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¿Cuál comunismo? No nos engañemos

Fernando Posada


Por: Fernando Posada

Uno de los argumentos que más fuerza ha tomado entre quienes votarán por el ‘No’ en el plebiscito, enuncia que con la participación política de las Farc, el país quedará en manos del modelo comunista que la guerrilla promueve. Esta tesis ha sido replicada por varios dirigentes, generando confusión y pánico entre la ciudadanía. Pero lo que demuestran diversas experiencias a lo largo de la historia es que luego de adaptarse a las reglas de juego de la democracia, los grupos insurgentes que se convierten en partidos adoptan posiciones ideológicas intermedias, abandonando las premisas más radicales.

No en vano, uno de los procesos más interesantes de observar a lo largo de las negociaciones de paz fue la transformación del discurso de las propias Farc, que históricamente habían buscado imponer en el país un modelo comunista similar al cubano. Sin embargo, durante los diálogos de La Habana, las Farc removieron de toda su agenda la tesis que fundamenta el comunismo: la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción.

Incluso en el acuerdo en materia agraria las Farc abandonaron su antigua premisa de repartir de manera equitativa las tierras que hoy están en poder de los grandes terratenientes. Ningún punto del acuerdo final pone en duda el futuro de la propiedad privada en Colombia, ni la instalación de un sistema político distinto al actual. Pero hay quienes todavía quieren hacer creer que las Farc van a llegar al poder para implementar en Colombia un modelo ‘castrochavista’ similar al de Venezuela o Cuba, pues el miedo es un útil mecanismo para manipular a la población.

Olvidan quienes predican esa improbable transición del sistema democrático colombiano hacia el totalitarismo comunista, que ningún proceso de paz en la historia moderna ha conducido a un cambio de régimen de ese tipo. Los tres casos más emblemáticos de ese modelo han tenido lugar como resultado del triunfo de revoluciones que han derrocado el orden institucional previo: la de Rusia en 1917, la de China en 1949 y la de Cuba en 1959. Aquí ocurre precisamente lo contrario, pues un acuerdo de paz protege las reglas de juego del Estado y lo que busca es incorporar dentro de la legalidad a quienes antes formaban las filas de la insurgencia.

También está históricamente demostrado, y solo es necesario un breve repaso de los acuerdos de paz más emblemáticos de la historia para comprobarlo, que al abandonar las armas, las guerrillas que se convierten en movimientos políticos pasan por procesos de moderación en sus discursos, haciéndose menos radicales. Esto tiene dos razones fundamentales. La primera es que al aceptar las reglas de juego de la institucionalidad, los grupos insurgentes pasan de ser actores que buscan instalar un nuevo sistema, a una organización que reconoce la existencia y la legitimidad del estado, por lo que adapta sus objetivos a las posibilidades que ofrecen las vías legales. Por otro lado, al convertirse en estructuras que buscan representar sectores de la ciudadanía, las guerrillas terminan convirtiéndose más incluyentes en sus tesis, con el fin de aumentar el número de potenciales votantes. Los programas flexibles atraen más electores que las premisas del radicalismo.

La instauración de un régimen comunista no es el resultado de las reformas políticas acordadas para la terminación de un conflicto entre dos actores donde no hubo un ganador. Este tipo de sistemas han sido impuestos luego de la victoria militar de sus promotores sobre un estado. En cambio, como ya se ha mencionado, lo que la experiencia histórica ha demostrado es que las guerrillas comunistas al entrar en la dinámica electoral cambian sus premisas radicales por tesis que les permitan ampliar su desempeño como partido.

Las diez curules en el Congreso que durante dos periodos legislativos serán asignadas al movimiento conformado por desmovilizados de las Farc, les entrega la condición de minoría con pocas facultades para incidir en la elaboración de políticas públicas. Con una participación tan pequeña en el Congreso, las Farc no tendrán ninguna posibilidad de transformar el sistema político y económico del país. También cabe recordar a quienes ven con temor la posibilidad de que un líder de las Farc llegue al poder, que la guerrilla reporta niveles de popularidad inferiores al 10% en las encuestas. Y llegar al poder con tan poco apoyo es imposible.