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El Nobel más noble del mundo

No es que conozca a muchos. He entrevistado algunos y casi todos, bien de la paz o de la literatura, corresponden a ese premio que les da la humanidad por sus bondades con el entendimiento en los conflictos del mundo o por la magia con las letras que han llenado de historias y crónicas momentos importantes de nuestras vidas. Tal vez por eso, por lo que le conozco y por lo que vi y sentí hace una semana en Ciudad de Méjico digo que Gabriel García Márquez es el Nobel más noble del mundo.

Lo encontré en casa del embajador colombiano en ese país, José Gabriel Ortiz, y llegó acompañado de su inseparable Mercedes y de Katya González Ripoll , amiga de la familia , y una vez sentado en la poltrona mayor fue saludando uno a uno a los invitados al almuerzo pre-electoral en la casa diplomática.

No fuimos más de diez los comensales mexicanos y colombianos que desfilamos al lado de Gabo y con cada uno tuvo su charla rápida de diferentes temas. De cine con Jorge Sánchez ,productor de “Perro come perro” y otros éxitos del cine azteca ; de amigos comunes en Cartagena ; de anécdotas recientes con ellos ; de la política mexicana que el domingo elegía presidente y en fin , de todo lo humano y lo divino para lo que estuvo siempre atento y lo que más me gusta de la compañía de ese colombiano grande es el apunte sabio y preciso que siempre ha tenido para calificar o para rematar cualquiera de los comentarios.

Hablamos incluso de muchas frases de él sobre su vida. En una de esas alguien comenta que una vez dijo: “Mercedes maneja los odios y yo escribo para que me quieran más”, y el Nobel corrige: “Yo no dije que manejaba los odios. Maneja los rencores que no es lo mismo”.

Carcajada va y carcajada viene fuimos terminando las viandas acompañadas de buen vino, que él prefirió blanco, y cuando salimos acompañándolo los del último grupo y todo parecía haber acabado, se acerca como en secreto y nos invita a tomar un caldo mexicano de tortilla en uno de los buenos hoteles del D.F. y a esa hora de la madrugada arrancamos para el Marriot. Allí más cerca en mesa pequeña, hablamos rápidamente de Colombia. Me preguntó sobre la situación de la que vive más enterado que nadie y comentó: “No sé cuando vamos a entender que ya no hay más tiempo de estar gritando de una orilla a la otra. Es tiempo de que los de allá vengan acá y viceversa, y sin tanto grito que es el que aturde hablar las cosas y definir qué es lo que quieren”.

Algunos recuerdos después del “caldo madrugao” y me dice que tiene ganas de tomar algo con alcohol.

Me levanto y le suplico al maitre que haga algo para complacerlo, pero la misión resultó imposible “porque como están con la ley seca, el Gabo se va y a mí me dan en la madre”.

Salimos hacia su auto y atraviesan cuatro músicos , y para no perder el remate de esta noche especial les pregunto que si saben quién es el personaje que va con nosotros : “ Pues es Don García Márquez”, y sin ninguna otra orden desenfundan violines , guitarras y trompetas y nos arrancamos con “las mañanitas” , y más adelante y ya con la voz del Gabo integrada al coro , “Méjico lindo y querido” , y terminamos este delicioso almuerzo parranda que nos dejó ver de nuevo y de cerca al más universal de los colombianos.

Esto lo cuento porque lo vi y lo viví, y me da tristeza que a este hombre que nos ha hecho llegar en todos los idiomas a todas partes del mundo con su literatura se le trate tan mal, provocando comentarios sensacionalistas que no corresponden, ni mucho menos, a lo que ha sido él con Colombia: El abuelo Nobel más noble del mundo, que ahora vive sus tiempos como quiere y con los que quiere.