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Éramos más pobres que una rata, dice exnovia de Gabo

Paris, 1956. Una española recita, como casi todas las noches, poemas en un bar parisino; es su momento de esparcimiento después de una dura jornada dando clases de español y cuidando niños de la burguesía francesa.

A pocas cuadras, un treintañero, Gabriel García Márquez, recién llegado a Francia, espera paciente en el Café Mabillón, cerca del distrito Saint-Germain-des-Prés, a su amigo. Él no lo sabe, pero está a punto de conocer a la poetisa exiliada quien será su novia y la inspiración de su obra “El coronel no tiene quien le escriba”.

Se trata de Tachia Quintanar, natural de Bilbao, quien a sus 85 años explica con una sonrisa en la voz “Gabriel no era para nada mi tipo, pero me conquistó por su forma de hablar”.

Un amor en los tiempos del cólera, la ternura y las dedicatorias fueron el inicio de un breve pero intenso romance con la española. Coqueto, delgado y con un pronunciado bigote “parecía un argelino del Magreb”, explica Tachia, quien recuerda con risa que, incluso, se lo llevaron a la comisaría en varias ocasiones “porque creían que era de Argelia y en ese momento había un enfrentamiento entre Francia y ese país, pero enseñaba el pasaporte y lo soltaban en seguida”.

Fueron años difíciles, Francia había entrado en guerra, España sufría la dictadura fascistas de Francisco Franco y en Colombia, Rojas Pinilla se había hecho con el poder y cerró el Espectador. Gabriel, se quedó sin trabajo y tuvo que compartir sus deudas, su hambre y más de una pelea con Tachia quien lo recibió en su hogar.

“Yo tampoco tenía gran cosa, pero tenía donde vivir y lo que yo tenía lo compartíamos”, explica Tachia.

Los sábados la poetisa siempre cocinaba paella española y todos los amigos se acercaban al lugar a intentar combatir con su arte y unas risas los malos momentos que pasaban.

“Vivíamos muy mal, éramos más pobres que una rata, no teníamos ni para el metro”, narra sin alguna vergüenza, “la gente dice que yo le salvé la vida, pero no sé, creo que alguien lo hubiera hecho si no”, agrega la mujer.

Un escritor innato y una inspiración infravalorada sin embargo, vivir con un periodista exiliado, sin dinero y absorto en un Macondo por desarrollar no era tarea fácil. “Se pasaba el día trabajando, especialmente por la noche. Trabajaba y trabajaba mucho”.

“Enseguida comprendí que ese hombre no sabía hacer otra cosa que escribir y él sabía que era bueno en eso”, insiste la poetisa.

A Tachia se le escapan expresiones en francés mientras nos confiesa orgullosa que “El coronel no tiene quien le escriba” es un reflejo de esa época de Gabo.

“Esa es nuestra historia, Gabriel iba todos los días a ver si llegaba un cheque del periódico que nunca llegaba. Por eso la coronela tiene un carácter áspero, porque es muy difícil no tener para comer”, cuenta Tachia explicando que ella es la esposa del coronel y que, en alguna ocasión, no se portó tan bien con Gabo. “Peleábamos porque la vida era muy dura”.

Cuando se publicó la obra, Tachia nos cuenta que ella fue la traductora en Francia “como no vendió nada, lo tiró a la basura”.

Recuerda a Gabriel hablándole de Colombia: “Aracataca me sonaba a nombre muy exótico, como muy poético”. El pueblo polvoriento en el que creció, así como la luz triste de Bogotá con sus hombres con paraguas, formaba parte del imaginario de Tachia a través de las palabras del escritor.

Un amor imposible; una mujer independiente y ruda no encajaba con el estilo de vida de un escritor cálido y obcecado en sus historias. Por eso, el amor no duró: “Él necesitaba a una mujer que lo quisiera y tuviera a su devoción (…), y yo nunca hubiera sido esa mujer”.

Con sus ocho maletas, Gabo acompañó a Tachia a la estación de tren donde creían despedirse para siempre “él decía que llevaba dieciséis”, dice la mujer con risa.

Gabriel y Tachia no volverían a verse hasta 1.969 cuando el escritor visitó París, por sorpresa y 13 años más tarde, en 1.982, ambos viajaron a Estocolmo.

“Cuando me enteré de que se había ganado el Nobel dije: “madre, madre, madre…, yo creo que se lo esperaba”. “Nunca jamás habrá un premio Nobel en Estocolmo de esa amplitud”.

Tachia visitó Colombia y conoció Aracataca un año antes de la muerte de Gabriel García Márquez y recuerda con cierta tristeza el fuerte abrazo que se dieron al reencontrarse: “no sé si sabía quién era yo, pero seguro que sabía que le abrazaba alguien que le quería mucho”.