Cargando contenido

Ahora en vivo

Seleccione la señal de su ciudad

Cúmplame, maestrico

Juan Manuel Ruíz / Foto RCN La Radio



Hace varios años fui objeto de un linchamiento en redes sociales porque me atreví a criticar a una parte del gremio de la salud en una columna a la que bauticé “¿Médico o carnicero?” y que sirvió para que alguien propusiera, incluso, que me cortaran las manos para que no volviera a escribir.

En aquella columna lo que dije –y sostengo—es que la atención en algunos hospitales dejaba mucho que desear por cuenta del desgreño o desatención en la que incurren algunos de sus trabajadores, que son capaces, como lo presencié, de reírse a carcajadas, coquetear o comer con la boca abierta mientras un paciente agoniza a su lado.

Decenas de oyentes decepcionados con la atención en los hospitales me habían escrito para que investigara el tema. Lo hice, escribí la columna y ahí fue Troya. Viendo lo que ocurría en clínicas y hospitales, redacté el texto. Es más, ni siquiera el título de la columna era original, porque en su momento el propio Friedrich Nietzsche habló de algunos médicos desalmados como una suerte de carniceros, ya sin ninguna clase de sensibilidad hacia el dolor de sus pacientes.

Por supuesto: no todos, tan solo una minoría. Tengo parientes médicos y amigos médicos que son excepcionales y son la mayoría. Pero aún me pregunto por qué impacta tanto a un paciente el que un médico o una enfermera lo atiendan bien y cálidamente. Cuando eso ocurre, se vuelve toda una historia, una novedad. Debería ser la norma.

Sin embargo, ahora no quiero ocuparme de algunos de esos médicos, sencillamente porque reconozco que las cosas han cambiado, y para bien, sin que sean una maravilla. Además, tengo unos exámenes pendientes y aún recuerdo que algunos supuestos profesionales del gremio leyeron la columna en esa época y me escribieron con cierto tonito: “Por aquí lo esperamos, amigo”.

Mis personajes de hoy son los integrantes del gremio de los incumplidos, una asociación de facto que debería tramitar personería jurídica y nombrar voceros y personeros. Me refiero a los maestros de obra,  plomeros, tapiceros, mecánicos, talabarteros, zapateros, costureras, entre otros.

Negociar con ellos, transar con ellos, es prácticamente imposible y es un ejercicio absolutamente inútil. Siempre le van a dar a usted por la cabeza. Cuando un tapicero le dice que el mueble estará listo el jueves y le vale trescientos mil pesos, es porque en verdad estará listo veinte días después y le valdrá el doble, porque al destapar la tela vieja le encontró un comején del Brasil que no estaba en el presupuesto.

El mecánico, por su parte, habla en un sánscrito indescifrable que en la práctica traduce que le va a echar destornillador y alicate al carro y le va a encontrar dónde tiene el daño y si puede le añadirá o inventará dos más para equilibrar sus finanzas. Igual que cuando usted va a comprar una corbata: el vendedor le dirá que esa corbata solo le sale con tal camisa y que de paso se lleve el vestido. Muchos caen: "Es la economía, estúpido".

Cuando a usted le van a destapar el baño de la casa, el plomero le echará una primera mirada experta, luego lo analizará a usted –lo escaneará para medir su reacción y para calcular de qué tamaño es el marrano-- luego le dirá tres o cuatro cosas relacionadas con el daño y le dirá el costo del arreglo, que siempre será variable porque no se encuentran los repuestos, la bomba está oxidada o se le saltó el miple.

Y qué decir cuando usted emprende una obra de remodelación en la casa. Los costos iniciales se duplican, el cemento nunca alcanza –a veces se pierde como por arte de magia—hay que comprar más pintura porque ese muro se chupó dos galones, y no se sabía antes que había que comprarle una cera especial a la madera, que solo venden en la 80 o en el Siete de Agosto.

 

Y así.

 

Un economista me explicó que esta situación absurda se da porque esas profesiones que mencioné antes trabajan en la informalidad, a destajo, sin recibos ni facturas, y el personaje está obligado a decir que sí a todo, a comprometerse falsamente con fechas y presupuestos porque, sencillamente, así funcionan sus cosas.

La ventaja que tienen esas profesiones informales es que calculan sus tarifas a partir de la ignorancia del cliente, que siempre será enorme. No hay lugar para la confianza, la transacción profesional y justa, el precio correcto y apropiado.

Y lo mejor: nadie, absolutamente nadie, los meterá en cintura o castigará. El espacio es ancho para trabajar a su antojo.

Pienso que no está de más reglamentar algún día esas profesiones informales porque entre chiste y chanza se vuelve un martirio esta transacción en donde de antemano usted sabe que lo van a tumbar.

Por algo será que a muchos de ellos les dicen maestros.

 

PD: Bueno, hay maestros de maestros. Por ejemplo, los taxistas que aún con taxímetro y de frente lo tumban.