Cargando contenido

Ahora en vivo

Seleccione la señal de su ciudad

La gente tiene ganas de irse

Juan Manuel Ruiz

Por Juan Manuel Ruiz Machado

Todo el mundo las tiene o las ha tenido. Llega un momento en la vida de la gente, por necesidad, desazón, deseos de progreso, aventura o por amor, en que irse se vuelve una pulsión, un instinto, un llamado del espíritu hacia un ideal, una perfección. Percibo que esta época, estos días frenéticos y disparatados, han aumentado esas ganas.

Y ha sucedido así, a lo largo de la historia; el contenido esencial de la Biblia en ese tema, por ejemplo, es el mandato de salir, ir y conquistar, ir y poblar el mundo. Y aunque es sabido que no por mucho andar en el desierto se llega a la tierra prometida, la gente lo sigue haciendo y lo intentará ahora y siempre.

No se trata de irse y abandonarlo todo, por supuesto que no. Son más bien las ganas de la gente de encontrar un sitio mejor para vivir, la promesa de ese sitio ideal. Incluso, como en la novela de Serrano, la posibilidad de hallar ese lugar donde no te conozcan: la idea de que siempre se puede comenzar de nuevo, así sea de ceros, lejos, sin la sombra del pasado.

Cuando voy a ciudades pequeñas, hermosas, se topa uno con las ganas de muchos de irse en busca de empleo. Y los que llegamos provenientes de ciudades gigantes nos quedamos con unas ganas tremendas de quedarnos. Regresa uno a la urbe, con una tristeza infinita y muchas preguntas.

Cada día conozco más casos de amigos que han tomado la decisión de irse de Bogotá. Profesionales muy calificados que han emigrado a Cali, Armenia o Ibagué. Que tienen hojas de vida interesantes, heridas de guerra refrendadas en logros y fracasos a los que llamamos experiencia. Querían ir a otro lugar, a mejores condiciones para ellos y sus hijos y así lo hicieron y lo están logrando.

También hay muchos que se fueron simplemente porque no aguantaron más. La capital colombiana parece cubierta desde hace unos años por una nube de pesimismo que no se quiere mover, que te sigue como una sombra a todas partes. Lo que se ve todos los días produce mucha desazón y desesperanza.

Veamos casos. El tristemente célebre "deprimido de la 94", es uno. Comenzó en la administración de Samuel Moreno y lo van a entregar casi ocho después. Costaba 48 mil millones y terminó costando más de 170 mil: ¿cómo será entonces cuando empiecen a construir el metro? ¿Cuánto va a durar? ¡De por Dios, la ciudad en obra negra eterna!

Y a eso súmele la batalla campal de taxistas contra Uber, asaltos masivos en el SITP, colados descarados en Transmilenio, calles llenas de troneras, paseos millonarios, contaminación ambiental y auditiva, espacio público invadido, parques llenos de popó, puentes que huelen a orines, trancones monumentales para ir de un lado a otro, en fin.

Es un panorama doloroso. Y duele más cuando uno le debe tanto a Bogotá. Porque en esta ciudad uno encuentra siempre, siempre, un pan sobre la mesa, un plato de sopa caliente para saciar el hambre. Pensar en irse de Bogotá es como abandonar ese viejo amor de la vida con el que se ha sufrido tanto pero al que tanto se ha amado.

Pero sucede en otras ciudades y lugares, en otras proporciones y por múltiples razones. Los que se van del país en busca de oportunidades son muchos. No importa dónde se llega, lo que vale es emprender la aventura, cambiar de cultura, de ambiente, arriesgarlo todo con tal de encontrar ese espacio vital que te deja ser libre y feliz a tu manera.

El siglo XXI más que ningún otro es el de la gente que viaja, el de los inmigrantes. Es el de las ganas de irse. Llega un momento en el que no se resiste más, en que ya no es posible soportar. El hombre es en esencia un viajero impenitente que huye de la sombra del agobio y el hastío. Algún día hay que dejarlo correr, sin miedo. Seguro encontrará provisiones en el camino, agua y pan para celebrar.

La gente quiere irse. Eso percibo. Los privilegiados, los que están bien en sus trabajos y hogares, quieren que sus hijos se vayan. Que busquen progreso, lugares, metas. Que cumplan sus sueños. Irse es otra forma de solar, así no siempre se encuentre oro. Es cuestión de perder el miedo, ese animal ponzoñoso que tantas veces se atraviesa en el camino.