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El HEMINGWAY NO VISTO EN COLOMBIA

El hombre apuró la cerveza en el desaparecido bar Ambrosía, un pequeño negocito para universitarios que quedaba en la carrera trece con 47 y en el que sonaba todo el tiempo música cubana y salió presuroso para acomodarse en el teatro en el que esa noche se ponía en escena una representación del Viejo y el Mar de Ernest Hemingway.

Esta historia ocurrió en esta edificación que actualmente está en venta, mientras que el viejo teatro se trasladó dos cuadras abajo cerca de la calle 45,en el sector de Teusaquillo.

Ninguna sospecha le despertó la desmedida amabilidad del hombre que se encontraba en la puerta, mientras le entregaba el pase de cortesía que había reclamado en el bar.

Se sorprendió con la mirada triste del portero y tuvo tiempo para mirar con malicia su cuello sembrado de arrugas y la piel dura, como si fuera la de un personaje que acababa de regresar de Cartagena y no un aburrido habitante de una ciudad fría como Bogotá.

Entró con su antigua compañera de viajes y aventuras y a tientas franqueó la oscuridad del lugar deficientemente iluminado y se sentó en la última silla a esperar.

Miró el reloj y supo que eran las ocho de la noche, la hora prevista para el inicio de la función, e imaginó que el recinto estaba lleno y que había llegado justo para recuperar el aliento y disfrutar de la fragorosa historia del hombre que se jugó la vida contra un pez.


EL INICIO DE LA FUNCIÓN

Cuando sus ojos se acostumbraron al ambiente de tinieblas de la sala adecuada en la vieja casona del centro de Bogotá, pudo reparar a su alrededor y se dio cuenta que nadie estaba sentado en las tres sillas que daban al pasillo central, ni en las cuatro sillas que daban a la pared mohosa del lado.

Habían pasado diez minutos desde su llegada y nada indicaba que pronto empezaría la función.

Miró a través del único resquicio que dejaba la cortina raída puesta en la entrada de la sala y vio al hombre encargado de recoger las boletas rascándose la cabeza y ociosamente imaginó que podría ser Gregorio Fuentes, el pescador cubano que se hizo amigo de Hemingway.

Era un hombre curtido por el sol y eso le hizo pensar que en algún momento pudo acompañar al escritor a pescar agujas en las corrientes del Cabo de México en su yate Pilar y que incluso pudo ser el hombre que lo estimuló en su loca aventura de cazar submarinos nazis en el norte de Cuba.

En medio del tedio de la espera, por un momento creyó sentir el humo evanescente de los 20 puros que Fuentes fumó diariamente hasta que se murió a los 104 años, pero se dio cuenta que en el mezzanine del teatro el hombre que fungía de portero, no fumaba.

De nuevo esculcó al frente con su mirada, pero el ambiente difuminado no permitía reparar en la presencia de nadie. El silencio era total y el telón conservaba sus duros pliegues sin abrirse, desparramado a lo largo de la platea.


LA INSOPORTABLE ESPERA

Había pasado más de media hora y el hombre empezó a mascar lentamente un chicle para espantar el tedio de la espera y de paso disipar el tufo de las cervezas que se había tomado en el Ambrosía.

Para ponerse en situación del esperado espectáculo empezó a recordar algo de la historia del Viejo y el Mar que había leído por primera vez en la revista Life en el año 1952.

“La lucha tenaz del protagonista para llevar a tierra el pez que ansió capturar toda la vida”, se repitió interiormente, mientras seguía esperando.

En la penumbra tuvo tiempo de reparar en la estructura sencilla del teatro y no pudo menos que hacer memoria de la noche que estuvo en el teatro Mella, ubicado en el Vedado, en la zona turística del malecón de La Habana, en una presentación que todos definieron como un diálogo de tambores.

Recordó que esa vez hizo una presentación espectacular el Conjunto Maroguan con expresiones neoafricanas como la yoruba, congo, carabalí y vodú.

Secretamente deseo que esa insoportable espera sirviera para volver a escuchar las canciones españolas que esa noche se presentaron en la capital cubana y hablaban del origen de la guajira, el son bolero, la guaracha, el danzón y cómo no, la salsa cubana.

Embebido en sus recuerdos, empezó a tararear Tres Lindas Cubanas del Conjunto Típico Cubano y por un momento se imaginó a Hemingway tomando mojito en el centro de La Habana y preparando en Cojimar un papa doble, el trago que el escritor se inventó en el mismo pueblo en el que puso a los pies de la Virgen de La Caridad del Cobre la medalla que le dieron por el Premio Nobel.

Después de más de 30 minutos de insoportable espera, misteriosamente el hombre que le había recibido la entrada desapareció y entonces tuvo el convencimiento que el telón se abriría y pensó en el aplauso final y guardó todo su entusiasmo para ese instante supremo.

Las luces permanecían apagadas y en el sopor de la noche terriblemente tranquila para un espectáculo, tuvo tiempo para sentir rabia de aquellos que han usado el nombre de su novela favorita para convertirla en un paquete turístico con todo incluido.

Repitió mentalmente los nombre de las residencias El Viejo y el Mar, hotel El Viejo y el Mar ubicado en la zona turística Hemingway con 186 habitaciones, centro deportivo Hemingway y apartahotel El Viejo y el Mar y hasta masculló en voz baja para no mortificar a nadie, que no faltará la casa de citas El Viejo y el Mar “en dónde se encuentran las únicas mujeres que se han ganado un premio Nóbel del sexo”.


FINAL DEL ESPECTÁCULO

Cuando estaba a punto de masticar el último chicle y se aprestaba a abandonar el teatro, una única luz que parecía un surtidor de miseria, se prendió en uno de los costados del recinto y de nuevo reparó en la presencia del hombre de la puerta.

Fue entonces cuando se dio cuenta que él y su acompañante, eran los únicos espectadores esa noche y que ir de teatro este jueves no había sido buena idea.

Como una sombra proyectada, el hombre que imaginó como el amigo de Hemingway, abrió el telón sin ninguna emoción dibujada en su rostro y entonces vio como traía a rastras una pequeña canoa en la que se veía dibujado el nombre “El Pilar”.

No quedaba de otra que regresar al bar a tomarse otra cerveza para ahogar la decepción y recordar entre tanto, que la novela del escritor estadounidense empezaba diciendo: “Era un viejo que pescaba solo en un bote en el GulfStream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez”.

“Era un pobre teatro que presentaba El Viejo y el Mar y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un espectador”, refunfuñó entre dientes, sin poder disimular su disgusto.

-“No hay función esta noche”, dijo secamente el portero, quien realmente era el actor principal de la obra, tras lo cual se perdió en el claroscuro de una puerta sencilla que daba paso a los camerinos.

Se fue caminando en silencio, a punto de naufragar en su inmensa tristeza.