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¿Preguntar o no preguntar?

Formo parte del grupo de colombianos que considera que ya es hora de parar esta guerra absurda que sólo ha servido para sembrar de sangre y más pobreza este país. Como parte de ese grupo he visto con optimismo los avances en el proceso que se vive en La Habana.

Pero eso no me impide lanzar una voz de alerta por el peligro que puede aparecer para la democracia cuando a los periodistas no se nos da la posibilidad de preguntar y contra-preguntar sobre lo que se negocia en la mesa de diálogo.

Los voceros de la guerrilla han hablado y responden a la prensa con fluidez pero del otro lado de la mesa se ha establecido como método ya frecuente en este proceso que los negociadores escriben directamente los artículos para medios impresos y envían a radio y televisión declaraciones grabadas en donde no hay opción de preguntas ni precisiones.

Los voceros han respondido en privado que se trata de la confidencialidad de la mesa y del riesgo de que cualquier declaración pueda comprometer el desarrollo de los diálogos. Se entiende ese argumento porque no es de poca monta lo que está en juego: ni más ni menos que la posibilidad de lograr la paz. sin embargo, preocupa que quienes están sentados en esa mesa, no a nombre de un gobierno sino de un estado que nos representa a todos, no permitan a la prensa cumplir con su labor: preguntar, indagar, tratar de entender para poder comunicar bien.

Me pregunto a veces si ese es el precio que nos toca pagar a los periodistas por conseguir ese acuerdo porque todos tenemos que pagar algo si queremos alcanzar la paz. Pero el problema es que esto no es un asunto de gremio, ni de oficio porque cuando no se puede informar con claridad, cuando no se puede preguntar, lo que está en juego es el derecho a la información que tienen los ciudadanos. En un proceso de paz tal vez es importante que de vez en cuando los voceros que tenemos sentados en la mesa nos permitan indagar a nombre de los colombianos sobre lo que están pactando.

Y tal vez los periodistas no nos damos cuenta de lo peligroso que es renunciar al derecho más sagrado que tenemos: preguntar. ¿Renunciar a nuestro oficio en nombre de la paz?

Ojalá se logre ese acuerdo en La Habana, ojalá se acabe el conflicto por fin y ojalá no nos sorprendamos al final del camino por las preguntas que no hemos hecho y las respuestas que no nos han dado.