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Protestas Bogotá
RCN Radio

Un mes después, los colombianos siguen en las calles desafiando el virus y la represión policial. Las protestas que comenzaron el 28 de abril contra más impuestos destaparon, según analistas, una fuerza infatigable: la de los jóvenes herederos de una violencia anacrónica empobrecidos por la pandemia. 

Van 43 muertos y más de 2.000 heridos, según cifras de la Fiscalía y el ministerio de Defensa. En 17 de los casos el ente investigador ha establecido un nexo directo con las manifestaciones. 

Pero Human Rights Watch asegura haber recibido denuncias creíbles de hasta 63 fallecidos en el marco de las protestas. José Miguel Vivanco, director para las Américas de esta organización dice haber confirmado "que 28 de estas muertes (26 manifestantes o transeúntes y dos policías) tienen relación con las manifestaciones". 

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Colombia completa cuatro semanas de tensiones y violencia: en el día las protestas son pacíficas y creativas y en la noche llegan los disturbios, los disparos y las batallas campales con la fuerza pública.

Un malestar inédito que se siente con intensidad en las capitales, donde arden barricadas en rechazo a los abusos policiales, o que se expresa en los bloqueos viales, que causan desabastecimiento y exasperan a un sector de la población. 

El gobierno, pese a sus ofrecimientos, no consigue desactivar una crisis que tampoco amenaza con tumbarlo. Hay un frente visible de la protesta que dialoga con autoridades, pero que no representa a todos los inconformes. 

Para algunos expertos, estas movilizaciones son distintas. "Colombia está en proceso de volverse un país latinoamericano, no un país desarrollado, sino un país con conflictos urbanos. Eso es parte de lo que está estallando: una fuerza muy grande de jóvenes de la ciudad que están descubriendo la política", señala el académico Hernando Gómez Buendía, autor del libro "Entre la Independencia y la pandemia".

El Banco Mundial sitúa a Colombia entre los más inequitativos en ingresos y de mayor informalidad laboral en América Latina, y durante medio siglo el conflicto con las Farc eclipsó el país desigual, militarmente fuerte pero débil en la atención de demandas sociales. Y además políticamente conservador, donde la izquierda jamás ha conquistado la presidencia, pese a tener una Constitución de avanzada.   

El acuerdo de 2016, que desarmó a la que fuera la guerrilla más poderosa del continente, terminó con una guerra "anacrónica", que envejeció en el campo a espaldas de las ciudades y sus nuevas generaciones. Aunque el narcotráfico todavía alimenta los rescoldos de la violencia, cuando las calles gritan pocos aún creen que lo hacen presionadas por la insurgencia. 

"Hay un sector activo que por mucho tiempo permaneció excluido de la política, de la fuerza laboral y ahora del sistema educativo, y que se hartó de que lo excluyan. Ese sector es el que se está manifestando en la calle", afirma Sandra Borda, politóloga y autora del texto "Parar para avanzar".

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Nadie imaginaba que estas protestas contrapuestas, que cambian de bandera o reclamo conforme se mueven en el mapa, podrían durar tanto. Sin embargo, Borda descarta que este país se adapte a un estado de agitación permanente.

"La protesta es en las ciudades y está afectando directamente a mucha gente, mientras el conflicto armado estaba circunscrito a las zonas rurales, por eso es que la gente en las ciudades pudo vivir tan tranquilamente. Convivir con la protesta indefinidamente no es sostenible, las élites están diciendo 'hay que darle una solución'". 

A diferencia de crisis como las de Chile, donde las protestas condujeron a una reforma constitucional, o de Ecuador, donde ya hubo elecciones, Colombia no ha tenido, salvo las protestas, una "válvula de escape" a tantas frustraciones que se "escondían debajo de la superficie", comenta Cynthia Arson, del Woodrow Wilson International Center for Scholar.

Fuente

AFP

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