Cargando contenido

Ahora en vivo

Seleccione la señal de su ciudad

Estudio revela cambios de la paternidad durante los últimos 100 años: del maltrato a la permisividad

Foto Ingimage


Si bien, el fin último y tradicional de la figura paterna siempre ha sido la de educar y formar a los hijos a través de la figura de la autoridad, un estudio de la Universidad de La Sabana evidencia que en los últimos 100 años se han empleado diferentes estrategias para lograrlo, actitudes que van desde la agresividad y el sometimiento hasta la tolerancia, el diálogo y el amor.


La primera generación, padres de 65 años en adelante, basaron sus relaciones familiares en patriarcados, en el que solo por el hecho de ser los “hombres de la casa” y además únicos proveedores del hogar, se sentían con el derecho de ejercer como fuera el poder sobre la esposa y los hijos.


“Él era el único que podía gastar el dinero, disponía libremente de la voluntad de los hijos y la mujer, solo él trabajaba y por su puesto era quien mandaba. La esposa, al contrario, tenía que someterse a lo que él dijera e hiciera”, afirmó Andrés Cano, profesor investigador del Instituto de La Familia de la Universidad de La Sabana y director del estudio.


Por lo general, este tipo de padre podría llegar a ser violento o agresivo, especialmente si veía amenazado el poder que ejercía sobre su familia, ya sea porque se le cuestionaba o desobedecía.


La segunda generación fue cuestionada por los hijos, la pareja e incluso el Estado ya que venían con una herencia muy fuerte de sus padres, donde fueron educados a punta de rejo y correazos; vivieron en carne propia la aplicación del refrán que dice: “La letra con sangre entra”, creencia que se implementó en una educación muy tradicional.


Sin embargo, se encontraron con otra realidad y comenzaron a recibir unos mensajes contrarios a sus pautas de crianza o por lo menos a como ellos fueron educados. El Estado comenzó a diseñar políticas para proteger a la primera infancia y la revolución femenina que, entre otros logros, permitió que las mujeres trabajaran, hizo que se sintieran desplazados.


La tercera generación, los padres más jóvenes, se inclina hacía lo racional y teniendo en cuenta que la mujer ya tiene mucho más claro su papel de proveedor, comienzan a aceptar voluntariamente estos cambios.


Por ejemplo el cuidado de los hijos, el hecho de compartir las tareas del hogar e incluso ya perciben como algo negativo el hecho de castigar o reprimir físicamente a los niños.


Pese a que aceptan estas condiciones o tareas de forma voluntaria, no saben cómo llevarlas a cabo y viven en medio de la zozobra porque desconocen cómo realmente ser buenos padres; sin embargo, reemplazaron la fuerza por el diálogo, los golpes y, poco a poco, fueron ‘desnaturalizando’ el castigo.