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El fútbol y la política como una obsesión uruguaya

No hay ninguna duda que el fútbol y la política son dos de las grandes pasiones de los uruguayos.

Es increíble que un país tan pequeño produzca tantos futbolistas que militan en las ligas del mundo, que el fútbol sea como una religión y que la política pueda generar el mismo estado de agitación colectiva, que el que produce la final de un evento deportivo.

En la actual coyuntura podría decirse que dos grandes símbolos de Uruguay tienen que ver con esa pasión contenida y son el estadio Centenario y el Presidente Pepe Mujica.

Los dos viejos referentes están más vigentes que nunca en las realidades sociológicas que hacen que la pasión se desborde en ese país.

El Centenario es el ícono del fútbol, pues allí se disputó el primer Mundial y es el santuario de las mejores emociones y el Pepe es el símbolo de una personalidad arrolladora que le ha hecho ser reconocido como el presidente más humilde del mundo.

El mundo admira a un jefe de estado que planteó durante su campaña establecer cómo política de estado la eliminación de la indigencia y que sin embargo es capaz de regalar un billete a un hombre de la calle que le pide que “sea presidente toda la vida”, mientras él le responde entre risas que “está loco”.

La República Oriental del Uruguay es el segundo país más pequeño de América después de Surinam y es posible atravesar en pocas horas sus 176 kilómetros cuadrados.

Este país que se promociona turísticamente con su marca “Al Natural”, tiene apenas 89 municipios y a pesar de tener 64 pequeños aeropuertos, no hay aerolíneas grandes ni vuelos domésticos.

Uruguay parece tener más canchas de fútbol que pueblos y más partidos políticos que gente. El Frente Amplio y el Colorado, Nacional e Independiente son los cuatro partidos y el Nacional y el Colorado son dos de los más antiguos del mundo, creados en 1836.

Mientras solamente en Bogotá más de cinco millones de personas están habilitadas para votar, este domingo 2.6 millones de uruguayos están habilitados para sufragar.

Este es un país parroquial y tranquilo en el que su presidente va en su viejo Volkswagen a casa y el ahora candidato Tabaré Vásquez, cuando era presidente, iba los jueves en la mañana a atender su consultorio de oncólogo, en el centro de Montevideo.

Imaginar el mar desde Montevideo

Es posible que el contraste más grande de este país pequeño, sea la grandeza de su río de La Plata

Estar en Montevideo de cara al río, produce la sensación de estar ante un espejismo o ante la ilusión de que un accidente de la geografía se estacionó en el lugar equivocado, pese a que desde tiempos remotos los españoles describieron maravillados “un río tan grande como el mar”.

Todos los cronistas que llegaron a este cruce de caminos, contaron que se le dice mar al lugar en el que no es posible ver la otra orilla y este río inmenso cumple con ese requisito.

La historia relata como por La Plata llegaron los conquistadores provenientes de distintas latitudes, las oleadas intensas de migración desde Europa y los comerciantes de todas las pelambres.

Es en sus playas encantadores en dónde es posible encontrar los mejores lugares para caminar y para sentarse a degustar la infusión hecha de hojas de yerba mate.

Es a lo largo del río de La Plata que se extiende la capital uruguaya, mezcla singular de culturas, de maneras de ser, de formas de abordar una villa muelle y tranquila como es su esencia fundamental.

LA NOCHE DE LA NOSTALGIA

En una nación con tan poca extensión, lo que sí es evidente es ese espíritu nostálgico y bucólico de los uruguayos, que algunos con cierta desproporción, han calificado de aburrimiento y tedio.

Una demostración de ese carácter, es que los eventos más emblemáticos es la denominada Noche de la Nostalgia, que se realiza cada 24 de agosto, en la antesala de la conmemoración del Día de Independencia.

No es una noche que se celebre, sino que se establece un ritual para escuchar y rumiar las viejas canciones que se escucharon en décadas pasadas y disfrutar de las actuales voces de la música como la del reconocido Jorge Drexler y el grupo de rock La Vela Puerca.

Esta es una actividad que comenzó como una convocatoria de una emisora juvenil en 1978 y que desde entonces se ha constituido en un pretexto para que jóvenes y adultos se reúnan en los bares para escuchar los viejos temas que hicieron historia, especialmente en la década de los sesenta y setenta.

Aquí la nostalgia es la que moviliza en espíritu la mayoría del año y la rumba está signada para el verano de Punta del Este y para los carnavales de febrero.

La apacibilidad que se respira cotidianamente, sólo es rota cuando a principio de cada año suenan los conjuntos de tambores y el ritmo de candomblé, que es el culto de los orixás de origen afrobrasileño.

Los sonidos de ascendencia negra se hacen intensos y la fiesta popular que se conoce como el Desfile de Llamadas indica que hay carnaval, por la misma época en la que se celebra el de Barranquilla, el de Río de Janeiro y el de Venecia.

La búsqueda de su esencia

En Montevideo no se va en busca de rumba, sino de los lugares cálidos para cenar y degustar de la deliciosa carne uruguaya y un buen chivito, caminar por la rambla para perderse en la inmensidad del río de la Plata, visitar la ciudad antigua y conocer el lugar del puerto en dónde comenzó la construcción de la ciudad.

En la capital uruguaya hay que ir a Pocitos, tomarse la foto en el Centenario, caminar por el viejo, pintoresco y colorido barrio de los judíos o barrio Reus, escuchar un tango y hablar del origen de Carlos Gardel y visitar los monumentos extendidos por la ciudad, dentro de los que ocupa un lugar muy importante la carreta tirada por caballos o bueyes, como símbolo del trabajo en el campo.

Un tango estará siempre como fondo musical y la imaginación de los payadores o trovadores que son capaces de improvisar versos ingeniosos.

En un país tan pequeño, cabe toda la vitalidad de escritores como Mario Benedetti, quien dibujó la historia de la parroquial capital uruguaya de la década de los 50 en su libro Montevideanos, la fuerza y el tono existencialista de Juan Carlos Onetti y el compromiso de Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina”, uno de cuyos ejemplares el desaparecido Hugo Chávez entregó en 2009 al presidente de Estados Unidos, Barack Obama.

Galeano es un ejemplo perfecto de esa simbiosis entre fútbol y política, porque así como analizó la historia de América Latina desde la colonización hasta la historia contemporánea para demostrar cómo han saqueado los recursos naturales, también escribió su libro “Fútbol Sol y Sombra”, dedicado a los niños que “venían de jugar fútbol y cantaban, ganamos, perdimos, igual nos divertimos”.

Cuando se hable de fútbol y de Uruguay, los titulares de prensa seguirán refiriéndose “al pequeño país que nadie quiere enfrentar” y por siempre se hablará de “la garra charrúa”, como un sinónimo del valor y la fuerza de los habitantes de esta tierra.

Por ahora, en medio de una contienda electoral, en el fútbol como en la política, unos ganan y otros pierden y después del lunes se verá el humo.