Música también es Noticia, que se emitía por la Cadena Básica los domingos a las once de la noche.

El programa tiene una bella presentación en la que el periodista evoca el momento en el que el compositor, a quien describe como un hombre menudo de ojos achinados, camina por la Plaza de Bolívar rumbo a la pieza que había alquilado en el centro de Bogotá, luego de pasar una tarde entera en el Café de la Gorda Rosa, que era el sitio preferido de músicos y tertuliantes ávidos de pasar un rato feliz.

El espacio recuerda el instante en que el maestro acababa de llegar a la capital y su vida se dividía entre las charlas del café, ir a las emisoras en busca de oportunidades y preguntar en J Glotman si tenía regalías por la ejecución de sus canciones, que en su primera etapa fueron pasillos, boleros y tangos.

El maestro era locuaz por naturaleza, pero no le gustaban las entrevistas y sin embargo, en esa oportunidad, abrió su corazón para hablar de las letras de sus tangos, del instante en el que un gallo de Chimichagua le sirvió de inspiración para escribir su primer porro, de la discusión con su segunda esposa como insumo para escribir un pasillo inmortal y del recuerdo de un viejo pescador, que le sirvió para escribir La Piragua.

Su voz se escuchaba un poco cansada, pero sus recuerdos estaban intactos. Sin embargo, cuando le preguntaron si era verdad que había cumplido 83 años, rectificó secamente diciendo que solamente 82.

Algunos familiares cuentan que el maestro se quitaba los años hasta el punto que su hermano menor terminó por ser más viejo y que era tanta su obsesión por el tema, que oficialmente se quitó algunos años aprovechando que los documentos originales se quemaron en el incendio de varias dependencias oficiales en El Banco.
Lo que no podrá cambiarse jamás, es que el maestro José Benito Barros Palomino nació en El Banco Magdalena el 12 de marzo de 1915 y murió el 12 de mayo de 2007 en Santa Marta.

La vida es un tango

Mucho antes que empezara a componer porros y cumbias, el joven Barros escribía tangos en la capital peruana, a dónde había ido en busca de fortuna.



En Lima grabé para la RCA Víctor mi primera canción titulada Cantinero sirva tanda, porque en esa época no se escuchaba sino tango, tango y tango y esa era una cosa tremenda”, relató el compositor, quien se declaró influenciado en sus primeros años por Agustín Lara y Pedro Vargas.

Y entonces recordó de memoria el primero de los pocos tangos que hizo y que decía lastimeramente “oiga mozo sirva pronto lo mismo que ha servido, para ver si así me olvido de lo que me sucedió”.

Barros contó que el tango era tan triste que “mató a 8 colombianos”, tras asegurar que varias personas se suicidaron mientras escuchaban la letra que dice “no es que me esté muriendo, de lo sucio que ha jugado”.

Yo llevaba la cuenta y en El Banco mató a dos, en Mompox mató a dos y otros en Barranquilla, Medellín y Bogotá”, relató Barros durante esa entrevista.

Como todos los tangos, los de Barros hablaban de olvidos y traición y él mismo insistió en qué contenían “mucha tristeza y casi dicen lo que realmente le ha pasado a muchos hombres con la mujer”.

Y es en ese momento cuando Edilberto Aponte, quien ha sido por varios décadas el encargado de los estudios que grabación de RCN La Radio, aprovecha para subir el volumen del tango que sigue diciendo tristemente “cantinero sirva tanda porque me quiero emborrachar”.

El gallo tuerto

Después de recorrer México, Panamá, Lima, Buenos Aires y de regreso al país, a Manizales, el maestro José Barros se asentó en la década de los 50 en Bogotá, en dónde seguía escribiendo pasillos, bambucos, tangos y boleros y aún no se asomaba la vena artística para los porros y las cumbias.



Curiosamente fue en la capital colombiana y no en su tierra, en dónde compuso ‘El gallo tuerto’, que puede considerarse como el primero porro de esa larga lista de éxitos musicales que luego le daría tanto reconocimiento.

El maestro recordó que se imaginó la canción mientras atravesaba la Plaza de Bolívar de regresó a la pieza que había rentado en un hotel del centro. “Carajo, de pronto me acordé del gallo tuerto que fue histórico, tan bravo que nadie pudo vencerlo y apenas lo entuertaron”.

Es posible que regresara del Bar Orines, como se le conocía al cafetín en dónde se reunía la gente de la música en cercanías de la Emisora Nuevo Mundo, mientras se imaginaba el coro de su primera canción tropical.

Yo haciendo el coro hago lo demás”, se dijo en voz baja, mientras cantaba en su mente iba repitiendo “cocoroyo cantaba el gallo, cocoroyo a su gallina”.

Y como en las viejas épocas, durante esa entrevista para celebrar sus 82 o sus 83 años, Barros cantó “lo traje de Chimichagua y en El Banco se murió, pobre mi gallito tuerto, la peste me lo mató”.

Y con la humildad que le hace falta a casi todos los músicos de ahora, este hombre grande de la cultura colombiana, contó cómo compuso su primer porro, para dejar atrás la historia de sus tangos sufridos.

Y contó que luego vinieron canciones como El Vaquero, El Alegre Pescador “y toda esa música bailable”.

Humilde para decir tan bellamente, que luego de esto “ya se volvió técnico en hacer cumbias”.

Pesares

En ese mismo centro de la capital que recorrió tan intensamente, es dónde transcurre una buena parte de la historia del pasillo que tituló Pesares y que ni más ni menos resume una historia personal.



El maestro recuerda el instante que se encontró con los integrantes del Dueto de Antaño mientras caminaba por la Carrera Séptima.

Casi que dibujando la escena, el músico recuerda que se encontró con los músicos del Dueto de Antaño y uno de ellos le gritó: “José, ven acá mijo, a ver si tienes una canción que nos des para poder completar el long play que está listo para lanzar”.

Y en la misma habitación del hotel del centro, Barros cantó ante los integrantes del dueto “que me dejó tu amor mi vida se pregunta y el corazón responde, pesares, pesares”.

La canción que prácticamente fue incluida de relleno, porque sólo se incluyó una estrofa en el pequeño surco que sobraba en el acetato, se convertiría luego en un éxito indiscutido y en una de las más recordadas del maestro.
Este pasillo resume una de las épocas de Barros y cuenta que “la hizo sentado una tarde en el muelle de El Banco” mientras se acordaba de una pelea antes de su separación con su segunda esposa Amelia en la que la increpaba preguntándole ¿qué me dejó de amor?, mientras se respondía “pesares, pesares”.

Don José luego recordaría pícaramente que sus tres exesposas se reunían “para hablar mal de él” y a la pregunta de don Antonio Pardo de si le había compuesto otras canciones a alguna de ellas, contestó secamente “nunca”.

La Piragua

Una de las piezas más grandes del folclor colombiano es La Piragua y el maestro José Barros evocó en su momento que El Banco no tenía una canción que la identificara y decidió que haría una cumbia “con una letra muy bonita” para exaltar a su pueblo.



Y la letra de La Piragua resultó tan poética y tan bien elaborada, que algunos de sus familiares recuerdan que ninguna disquera quería grabarla y fue prácticamente en un acto desesperado que la canción le fue entregada a Gabriel “El Cumbia” Romero, quien se encargó de internacionalizar esta pieza que él presenta orgullosamente “como la reina”.

¿Pero cómo surgió esta canción?, así lo contó el maestro Barros: “Yo me acordé que había conocido a Guillermo Cubillos y él en La Dorada, cuando era joven, aprendió a manejar bote con timón de pie y luego en El Banco, ya casado y viejo, como que lo atormentaba la nostalgia y un día le dijo a la mujer que iba a hacer una nave grande de madera para viajar entre Chimichagua y El Banco y la hizo”.

Y en una conversación cargada de nostalgias, el maestro recordó que la gente decía asombrada en el puerto “llegó la canoa de Cubillos”, hasta que los trabajadores le pintaron con brea derretida el nombre de La Piragua, en un hecho que sin querer, fue también el bautizo de una de las más grandes canciones de la música colombiana.

La embarcación era un formidable invento navegando por el Río Magdalena y causaba tanto asombro y admiración, que el maestro Barros dice que “parecía un avión en el que todo el mundo quería viajar”.

La imaginación se despierta mientras el maestro Barros relató la fragorosa lucha de la embarcación contra la furia de la naturaleza, mientras contaba “que el viento soplaba y empezaron los relámpagos, mientras el negro Pedro Albundia gritaba a Guillermo Cubillos”.

Y luego continúa con la vitalidad de un relato que el que “la embarcación seguida por un ejército de estrellas” se bate contra la tempestad y los marineros se aferran a los remos, tras lo cual se oscurece y un rayo “le arrancó el sombrero a Cubillos y se lo tiró a las olas embravecidas”.

El día que el maestro José Barros abrió su corazón en una entrevista, dijo que La Piragua empieza haciendo una evocación de lo que le contaron sus antepasados, “para que cuando pasen muchos años, los niños puedan cantar ‘me contaron los abuelos que hace tiempo, navegaba en el Cesar una piragua, que partía del Banco viejo puerto, a las playas de amor en Chimichagua’”.