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Lo que el portero me contó

Por Juan Manuel Ruiz

Quedé inquieto con esa muchacha que me montó charla a las cinco de la mañana en la amplia recepción del edificio, bastante bonita y fresca, pero un poco feliz para la hora, picarona para el frío y la lluvia, y demasiado amable. Me indagó si ya me iba para el trabajo, por qué iba vestido así y me deseó un buen día. Le respondí con cortesías, me subí al carro y me fui.


 Cuando la vi estaba conversando con el portero del edificio. Por eso, apenas tuve la oportunidad le pregunté a él mismo, que ya estaba en otro turno, quién era esa joven con la que estaba charlando el otro día y en cuál apartamento vivía. Me dijo que no, que ella no vivía ahí, que había llegado con un residente extranjero y que cuando yo me la topé estaba esperando el Uber que la llevaría de regreso, quién sabe a dónde o con quién.


 De modo que las prepago también viajan en Uber, me enteré. Y de paso supe que los fines de semana en decenas de edificios del norte, habitados principalmente por extranjeros, la fiesta es grande y el desfile de prepagos y de carros particulares transportándolas es notorio, hasta el punto de que los vigilantes tienen que pasar por la pena de llamar al residente para que confirme que la dama puede salir, no vaya y sea que haya cometido un crimen y esté emprendiendo la fuga.


 De paso supe que en tres apartamentos del segundo, quinto y octavo pisos fuman marihuana como en un camping de hippies, que a una señora muy ilustre que fue funcionaria le embargaron el apartamento, uno del sexto le casca a la mujer todos los viernes que viene a Bogotá, y que hace como un año hay un Lamborgini estacionado en el garaje sin que nadie lo haya sacado a dar una vuelta.


 Él sabe también que hay una jovencita muy bonita que todas las noches se emborracha, que en el edificio viven muchas parejas sin hijos, que al que ponía música a todo volumen y se asomaba a gritar por el balcón lo multaron y lo echaron --¿se acuerda?—, que hay por lo menos seis residentes con entrenador personal y que no ha habido robos por lo menos en tres años.


 Me dijo también, otro día, ya tomando tinto como dos cuates, que se le estaba saliendo la piedra porque él trabajaba todo el día y le pagaban poquito y en cambio a los guerrilleros les iban a poner un sueldo de un millón ochocientos, que por lo menos veinte residentes estaban colgados en las cuotas de administración, y que hay un señora como de cien años que vive sola y cuando sale a dar una vuelta a la cuadra sale llorando.


 Además relató que lo que más piden los residentes es pizza, pero varios piden sushi, unos cuantos MacDonalds y otros Kokoriko, y que muy pocos pedían corrientazo a alguno de los restaurantes cercanos por la sencilla razón de que no había casi nadie a mediodía y los domicilios eran nocturnos.


 También me informó que Peñalosa no había salido con nada, que todo había sido puro cuento con tal de ganarle a Petro, que Santos era peor que Uribe, que menos mal por acá no había hinchas de Millonarios ni Santa Fe, y que el otro día le habían cortado la luz a un señor que vivía solo y que al parecer era importante pero no tenía trabajo.


 Me dijo que muchos de sus compañeros llegaban en bicicleta porque el transporte público estaba muy caro y muy malo y además muy demorado, que Maduro se iba a caer, que Trump era un señor lo más de chistoso, que Zidane odiaba a James porque le tenía envidia, que en Usme estaban atracando unos tipos vestidos de negro y con capuchas, y que en escuelas del distrito había niños que llegaban armados a las clases.


 Me contó además que Pachito Alerta es su ídolo, que no le gustaba el reguetón, que hace tiempo no se tomaba un trago porque el trabajo se lo impide ya que casi no descansa, que él hace mercado completo con cuarenta mil pesos en una plaza que le queda cerca a la casa, y que sí, que lo que más le disgustaba de su trabajo es que había residentes que creían que los porteros eran sus esclavos o sus sirvientes y que eso no era así.


 Yo, que no tenía mucho que decir, solo le dije que los porteros ya no se llamaban porteros, que ahora eran asistentes de seguridad y de servicios generales, por cuanto su papel es crucial en la buena marcha del edificio y no se limitan a abrir y cerrar puertas, sino que además saben todo de la vida, de la política, de quién dijo qué y a quién, del precio del dólar, y le cuentan a uno lo que pasa y de paso lo oyen a uno con sus problemas, sus quejas y sus preocupaciones. Algunos de ellos tienen el don del consejo, y son capaces de arreglarle a uno el día con una carcajada o un saludo efusivo que lo hace sentir a uno como si fuera importante.


 Pero, añadí, los asistentes de seguridad y de servicios generales manejan un poder inmenso, el inmenso-poder-de-la-información al que tantas películas y libros le han dedicado los hombres. Todo lo ven, lo analizan y lo concluyen con sorprendente facilidad. Son, a mi juicio, el mejor medio de comunicación para saber lo que pasa en el mundo. Por eso le deseé suerte en su nuevo trabajo.


Él se rio y me dijo que ahora que lo trasladaban a otro edificio se iba a hacer respetar más y le iban a pagar más, y que en todo caso con todo lo que yo le había dicho que él era y que él sabía, estaba listo, en caso tal, para meterse a periodista por si no tenía otra opción.


Exacto, le dije, exacto.