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La paz en Colombia: la cuarta es la vencida

Fernando Posada


Por: Fernando Posada

Tres procesos de paz con las Farc en el marco del conflicto armado, generaron ilusiones entre los colombianos a lo largo de las décadas. La firma del acuerdo de La Habana representa el primer pacto alcanzado en su totalidad con esa guerrilla y buena parte de ese éxito está en las enseñanzas que dejaron los fracasos de los diálogos anteriores, y los nuevos mecanismos que los negociadores decidieron utilizar para superar esos fantasmas. Los acercamientos en La Uribe, Tlaxcala y El Caguán plantearon lecciones clave para la terminación de la guerra en Colombia.

Luego del rotundo fracaso del Caguán, la credibilidad en el mecanismo de la paz negociada se perdió casi por completo entre la población y la opinión pública colombiana. Los años siguientes todos los esfuerzos para solucionar el conflicto entre las Farc y el Estado colombiano fueron trasladados al campo militar, con el objetivo de derrotar por la vía de las armas a las guerrillas. Sin embargo, a pesar de la monumental inversión y del apoyo decisivo del gobierno estadounidense, diez años de intensos combates no permitieron acabar con la insurgencia.

Cuando en 2012 fue oficializado el proceso de paz con las Farc en La Habana, la ciudadanía recibió con escepticismo los diálogos. El fracaso histórico en tres ocasiones le daba la razón a quienes se oponían o desconfiaban de la voluntad de la guerrilla. Sin embargo, tres decisiones determinantes fueron tomadas desde los primeros acercamientos, para evitar decepciones como las anteriores.

En primer lugar, realizar las conversaciones desde su inicio en el exterior, mantuvo a los negociadores lejos de la presión y de la agitada política colombiana. Durante las conversaciones del Caguan y La Uribe, los delegados estuvieron todo el tiempo al alcance de los medios de comunicación, lo cual aumentó la fricción y la polémica entre las delegaciones. Al mismo tiempo, tener como sede a Colombia significó una exposición permanente del proceso de paz a la visita de representantes políticos, sociales y del sector privado, quienes con el deseo de aportar y figurar, contribuyeron a la pérdida constante del horizonte, mientras buscaban incluir temas de menor relevancia en la mesa. La discusión por fuera del país le entregó a los diálogos una dosis de hermetismo necesaria para que éstos fueran ágiles y dinámicos.

Por otro lado, fue determinante para el éxito del proceso de La Habana la elaboración de una agenda concreta, que abarcaría los problemas más grandes evidenciados a lo largo del conflicto. Todo lo anterior partiendo de la base de que nada estaría acordado hasta que todos los puntos fueran firmados, quizás el pilar fundamental de estos acuerdos. Además se estableció desde el comienzo que la agenda no podría ser modificada, lo que evitó el desgaste que en otras ocasiones había ocasionado el intento de incluir nuevos puntos. En otros casos las delegaciones negociaron tesis abstractas y extensas, que en gran medida dilataron la firma de un acuerdo final.

Pero así como la agenda ha sido sumamente concisa, también fue limitada la participación de negociadores, dejando por fuera de la mayor parte del proceso a los políticos elegidos popularmente que deseaban participar en la mesa. Este último punto contribuyó a mantener la confianza entre los dos equipos delegados, y además ha reducido la influencia de los políticos en el curso de los diálogos.

Desde la disciplina de la construcción de paz es posible comparar los acuerdos e intentos de distintas naciones para alcanzar el fin de los conflictos. Al mismo tiempo es posible aprender de los errores en los diálogos, para construir procesos más eficientes y con menores posibilidades de fracasar. Visto desde esa perspectiva, el éxito de la negociación entre el Estado colombiano y las Farc es también el resultado de varios intentos que aunque fallidos, enseñaron lecciones valiosas sobre qué debe hacerse y qué debe evitarse para conseguir el fin de una guerra.