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Un innecesario plebiscito

Fernando Posada


Por: Fernando Posada

El probable escenario en el que el rechazo de los colombianos hacia lo pactado en La Habana se convierta en mayoría, es un fantasma que pone en jaque los anhelos de paz de gran parte de la ciudadanía. Muchas dudas genera la cantidad de maniobras que tendrá que hacer un gobierno con poca popularidad para ganar un proceso electoral crucial para el país, que es ante todo innecesario, pues el Presidente tiene todas las facultades constitucionales para implementar lo pactado con las Farc.

Los verdaderos estadistas y los más visionarios gobernantes saben que hay decisiones determinantes para el bien común y que no deben ser llevadas a las dinámicas de las elecciones y de la politiquería. De haber sido sometidos a votación temas imprescindibles para las libertades humanas como la abolición de la esclavitud o la garantía de derechos políticos sin distinción de raza o género, es posible que estos proyectos hubieran fracasado.

¿Qué tal si fueran decididos desde las urnas temas tan fundamentales para la ciudadanía como el aumento del salario mínimo o la cantidad de impuestos a ser pagados? Ni hablar del disparate que causaría, por solo citar un caso hipotético, que desde las urnas fuera planteada la posibilidad de acabar con una corporación como el Congreso, tan desacreditada pero también tan importante. No todos los asuntos cruciales para un pueblo deben ser consultados, puesto que la democracia obedece a las lógicas de lo popular y lo mayoritario, mientras que algunas decisiones de cuya aprobación depende el futuro de una nación no generan tanta simpatía.

La democracia es hasta ahora el sistema de participación más perfecto que la humanidad ha conocido, pero aún en medio de todas sus virtudes, tiene también sus debilidades y sus puntos frágiles. Nada garantiza que una decisión tomada por las mayorías sea la más conveniente para el destino de un Estado. Además no deja de ser una utopía pensar que los electores llegarán a las urnas perfectamente informados sobre un tema tan trascendental, y no influenciados por la repetición sistemática de mentiras y de eslóganes populistas de campaña.

Fue así, por ejemplo, que los ciudadanos del Reino Unido avalaron la salida de la Unión Europea, una decisión cuyos impactos se irán dejando ver lentamente. Y también es así como hoy el mundo ve con terror la posibilidad de que una mayoría permita la llegada de Donald Trump al poder: hay veces donde las peores decisiones también son las más democráticas.

A pesar de que desde lo personal apoyo el proceso de paz desde su día cero, porque estoy convencido de que es una posibilidad histórica y sin igual para acabar con un siglo de violencia permanente, también tengo serias dudas sobre las maniobras que tendrá que hacer el gobierno Santos para ganar unas elecciones tan riesgosas, padeciendo a su vez de tanta impopularidad.

¿Es suficiente el apoyo que tiene el Gobierno para permitirle ganar unas elecciones sin tener que utilizar como plataforma las instituciones estatales? ¿Saldrán los buses repletos de votantes en todas las regiones del país sin que sus líderes le pidan algo a cambio al Gobierno? ¿Qué tantas cuotas dentro de la burocracia estatal tendrá que entregar el Presidente a cambio de que los ‘Ñoños’ y los Musas pongan a su servicio todas sus maquinarias electorales?

El costo burocrático del plebiscito por la paz será de proporciones inmensas. Pero además resulta increíble que se aproxime un desgaste electoral de semejante dimensión sin una razón de ser lógica y legal. Someter los acuerdos de paz a una consulta popular no es algo más que un capricho, sin duda bien intencionado, pero que podría salirle muy caro a un pueblo, que parece tener muchas dudas a la hora de aceptar una posibilidad real de paz.