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La canción que desgarra el alma de la madre de una desaparecida

La Golondrina, la canción que es un himno para los mexicanos que no pudieron volver nunca más a su país, se ha convertido en el símbolo de la infinita tristeza de una mamá que hace seis años no sabe nada de su hija.

Esa es la canción que María del Carmen Morales le dedica a su hija Adriana Silvestre, desaparecida el 5 de abril de 2009, en el occidente de Bogotá.

Dedicar La Golondrina es uno de los rituales establecido cada madrugada de lunes, cuando se emite La Noche La Libertad de RCN La Radio.

Esta es la canción de quienes se van y viajan largo y me pareció bella y quiero compartirla contigo”, le dice María del Carmen.

Es evidente que no canta bien, pero lo hace con tanto sentimiento, que inevitablemente al final la interpretación se ve interrumpida por el llanto.

Cuando la canción la pone en el escenario de La Golondrina extraviada en el viento, cuando repara en que su hija es como esa golondrina, doña María del Carmen llora.

Como en la canción, ella está también “en la región perdida” a causa de la incertidumbre de no saber de su hija, por no tener la certeza de si está viva o muerta, de no saber si debe hablar en presente o en pasado.

Las despedidas

La historia de Las Golondrinas ha hecho que esta canción sea la escogida para las despedidas, sobre todo, esas difíciles en las que no se sabe si habrá regreso.

A dónde irá, veloz y fatigada
la golondrina que de aquí se va.
No tiene cielo, te mira angustiada,
sin paz ni abrigo que la vio nacer
”.

Pero en esta historia de desarraigo, no hubo despedida.

Ese cinco de abril me llaman de la casa y me dicen que Adriana no ha regresado y luego son las ocho, las diez, las once, las cinco de la mañana y no volvió”, relata su mamá en La Noche de La Libertad.

Varios días después se recuperó el vehículo en una estación de gasolina de la zona industrial de Montevideo, al occidente de Bogotá, pero de su hija Adriana no hay ni un sólo rastro.

Hay indicios que en el sitio estuvo un hombre alto del que no se conoce absolutamente nada y que según se supo, tampoco había concertado ningún encuentro con la joven abogada.

No hemos sabido nada, ni una razón, ni una llamada, no se ha podido encontrar el hilo que deshaga la madeja”, relata desconsolada.

Su dolor es evidente, mientras cuenta que la única respuesta a los mensajes que ha puesto en los programas para secuestrados como La Noche de La Libertad, ha sido la llamada de gente inescrupulosa para pedir plata.

Interiormente se repite ese fragmento de la canción que ha dedicado a su hija y que habla de su impotencia por hallar un rastro, una señal.

Junto a mi pecho hallará su nido
en dónde pueda la estación pasar.
También yo estoy en la región perdida
¡Oh cielo santo! Y sin poder volar.


Adriana la niña

Parodiando la canción, su golondrina sigue siendo una niña. “Es alegre, supremamente sensible ante el dolor ajeno, una abogada de la Universidad Nacional, especializada en resolución de conflictos y muy cercana a los temas sociales”, cuenta.

María del Carmen esta noche no solamente le quiere dedicar la nostálgica canción de abandono, sino que quiere enviarle mensajes tranquilizadores.

Si me escuchas, tu hijo está bien. Hace falta tu sencillez y tu alegría, haces falta en las reuniones familiares cargando a tu hijo y a tus sobrinos, que son lo máximo”, le dice.

El tema familiar es crucial en esta conversación imaginaria, en la que doña María del Carmen insiste en que Adriana “no pudo conocer a su sobrino”, que según su mamá, es “igualitico a ti, porque tiene los ojos grandes y tus mismos rasgos”.

No hay sino admiración por ella y su mamá reitera el buen humor que tiene y lo extrovertida que es, mientras insiste en que recuerda sus comidas en ocasiones especiales y le dice “que los cumpleaños sin ella no son lo mismo y que extraña los vinos y la música que compartían juntas”.

Y sigue hablando con su niña bonita para decirle que “hace falta el paseo a ver las vaquitas y las montañas en cercanías de Cota y de Chía” y que no entiende como “un ser excepcional que no le hizo mal a nadie, salió un día de su casa y nunca regresó”.

Y una vez más resuena el eco de la canción dedicada:

Ave querida, amada peregrina,
mi corazón al tuyo estrecharé.
Oiré tus cantos, bella golondrina
Recordaré mi patria y lloraré
”.

La fuerza

Ha terminado de llorar y de cantar la canción que le sale del alma y doña María del Carmen recobra el aliento para decir que no se puede quebrar y que debe seguir adelante.

Dice que a fuerza de lágrimas ha tenido que afrontar los momentos difíciles y “que tiene en el alma una especie de herida que limpia frecuentemente para poder seguir adelante”.

Han pasado seis años y doña María del Carmen dice no perder la esperanza a pesar de reclamar a quienes se la llevaron, “que necesita una prueba de supervivencia o que le digan que pasó y dónde está, si está viva para reencontrarse con ella o si está muerta para llevarle una flor”.

La Golondrina es ahora parte de su música y de sus mejores recuerdos.

Mi vida es hoy errante y angustiada
y ya no puedo a mi mansión volver
”.