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¿Es verdad que los millennials no sienten miedo?

Juan Manuel Ruiz


Por: Juan Manuel Ruiz

He encontrado una diferencia fundamental entre la gente de mi generación –es decir, los que nos acercamos a los 50, al medio chorizo— y los famosos millennials, esos personajes brillantes, inquietos, impredecibles y a los que, definitivamente, no logro entender bien. Y esa diferencia es que, creo, los “muchachos de hoy” no sienten miedo.

Lo digo porque tengo contacto con muchos de ellos de manera permanente por razones del oficio y en las conversaciones siempre surgen el arrojo, la valentía, la inmensidad y la totalidad de los sueños que los caracterizan, en comparación con la responsabilidad, la planeación, la dosificación que a muchos de los de mi generación nos inculcaron.

Estos millennials, tal y como yo los percibo, no se ponen límites, no padecen de la maldita pensadera que a otros sí nos atacó; es decir, ellos sí que aplican aquello de que “el que piensa, pierde”. Son arrojados. Y conscientes de sus actos. Por ejemplo, en asuntos de amores, indistintamente de si son hombres o mujeres, inician sus relaciones sin tanta prosopopeya y las terminan con un chat.

Lo que más resalto de esos jóvenes es su independencia y, además, insisto, su osadía. Eso los hace menos propensos a las reverencias y a las idolatrías. No le comen cuento a nadie: sea el papá, el jefe o el profesor. Pueden llegar, incluso, a la crueldad cuando toman decisiones radicales o definitivas.

Ellos tienen su criterio, y son muy selectivos con lo que les gusta. Por eso es que uno sufre tanto cuando los encuentra a lo largo del día atravesando por frecuentes estados de mamera. Otros viven con mamera permanente. ¿Qué los motiva? A veces da la impresión también de que nada de lo que nuestra generación hace o dice les gusta, ¿o serán vainas mías?

Eso es lo que no alcanzo a entender bien. Por supuesto que los motiva la tecnología; arrasan con todo aparato que esté a su alcance, configuran y desconfiguran lo que tengan en las manos con orfebre habilidad, y conocen los caminos clandestinos y sinuosos mediante los cuales son capaces de alcanzar o penetrar cualquiera de los misterios del famoso ciberespacio.

¿Los motiva el amor? Pero es que en ellos –parece— es tan corto el amor y tan largo el olvido… ¿Los motiva el futuro? Por lo menos no los inquieta. El mundo está abierto para ellos. Antes de los quince años ya han salido varias veces al exterior, mientras que en mi generación esa era una tarea para la veintena. Los millennials viajan. Esa parece ser su pasión.

Laboralmente son muy inquietos y creativos y están “hiperinformados”. Dan razón de cosas que a otros nos resultan inverosímiles y siempre nos llevan a preguntar: “¿Y esa vaina dónde la vio o dónde la oyó?”

El gran problema que yo veo en estas diferencias entre las generaciones que he descrito, es que nos estamos distanciando unos de otros más de lo que ocurría en el pasado; antes, creo, unos sucedían a otros en una especie de circuito natural de las cosas. Ahora no: ellos van aparte, como militantes de otra tribu que no avanza necesariamente hacia la tierra prometida.

De allí que los que trabajamos en artes y oficios tradicionales aparezcamos tan sorprendidos o despistados a la hora de ofrecer nuestros productos para ellos. No sabemos exactamente qué hacer. Parece que vamos diagnosticando mejor el asunto cada día, pero no encontramos la solución para ese problema de “conectividad” entre generaciones. ¿Qué es lo que hay que hacer?