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¿El fin de la intimidad?

Hasta antes de la irrupción casi totalitaria de las redes sociales, de twitter, facebook y otras hierbas raras, las cátedras de ética estaban llenas de conceptos apremiantes sobre lo íntimo, lo público y lo privado, y el debate se centraba en los límites para cada uno de esos ámbitos. El debate tomaba como ejemplo algún video de gente famosa en despliegue amatorio y feliz, que se vendía en las esquinas como pan caliente, y la trascendencia que había obtenido tras su aparentemente ilícita divulgación.

Por: Juan Manuel Ruiz

Hasta antes de la irrupción casi totalitaria de las redes sociales, de twitter, facebook y otras hierbas raras, las cátedras de ética estaban llenas de conceptos apremiantes sobre lo íntimo, lo público y lo privado, y el debate se centraba en los límites para cada uno de esos ámbitos. El debate tomaba como ejemplo algún video de gente famosa en despliegue amatorio y feliz, que se vendía en las esquinas como pan caliente, y la trascendencia que había obtenido tras su aparentemente ilícita divulgación.



Sin embargo, la multitud de cámaras de audio y de video en los celulares y en las alcobas –manipuladas directamente por sus propietarios, en forma de puesta en escena con apariencia de cortometraje o de selfie—está llevando a que ese debate se haya vuelto aparentemente irrelevante, y a que algunos proclamen el fin de la intimidad y la victoria de la libertad –la libertad total del cuerpo—por sobre todas las cosas.

Esta sociedad sacralizó los videos, es decir lo visual, es decir, lo que es real y ocurre al lado, en pleno vecindario, hasta el punto de que algunos noticieros de televisión parecen hoy más una edición extraordinaria del legendario Locos videos que una emisión de noticias. ¿Por qué? Quizás porque las noticias tradicionales parecían demasiado lejanas y etéreas y los videos, en cambio, parecen mostrar lo que existe, lo que acaece o sea lo que es.

Está claro cada vez más que quien hace un video lo graba para exhibirlo. Parece poco creíble que alguien grabe un video para guardarlo de recuerdo. La policía lo hace ya de forma rutinaria, la gente de manera morbosa o romántica. Pero lo que se graba, como un secreto, tarde o temprano será divulgado. Como el que lleva un arma: tarde o temprano la va a disparar.

No en vano las revistas Playboy y Penthouse colapsaron porque sus consumidores migraron a la red y ahora no solo tienen las fotos, sino la acción, el audio y el video. Y no la acción de famosos modelos inalcanzables sino de la vecina del barrio, la famosa girl-next-door que también sube su propio video y tiene más éxito porque es más real con sus gorditos y sus dientes separados que el perfecto maniquí. No hay nada que venda más que la intimidad: la propia y la ajena.

En materia de audio, el asunto no es diferente. Hoy en día no se puede hablar tranquilo sin la certeza de que no lo estén grabando. Lo pueden grabar desde la oficina del lado, o con el celular, o con un lapicero o con un llavero. O desde la DEA, el Mosad, desde el espacio o desde la Luna. Las opciones son múltiples y cada día se hacen más desarrolladas técnicamente hablando.

Se está configurando, a mi modo de ver, el fin de la intimidad y el nacimiento de una nueva era de nombre aún desconocido en el que el hombre se va a ver obligado a inventarse un nuevo espacio para esconderse incluso de sí mismo. Un espacio donde no lo puedan encontrar.