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Faltan poco menos de 4 meses para la primera vuelta de las presidenciales en Colombia.  Será el domingo 27 de mayo (aunque algunos analistas, con razón, creen que la verdadera primera vuelta será el 11 de marzo en la elección a Congreso). El candidato de la Farc es Rodrigo Londoño, Timochenko, que de gira por el país ha recibido insultos y agresiones en ciudades como Armenia y Cali. Seguirá ocurriendo. El candidato Londoño, cuya campaña es simbólica y no pasará del margen de error en las votaciones, tendrá que acostumbrarse a salir escoltado y esquivando los huevos y los tomates que continuarán lanzándole los manifestantes. Era previsible. Los señores de la Farc, que ahora llegarán al Congreso sin necesidad de votos, decidieron que serían los cabecillas de la organización los que representarían en el escenario público las ideas de su partido político. Muchos colombianos, millones tal vez, lo interpretaron como un desafío al país. Y se preguntan ¿por qué están haciendo política antes de pasar por los tribunales? ¿Por qué antes de pagar su condena? ¿Por qué antes de contar lo que saben? ¿Por qué antes de indemnizar a las miles de víctimas? Preguntas legítimas. Y que no tienen respuestas contundentes.

El punto crucial de la negociación en Cuba siempre fue la participación política de la guerrilla. Era inevitable que la Farc pidiera, antes de desmovilizarse, una participación efectiva en los procesos electorales. Lo que no era inevitable era el quién. ¿No podían los cabecillas de la organización dejar que se instalara la Justicia Especial para la Paz y que ellos pasaran por los tribunales antes de lanzarse como candidatos?

En el entre tanto, otros integrantes del partido político, que los hay, podían representarlos en las urnas. Ha sido, además, un error de cálculo político si es que algún día esperan ocupar un lugar en la política local. Ese desafío solo ha aumentado el odio que ya sienten millones y solo servirá para que los colombianos sigan creyendo que nunca se arrepintieron de sus actos. De manera que es comprensible que se interprete como una burla al país que los líderes de la Farc, esos mismos que ordenaron atrocidades durante los años del conflicto, sean candidatos antes de pasar por los tribunales. Y es eso lo que muchos le reclaman entre insultos a Londoño. A quien, de paso, le queda mal afirmar que todos los que protestan le sirven a los propósitos del Centro Democrático.

Porque incluso si ese fuera el caso, que no lo creo, la práctica de incitar una protesta de carácter político no está prohibida, ni es ilegal.

Londoño, con estas reglas del juego que jugamos, tiene tanto derecho a hacer política como los políticos de distintos colores a sabotear sus actos de campaña. Los señores dejaron las armas y las balas y entraron en el juego, con frecuencia sucio, de la política colombiana.

Diré, sí, que no puedo estar de acuerdo con la agresión física contra el señor Timochenko, que tirarle piedras y dañarle el carro, que no pertenece a él sino al Estado, es decir a todos nosotros, no los hace mejores personas. Cosa distinta ocurre con los insultos y los huevos y los tomates. Eso mismo ha tenido que soportar el senador Uribe Vélez, el presidente Santos y otros tantos políticos en distintos lugares del mundo.

El ejercicio de la democracia también incluye el derecho a la protesta, que por cierto es la única herramienta, junto al voto, que tienen los miles de ciudadanos que detestan a la Farc y lo que su imagen representa. 

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