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La desafortunada pataleta liberal

Fernando Posada


Por: Fernando Posada

Fue mucho más que una coincidencia que los liberales armaran toda una pataleta política pocos días después de que el presidente Santos entregara la terna para la Fiscalía y anunciara una serie de cambios en su gabinete ministerial que poco cumplieron con las demandas burocráticas del partido.

En medio de un nefasto espectáculo, dentro del Partido Liberal se dio la orden de remover el cuadro del presidente Santos de la galería de presidentes liberales. Todas las voces apuntaban con rabia al vicepresidente Vargas Lleras, quien al haber logrado incluir a Néstor Humberto Martínez en la terna para la Fiscalía le acababa de ganar ese ‘round’ político al liberalismo, partido con el que ha mantenido una pelea cazada desde hace ya varios años y que, contrario a lo que se pensaba, solamente se ha agudizado desde que hacen parte del mismo gobierno.

Pero fue después del remezón ministerial, que no cumplió con las demandas del Partido, cuando el senador Horacio Serpa anunció que el liberalismo se alejaría de la coalición de gobierno, contando con el respaldo de una buena parte de su bancada. Los liberales esperaban al menos quedarse con el Ministerio de Justicia como premio de consolación ante el hecho de no poder poner Fiscal propio.

Curiosamente, el Partido Liberal ya había tenido fuertes encontrones ideológicos con el Gobierno, tal como ocurrió con la oposición de ese partido frente a la venta de Isagén. Y a pesar de las amenazas de retirada luego de que su privatización se llevara a cabo, los liberales se mantuvieron firmes dentro de la coalición de gobierno. Ese precedente llevó a que algunos creyeran que una eventual salida del liberalismo de la Unidad Nacional sería poco probable. Pero las peleas al interior de los gobiernos rara vez se desatan por cuestiones meramente ideológicas, y lo que realmente determina las amistades y las peleas dentro de las coaliciones de gobierno son las cuotas burocráticas.

Sin haber sido incluido dentro de la terna para la Fiscalía y sin haber logrado poner nuevos ministros, el liberalismo quedó con la sensación de haber perdido una disputa con el vargasllerismo por decisión propia del Presidente, lo cual llevó a que los liberales hicieran pública su impresentable indignación. Pero en este caso no solo se rebelaron contra el Gobierno por no haber recibido cuotas importantes en los nombramientos recientes, sino porque, cual disputa envidiosa entre vecinos, no toleraron que Cambio Radical consiguiera más puestos que ellos.

Conociendo los antecedentes y conociendo ya la tradición histórica que ha mantenido el Partido Liberal, puede tenerse certeza de que no se va a ir del Gobierno, ni tampoco se acabará la Unidad Nacional. Tal vez el nombre sea cambiado y adornado con adjetivos que hagan alusión a la paz, pero la esencia burocrática seguirá intacta. Continuarán en manos liberales la gerencia del posconflicto y el Ministerio del Interior, así como otros liberales menos afines a las directrices de partido seguirán encargados de los ministerios de TICs, Defensa y Relaciones Exteriores. Y no existe la menor duda de que el liberalismo volverá a rendir homenajes a Santos y colgará eufóricamente el cuadro del Presidente en sus pasillos, si le son ofrecidos algunos cargos nuevos en el Gobierno.

Pero más aún, el Partido Liberal tiene claro dentro de sus cálculos políticos que su única posibilidad real de poder en las próximas elecciones depende directamente de lo que logre el partido desde sus posiciones de gobierno y particularmente, en el campo del proceso de paz. Los liberales volverán a buscar el protagonismo al lado de Santos en la medida en que los diálogos progresen, sencillamente porque necesitan tener crédito de lo que ocurra en La Habana, para ofrecérselo a los electores como logros suyos. El liberalismo tampoco tiene entre sus planes alejarse de la pantalla, dejando el escenario libre para que Cambio Radical sea protagonista. Eso sí nunca lo toleraría un vecino envidioso.