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Estrenando el corazón de Mario

Aunque Mario Francisco Magdaniel murió, ahora vive en el cuerpo de por lo menos 55 personas a quienes les fueron donados sus órganos.

Él está muerto desde el pasado mes de mayo, pero su corazón sigue latiendo y aunque no volverá nunca más, su mamá lo sigue saludando como si cada mañana se levantara para ir a su trabajo en la Alcaldía de Bogotá.

Nadie sabe en qué cuerpo está ahora su corazón, pero es posible que su vitalidad haya sido probada de sobra en el partido entre Colombia y Brasil en el Mundial.

Historia de una donación

Doña Miryam Lizarazo sabe que el corazón de su hijo late en el pecho de alguien y como siente que está vivo, no ha perdido la costumbre de subir a la habitación a saludarlo en las mañanas y a reportarse en las noches para contarle que todo está bien, a pesar de la tristeza.

"Como ahora Mario no baja del altillo, nosotros lo saludamos para contarle que estamos exageradamente bien", dice doña Miryam.

Sin embargo, en contravía de sus palabras, se derrumba y llora mientras se ha convertido en un ritual diario eso de darle la bendición, de pedirle que cuide a sus dos hermanos, de contarle el día a día en la oficina, el querer conocer la vida que ahora no comparte con ellos desde que murió.

Ella sabe que los órganos de Mario le cambiaron la vida a 55 personas y que esa gente se lo va agradecer por el resto de su vida y eso la hace inmensamente feliz.

Pero también es cierto que debe hacer caso al médico que atendió a su hijo y que le insiste en que "tiene que ir dejando cosas para que se libere", obedecer esa especie de diagnóstico del alma que le indica que debe "dejar cosas" y el padre de Mario, don Ananías Moisés, también sabe que inevitablemente debe desprenderse de muchos recuerdos pese a que los órganos de su hijo palpiten en otros cuerpos.

Él sabe que es necesario decir adiós, aunque no puede evitar expresar públicamente su deseo de conocer a la persona que tiene el corazón de su hijo, "para cuidarlo y evitar que le pase algo" o que por lo menos llegue una carta de agradecimiento de parte de los familiares de los pacientes escogidos.

Ella llora viendo sus cosas, sus sacos y camisas ordenadas, su foto, su cuarto, los carpetas con los papeles con los que iba construyendo los sueños del futuro, mientras que él llora a escondidas para intentar expiar el dolor.

Doña Miryam y don Ananías han encontrado en la donación de los órganos de su hijo un bálsamo para su dolor, aunque sepan que es una pérdida irreparable, un desprendimiento que el médico Julio Chacón resume diciendo que "cuando una persona pierde el esposo se llama viuda, cuando una persona pierde los papás se llama huérfano, pero todavía no hay un nombre para llamar lo que significa perder a un hijo".

Demasiado corazón

El médico Julio Chacón fue el encargado de extraer los órganos de Mario y habla con un tono de profundo cariño y con el respeto infinito por alguien que dejó vida luego de morir víctima de un aneurisma cerebral.

"Es como abrir un cofre y encontrar el tesoro más grande que se llama vida", expresa el médico, mientras prepara una frase que no parece de cirugía, sino de infinito amor, para decir "que cuando tomó el corazón de Mario en la mano, pudo comprobar que era un órgano fuerte y sano".

Y habla con una emoción que disimula la reciente noticia de la muerte, para asegurar "que no hay nada más lindo que escuchar el corazón de Mario en otra persona, que Mario late dentro de otra persona y que está dándole felicidad a otra persona".

Doña Miryam interrumpe conmovida, respira hondo y fuerte para intentar espantar los malos espíritus y para recordar que el día de la muerte de Mario Francisco Magdaniel tuvo la tranquilidad de donar "completico" el cuerpo.

"El doctor me dijo cierre aquí y yo le dije todo se lo dejo abierto", recuerda ella, mientras que el médico replica que "Mario les ha demostrado que es más que un cuerpo, por todo lo que ha construido a pesar de no estar", señaló.

Y el médico, con una ternura inusual para un paciente, habla que Mario era algo más que corazón y que "hay un riñoncito puesto para que alguien tenga una vida feliz" y que corneas, páncreas e hígado fueron donados "por este par de esposos que por la voluntad de su hijo tuvieron el don de la vida en sus manos".

Un problema con la máquina impidió extraer su piel y Ananías recuerda que su hijo había expresado la voluntad de donar hasta su piel, "luego de ver un programa de televisión en la que varias mujeres aparecían como monstruos".

El doctor lamenta que con los casos de ataques con ácido que se han registrado en distintas regiones de Colombia, esa piel "hubiera servido como vendajes para ayudar a la cicatrización de las víctimas".

"Si entregamos los órganos es porque nuestro hijo va a seguir viviendo", insiste doña Miryan, quien asegura que ha inventado una especie de teoría espiritual, para entender que "el Señor lo escogió joven" para evitarles más dolor.

Conversación sobre el dolor

Ha pasado el tiempo de las malas noticias, de las celebraciones religiosas, de las preguntas sobre el nuevo destino de su hijo. Ahora la conversación entre Miryam, Ananías y el médico Chacón tiene un tono distinto.

Ahora no duele tanto hablar de cómo es necesario que haya muerte cerebral para poder donar los órganos y que si hay paro cardíaco, sólo se pueden donar tejidos.

Y hace parte de la terapia para los esposos Magdaniel Lizarazo escuchar al médico mientras cuenta que cada año en Colombia se registran mil 100 lesiones neurólogicas. Como las de Mario, hay 500 muertes encefálicas y sólo se pueden extraer los órganos a unas cien personas.

"Es duro cuando la gente no quiere donar", relata el médico Chacón, quien incluso se ríe mientras cuenta que cuando murió Mario tenía preparado el "discurso que he repetido por años para convencer a las familias, pero la que le dio el discurso fue doña Miryam, quien ofreció la donación".

Y hay tiempo para inventar algo pretendidamente poético, cuando el médico cuenta que los órganos extraídos de un paciente son inmediatamente irrigados con una solución de preservación.

"Esa sustancia tiene un nombre muy lindo, se llama Custodión. Es como un ángel custodio que se encarga de preservar los órganos", dice el médico Chacón, que luego relata sin mayor emoción que esos órganos se meten en bolsas de plástico, se anudan en tres capas estériles y luego en una nevera con hielo se transportan al hospital en el que se realizará el trasplante.

Es posible hablar de las características de cada órgano, cuando el médico asegura que un corazón debe ser trasplantado cuatro horas después de ser extraído, un hígado 8 horas y un riñón, que es mucho más noble, entre 12 a 18 horas.

Como una obsesión los esposos siguen imaginando en qué cuerpo y en qué lugar estará ahora Mario, en virtud de la nueva vida que escogió.

"Ustedes me dijeron que la única condición era que el cadáver de su hijo fuera tratado con amor y respeto y lo tratamos como un príncipe", les dice el médico.

Y más allá de los cuestionamientos sobre la situación legal para donar en Colombia, sobre los problemas del sistema de salud e incluso del miedo por las denuncias sobre el robo de órganos, esta familia generosa y sencilla de Bogotá decidió aceptar la última voluntad de su hijo y entregar su cuerpo joven y vigoroso.

Una mujer católica y un hombre de origen wayú decidieron cambiar el destino final de su hijo para compartir el don de la vida.

"Peleé contra mi cultura ancestral que indica que el hombre nace completo y muere completo", afirma don Ananías Magdaniel, recordando el mito guajiro que enseña que el espíritu de los difuntos viaja hasta Gepirra (El Cabo de La Vela) en donde el alma se lanza al mar y se sumerge para cruzar a nado un orificio submarino debajo de un islote de piedra, tras lo cual el espíritu aflorará enriquecido y listo para iniciar su viaje a otro mundo.

Mario Francisco escogió su propio camino que lo tiene ahora en el lugar más sagrado que uno puede imaginar, el cuerpo de otros seres.