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'Narcos', o el ocaso de una sociedad

Fernando Posada


Por: Fernando Posada

A pesar de todos los estragos que causó el narcotráfico en cada una de las esferas de la vida en Colombia, todavía es poco clara la determinación de la ciudadanía de cerrar para siempre ese capítulo de terror. La dramatización de la vida de los mafiosos, que tradicionalmente ha presentado como románticos los motivos que los llevaron a la vida del crimen, recuerdan las palabras de un Nietzsche al borde del delirio que advertía que la idolatración de lo nefasto marcaba el comienzo del ocaso de una sociedad.


Intentando dejar a un lado mis prejuicios y mi vulnerabilidad como colombiano ante el tema, terminé en un solo día la nueva temporada de la producción ‘Narcos’ de Netflix, que relata una fantasiosa versión sobre la caída de Pablo Escobar, llena de incongruencias y de historias poco fieles a la realidad. Pero el decepcionante balance de la serie no se debe a la alterada cronología, que cambia todo el orden de los sucesos que de primera mano vivimos los colombianos, ni a la insufrible colección de clichés de la acción hollywoodense. La crítica en este caso debe hacerse desde el fondo y trascendiendo las formas de la serie.


El efecto perverso de llevar a las pantallas la vida de un narcotraficante o de un criminal, es que la audiencia queda atrapada dentro de una dialéctica confusa en donde son mezclados los terribles hechos históricos con las dinámicas naturales de la televisión. Así, por ejemplo, el público termina observando con emoción una inventada historia de amor de un mafioso, entregándole una connotación heróica a una vida que nada tuvo de romántica, o admirando aspectos de su ficticia vida familiar.


Y es en medio de esas contradicciones que la ciudadanía inconscientemente legitima las acciones de los personajes más perversos. Oye uno que Escobar era un buen tipo en el fondo y trataba de darle lo mejor a su familia. Que había nacido en medio de dificultades y dada la falta de oportunidades, tomó casi obligado el camino de la ilegalidad. Que sí, era un monstruo y un asesino que degradó para siempre los valores de un pueblo perseverante, pero también intentaba ser un padre de familia entregado.


Es por cuenta de esos ficticios dilemas, presentados desde los marcos románticos y trágicos de la tradición teatral, que la ciudadanía termina aprobando la violencia utilizada por los villanos, cuando se identifica y siente ternura hacia los motivos que los llevaron al crimen. Desde la leyenda medieval de Robin Hood, se pueden trazar los orígenes de esta mala y antigua costumbre que ha dejado en la humanidad un perverso mensaje: que los principios pueden moldearse de acuerdo con la ocasión y que quien comete un crimen alegando un fin noble, tiene más razones para merecer el perdón colectivo.


Debe ser dicho, eso sí, que la serie ‘Narcos’ se enfoca más en contar la realidad de la crueldad de los métodos de la mafia que cualquiera de las demás producciones nacionales e internacionales sobre Escobar. Sin embargo, las dinámicas propias del teatro hacen necesaria cierta humanización, en este caso con uno de los personajes más inhumanos de nuestra historia, para poder ofrecer una experiencia trágica y llena de dilemas desde todos los niveles.


La producción ‘Narcos’, que en nada resulta ser fuera de serie, vuelve a golpear a una sociedad que sin demasiado éxito ha intentado cerrar el sangriento capítulo del narcotráfico. Las pantallas crean ídolos y quizás sea necesario replantear el lugar desde el cual debemos recrear episodios de nuestra historia, lejos de ese esquema que entrega prevalencia al pícaro sobre el virtuoso. Mirar por primera vez desde los ojos de las víctimas podría bien ser un nuevo comienzo.