Las mujeres tejedoras de la Sierra Nevada de Santa Marta, un legado milenario
Las mochilas y tejidos hacen parte de la subsistencia de los pueblos indígenas.
En la cultura de los kogui, arhuacos y kankuamos, que habitan la Sierra Nevada de Santa Marta, son los hombres quienes ejercen la autoridad y tienen el poder espiritual para dirigir e imponer las leyes ancestrales. Sin embargo, son las mujeres las que cuidan el hogar y forman a quienes serán los líderes, y además, se han convertido en la base del sustento de las comunidades gracias a los tejidos de mochilas, manillas y otras artesanías.
En el resguardo Kantansama, en la cuenca del río Don Diego, el único que tiene salida al mar en el Departamento del Magdalena, un pequeño bohío de paja y varas de guadua guarda en su interior los secretos de las mujeres arhuacas que se refugían allí para tejer con sus manos, en calma y con paciencia, los saberes y tradiciones que transmiten en cada puntada.
La visita del Defensor del Pueblo al resguardo altera un poco la tranquilidad del lugar, desde otros sitios llegaron visitantes invitados a una reunión para hablar de los problemas que aquejan a la comunidad. Las mujeres asisten y al tiempo que escuchan las inquietudes planteadas mueven sus manos con destreza uniendo punto a punto los delgados hilos para darle forma a las mochilas.
Pero no están solas, a sus espaldas cargan a sus bebés o los arrullan en sus piernas, mientras tejen sentadas con el oído pendiente de lo que se dice en la reunión. A su lado las niñas pequeñas observan a sus madres y las más grandecitas siguen el ejemplo del tejido aprendido casi que desde que nacieron.
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Lucely Torres es una de las líderes de las mujeres arhuacas, dice que busca empoderar a sus compañeras con la comercialización de las mochilas.
“Es un arte que tenemos desde nuestros antepasados transmitiendo de generación en generación este legado que nos fue dejado por Atila Boua que dejó plasmado algunos códigos a través de los tejidos que nos dicen acerca de la creación del universo, la relación con la naturaleza, el pensamiento del hombre, como una misión sobre la tierra, unos códigos del compromiso establecido en la ley de origen”, explica Lucely.
Agrega que los elementos utilizados son los hilos de algodón y lana de ovejo que fue introducida después en el pueblo arhuaco, mientras los koguis y los wiwas utilizan la fibra de fique.
Advierte que aunque las mochilas no fueron creadas con fines de comercialización se han tenido que adecuar a otras formas de vida que no son propias de los indígenas al compartir territorio con campesinos. “Esto nos ha llevado a buscar otras fuentes de ingreso, en este lugar ha sido una oportunidad para empoderar y dignificar el trabajo de la mujer, nunca vamos a logar un precio justo porque una mochila puede durar 3 meses en elaborarse, pero buscamos que la mayor utilidad la reciba la mujer que la teje”, puntualiza Lucely.
Sentada en una piedra, está Dominga Villafañe, es arhuaca, tiene 33 años, es mamá de un niño y una niña, tiene en sus manos una mochila que teje que comenzó a elaborar hace dos semanas y todavía le falta una semana más para terminarla. Un joven se la encargó.
Dice que está utilizando hilo sintético y las figuras de color café, gris, blanco y negro que dibuja son la representación de rayos que caen del cielo. “ Las mochilas todas tienen su significado, en cada puntada quedan grabados nuestros pensamientos de los hombres y las mujeres, las figuras de los animales , los árboles, montañas ríos. Los colores representan la naturaleza, los rayos que caen en el día y en la noche”, explica Dominga, con acento reposado.
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[VIDEO] Las tejedoras de la Sierra Nevada
Cuenta que empiezan a aprender desde muy temprano, a los cinco años ya las niñas hacen las primeras puntadas de manos de la mamá. “La semilla da buen fruto y se hacen mochilas bonitas”.
Acota que la mayoría de las mujeres del resguardo viven de las mochilas que venden dentro y fuera del territorio. Los precios los fijan dependiendo del tamaño, el material y las figuras. “En cada cuenca las mujeres nos reunimos y nos ponemos de acuerdo para ponerle un precio igual, nos ayudamos en que todas seamos unidas y vender igual a un precio justo “, apunta Dominga.
“Preferimos no vender las mochilas cuando nos piden rebaja porque gastamos mucho tiempo, a veces no nos rinde y duramos 3 meses haciéndolas. No rebajamos porque vamos a perder la mano de obra, los alimentos que consumimos cuando trabajamos y para conseguir los materiales toca comprarlos”, enfatiza la tejedora.
Los precios oscilan entre los 50 mil y 230 mil pesos, dependiendo del tamaño de la mochila, el material utilizado y el diseño. Algunos intermediarios compran los productos hechos en los resguardos y los revenden a los turistas a mayores precios, por eso cuando un indígena le ofrezca el producto elaborado de sus manos no pida rebaja, detrás de ese artículo hay un trabajo meticuloso, una obra de arte hecha con la sabiduría y la espiritualidad de una cultura ancestral.
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