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Después de entrevistar a un capo

Foto: RCN Radio



En estos días en medio de la polémica que se ha generado por la “entrevista” de Sean Pean con el Chapo Guzmán, algunos han recordado la entrevista que le hice a Pablo Escobar hace 28 años cuando estaba en la clandestinidad. Me han preguntado sobre el dilema ético que significa entrevistar ilegales. Mi reflexión ha ido y venido en estas casi 3 décadas desde aquella entrevista porque en materia ética hay pocos postulados absolutos. Algunos son contundentes y no admiten discusión: no mentir, no tergiversar, tener distancia e independencia frente a todas las fuentes (legales e ilegales), verificar antes de publicar y no mezclar intereses personales a la hora de informar.

Pero más allá de algunos principios de fondo como esos y seguramente otros más, la mayoría de debates sobre ética periodística hay que verlos a la luz de sus circunstancias particulares. El tema para informar, el personaje que se elige como fuente, los datos que usamos, el enfoque de un trabajo, dependen siempre de mil factores que van desde los principios individuales del periodista hasta las realidades informativas y la política editorial del medio.

En mi caso, en esa época era demasiado joven y confieso que no me hice ninguna pregunta ética: había la posibilidad de una primicia entrevistando a Pablo Escobar y fui por ella. Con el paso del tiempo me he hecho preguntas sobre el grado de independencia que se puede tener cuando un reportero se enfrenta con una grabadora en la mano a un capo rodeado de hombres armados y un abogado asesorando, como fue el caso. Mis respuestas han variado en la medida en que he venido madurando y reflexionando mucho sobre el oficio. Hace 28 años, en mi primer trabajo de reportera me enfrente a uno de los hombres más buscados. No ha sido mi mejor entrevista pero tampoco la peor. Hice gran esfuerzo para preguntar lo que consideraba era pertinente, para batallar contra el miedo y mantener la distancia. Si logré un buen resultado o no, lo dejo para que otros evalúen. Hoy, si tuviera la oportunidad la haría de nuevo pero tal vez la haría de otra manera. El paso de los años nos va enseñando eso que solo se aprende después de mucho caminar en el oficio.

En el caso que nos ocupa: Ya es claro que lo de Sean Pean ni fue periodismo, ni fue entrevista y por lo tanto se sale de este debate. Ningún periodista serio aceptaría someterse a las condiciones que puso el Chapo para acceder al encuentro. Eso no se discute. Por eso propongo avanzar más allá de esta anécdota y pasar de nuevo a una pregunta que ya habíamos analizado en este espacio: ¿entrevistar o no entrevistar ilegales?

Hace un par de meses reflexionaba sobre esa pregunta porque se cuestionaba entonces  la validez de entrevistar guerrilleros mientras siguen en armas. Por considerar que es oportuno, ahora que aparece de nuevo el tema en nuestras reflexiones profesionales, reproduzco algunas de las ideas que planteaba entonces y que considero pueden aportar de nuevo en lo que ahora comentamos:

He entrevistado guerrilleros, líderes paramilitares y también al capo Pablo Escobar. He entrevistado a políticos corruptos, a delincuentes de cuello blanco y a asesinos ocultos de esos que no terminan en la cárcel. También he podido preguntar a genios, artistas, deportistas y seres anónimos con historias buenas y malas. Así las cosas, tal vez mi respuesta sería decir que sí se debe entrevistar guerrilleros y a todos los que sean fuentes válidas para contar una historia. Pero mi respuesta es que hablar con ilegales siempre es un dilema ético que resuelve cada quien. Yo, por ejemplo, que he hablado con ese amplio espectro de delincuentes de todos los pelambres no sería capaz de entrevistar a Garavito, el violador de niños, pero otros colegas piensan distinto. ¿Quién tiene la razón?”

Decía entonces en ese comentario hablando de las entrevistas a guerrilleros que hay algo que se debe proteger siempre: “la independencia de los periodistas para decidir en cada caso respondiendo al derecho de los ciudadanos a estar bien informados. Por supuesto que los periodistas nos podemos equivocar (pasa con demasiada frecuencia) o podemos acertar, pero cuando existe la censura o la autocensura peligra la democracia. El problema de entrevistar ilegales, como pasa con cualquier otra fuente, no es hacer la entrevista o no, sino qué actitud se asume ante ellos, qué preguntas se hacen y qué busca el periodista.”

Hoy agrego, además, que esa independencia no es solamente para decidir a quién entrevistar, es sobretodo independencia frente a la fuente. Y eso es clave ante los delincuentes pero también ante las fuentes legales a las cuales nos acercamos más de la cuenta con mucha frecuencia, sin notar el peligro que corremos. Cuántos colegas pierden la distancia y terminan compartiendo fiestas y borracheras con ministros, senadores y muchas fuentes más. Cuántos más piden todo tipo de favores y creen que esa cercanía no afecta sus decisiones a la hora de informar. ¿Será que es así? Una fuente es como una llama, demasiada cercanía termina quemando.

Concluía mi anterior comentario con una reflexión que repito ahora porque pienso lo mismo frente al debate desatado: “¿Entrevistar o no? Los dilemas éticos son dilemas porque no tienen respuesta única y en periodismo, son frecuentes las disyuntivas. Para quienes no ejercen este oficio es sencillo definir todo en blanco o negro, pero cuando se quiere hacer periodismo con rigor siempre hay que mirar más allá, batallar contra ideas preconcebidas, contra las propias creencias, escuchar lo que no nos gusta y lo que nos controvierte”.