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EL SECUESTRO EN COLORES

En medio del drama del secuestro una familia se aferra a la pintura para presagiar el instante en que el soldado Willian Giovany Gómez regrese para convertir la infamia de la oscuridad a la que están condenados, en un cuadro lleno de vitalidad y de color.

Los sueños de un soldado pintor fueron cortados por el Frente 48 de las Farc con su secuestro el 16 de febrero de 2004 en el departamento del Putumayo y desde entonces uno de los tantos pretextos para extrañarlo, son los cuadros que Willian Giovany dejó colgados en la pared de su casa en Pasto, como el testimonio de que está a pesar de la ausencia.

“Estos diez años han sido terribles, largos y prolongados porque perder a un hijo no es cualquier cosa”, dice su mamá Floralba Carrera, quien en medio de la inmensa tristeza tiene tiempo para describir la magia y la potencia de dos cuadros dibujados por alguien que no presagiaba el infierno que viviría como un hombre cautivo de la selva y mucho menos la ruindad de sus captores.

Cada domingo doña Floralba está en LA NOCHE DE LA LIBERTAD para hablarle a su hijo con la certeza que está vivo, aunque a veces flaquea, y tiembla de miedo para decir que su “pitufo”, como le dice, “era el mejor del mundo” y luego corrija que “es”, en un íntimo ejercicio para estampar la idea de su muerte.

Willian Giovany está en la sala de su casa por la magia de un bodegón colorido y de un cuadro del Río Caquetá, que ironía, el mismo en el que se bañaba de niño y que ahora puede ser el escenario de sus travesías malditas , si es que está vivo como lo intuye a cada hora su madre.

La amargura va por dentro y no se puede transmitir en el programa de radio a su hijo secuestrado y por eso sus palabras son vivaces, alegres a veces, mientras recuerda orgullosa al “grillo” como le decían otros amigos y que por amor y pasión por el arte estuvo en una academia de pintura, ganó un concurso en el Putumayo y vendió sus cuadros en las plazas de los pueblos.

Lejos estaba el día en que Willian Giovany, pintó un cuadro en el que dejó reflejados sus sueños de libertad y que ahora doña Floralba describe con un amor infinito, contándolo casi de memoria.

“Tiene una mata de guadua, una cordillera, muchos árboles, nidos de aves que por allá llaman mochileros, palmas de chontaduro, un rancho, un bote con plátanos, árboles sin raíces por el paso del agua y unos señores que pescan”, dice doña Floralba con un tono que raya en la devoción por su “pitufo”, secuestrado.

Le pregunto si piensa que su hijo está caminando por esos senderos que dibujó con tanta vitalidad y me dice con la ternura de una mujer campesina que ha sufrido y que se guarda su dolor, “ que eso sé pensar yo….así como dibujo esos caminos y esos montes, seguramente le tocará andar por ahí”.

Doña Floralba se muestra confiada en que su hijo sigue ejercitando la pasión por la pintura con tanto entusiasmo, que lo imagina limpiando las cortezas de los árboles para dibujar figuras con una navaja y que la selva es la galería de “su pitufo”.

Y cuando vuelva a verlo no duda en que le diría “pinta el paraíso porque naciste tú y volvimos a nacer nosotros, porque el secuestro es como vivir en la oscuridad y tu regreso será como si volviera la luz”.

“Pinta nuestro paraíso”, repite doña Floralba, con el entusiasmo de alguien que decidió ponerle colores a la maldita tragedia de un secuestro que el pasado 16 de febrero cumplió diez años.