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El día en que Colombia enfrentó al terrorismo con su silencio

Foto de la Hemeroteca Nacional.



Por: Daniel Hernández

El 19 de diciembre de 1986 fue una fecha diferente a las demás. Hace 30 años un grito de silencio estremeció al país en reclamo por el asesinato de don Guillermo Cano y otros centenares de inocentes que fueron víctimas de la cruenta violencia que dejó el narcotráfico en su camino por imponer la ley del terror.

(Vea aquí el especial web "30 años del Día del Silencio, Cuando Colombia enfrentó al terrorismo")

Por primera vez en la historia todo un país decidió guardar silencio, para rechazar el fin de la vida de Guillermo Cano Isaza, director del diario El Espectador, el cual se dio dos días antes, el 17, cuando cuatro disparos acabaron con su existencia luego de salir del trabajo rumbo a su casa y lo incluyeron en la lista de periodistas, agentes de la fuerza pública, jueces y dirigentes políticos asesinados por el narcotráfico.

Cano fue el séptimo y último reportero asesinado ese año; su crimen lo perpetraron hombres de Pablo Escobar, coordinados por alias Jorge “El Negro” Pabón, quien murió dos años más tarde en venganzas del narcotráfico y dejó abierta la brecha de la impunidad en el magnicidio del comunicador y maestro del periodismo.

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El homicidio de don Guillermo y la avalancha de indignados tardíos por la partida de quien fuese un maestro del periodismo, son recordados con precisión de relojero por Jorge Cardona, editor del diario que le perteneció durante décadas a la familia Cano.

Él, en medio de un arrume de diarios y libros que sustentan su amplio conocimiento, asegura que entre el 17 y 19 de diciembre de 1986 Colombia se dio cuenta de que había tocado fondo y que no sólo a las selvas colombianas, sino a todo un país “se los tragó” la mafia de la droga.

En una conversación Cardona recordó que “...lo que pasó es que en ese 86 se vivió una de las épocas más duras y marcó la realidad que vivía Colombia (...) En Julio matan a Hernando Baquero Borda, uno de los pocos sobrevivientes del Palacio de Justicia, luego al abogado Roberto Camacho Prada, en septiembre matan a Hernando Echavarría Barrientos, subdirector del periódico Occidente de Cali, en octubre al magistrado Gustavo Zuluaga Serna, el primer juez que había abierto investigación a Pablo Escobar, en noviembre asesinan al comandante de la Policía Antinarcóticos, Jaime Ramírez Gómez y en diciembre asesinan a Guillermo Cano…”

Aunque los nombres de los sacrificados tal vez hoy hayan quedado en el olvido, en ese entonces sirvieron para que toda una nación despertara momentáneamente y por primera vez, de forma masiva, le plantara cara a sus verdugos para pedirles que cesaran su ambición de poder y entendieran que el camino del terror no era la opción.

Fueron dos marchas y un día de silencio, las armas del pueblo y de los medios de comunicación, que por primera y única vez en la historia de Colombia se unieron en su totalidad.

(Lea también: Cano: ejemplo de familia, pasíon por los toros e hincha fiel de Santa FE)

Este clamor inició en Bogotá con una multitudinaria marcha, durante la fría mañana del jueves 18 de diciembre, fecha en la que en medio de pañuelos blancos y lágrimas de impotencia surgió la idea del periodista del diario El Tiempo Enrique Santos, de silenciar voluntariamente todos los medios, escritos, radiales y televisados del país.

La propuesta de Enrique Santos fue acogida de inmediato y ese mismo día, a partir de las 11 de la noche los medios iniciaron transmisión especial. Los directores de RCN y Caracol, Juan Gossaín y Yamit Amat coordinaron la programación que se extendió por las 485 estaciones del país.

Los únicos canales de televisión de la época, Cadena Uno y Cadena Dos, emitieron la última entrevista de Guillermo Cano en la que él reconoció con un comentario premonitorio a la periodista Cecilia Orozco, un día antes de ser asesinado, que salía todos los días del diario El Espectador y no sabía qué le podía pasar.

Juan Gossaín, quien inició su camino como periodista en El Espectador bajo la tutela de Guillermo Cano, recuerda a uno de sus mentores como una “lección diaria de ética en la profesión” y un “Quijote que enfrentó sólo a los molinos de viento de la mafia”.

Gossaín recuerda ese día como el momento en el que los reporteros despertaron ante la amenaza del narcotráfico sobre su labor diaria y dejaron atrás el miedo que no permitía que indagaran a fondo sobre lo que pasaba en el país.

Desde un balcón, en su amada Cartagena, y mirando al mar; Gossaín narró que “...el día 17 fuimos todos a El Espectador, solidarios, fue el primer acto de apertura del periodista, de enfrentar el tema del narcotráfico, pero no como individuos, sino como institución del periodismo porque para esa época ya un gran número de colegas se había hecho matar por la verdad (...) En una reunión de directores de medios en el Club de Ejecutivos en Bogotá se acordó callar durante un día la televisión, la radio y los medios escritos (...) Ese día decidimos nuestra responsabilidad a riesgo de lo que sea…”



Ese despertar de la conciencia de los comunicadores y la sociedad en general generó un cambio de actitud que daría el primer paso hacia el fin del imperio de las drogas que existía en ese entonces. Fueron 24 horas en las que no hubo noticias, música, imágenes, páginas con olor a tinta, ni salas de cine.

De las más de 400 emisoras en el territorio nacional sólo operó Radio Lumbí, en Mariquita (Tolima), encargada en ese entonces de dar las alertas del Nevado del Ruiz, sin embargo sólo emitió música fúnebre y la lectura constante del poema “Una oración por la paz” de Jorge Robledo Ortiz.

Los diarios tampoco circularon y las dos cadenas de televisión apagaron sus transmisores. En cambio, miles de periodistas y gente del común se volcaron a las calles para protestar contra aquellos que habían asesinado a Guillermo Cano. Así lo reseñó Jorge Cardona en su libro “Días de Memoria”: “...A lo largo del lento recorrido entre la sede de El Espectador y el parque cementerio Jardines del Recuerdo, ubicado en la Autopista Norte con Calle 205, miles de espontáneos transeúntes apostados a los lados de las vías principales, desde los puentes o ubicados en los edificios adyacentes al paso del cortejo fúnebre, no dejaron de batir en silencio pañuelos blancos en señal de rechazo a la agresión de la mafia…”

En Bogotá la manifestación se realizó por el centro de la ciudad hacia la Plaza de Bolívar y fue encabezada por Ana María Busquets, esposa de Guillermo Cano, sus hijos y todos los trabajadores de El Espectador, quienes portaron brazaletes negros.

Ese día no hubo colores políticos, ni intereses económicos y mucho menos diferencias entre las casas periodísticas; el 19 de diciembre de 1986 Colombia gritó herida por no haber actuado a tiempo. Es difícil predecir o calcular la posibilidad de que un evento de esa magnitud se repita, tendría que nacer otro Guillermo Cano y el país, en medio de su acelerado ritmo de comunicaciones, volver a dejarlo sólo.

Aunque la criminalidad ya no opera de manera descaradamente pública y su letalidad es igual de silenciosa a aquel 19 de diciembre, los periodistas entrevistados para este trabajo coincidieron en afirmar que hoy en día priman más los intereses por el poder, que el afán y el gusto por servir a la comunidad.

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Luego de las protestas y clamores de paz, y como si el asesinato de Cano y otros cientos de inocentes le hubiese sembrado un bofetón en lo más profundo de su poder para que despertase, el Gobierno le salió al paso a los terroristas y expidió cinco decretos con los cuales haría frente a su escalada sangrienta. Fue el primer paso para ganar una guerra que, aunque cobró muchas vidas más y obligó a la depuración de muchas “manzanas podridas”, le permitió al país cerrar uno de sus episodios más tristes.

Tras la protesta del Día del Silencio y las multitudinarias marchas del 18 y el 19 de diciembre de 1986, Colombia aprendió que la criminalidad se combate desde la unión de su gente y que la dignidad no se vende. Entendió que el miedo no es excusa para la falta de acciones.

24 horas después, la alocución radial posterior al Día del Silencio se escuchó en todo el país como un mensaje de esperanza con el que los medios dejaron en claro que “...lo único que esperamos es que el silencio que por su propia voluntad se impuso en Colombia durante un día entero, no haya sido en vano, que los colombianos haya reflexionado con sus hijos, sus mujeres y familiares en general; sobre la ola de sangre que está ahogando al país, una de cuyas víctimas ha sido un hombre íntegro, valeroso, un periodista intachable, don Guillermo Cano…”

El sacrificio de Guillermo Cano debe entenderse como un mensaje para que la sociedad no mire a otro lado cuando la maldad aflora, que por encima de todo se debe buscar la verdad. Y aunque los criminales han seguido desangrando al país por años, el legado del maestro sigue latente, vivo, como el escudo que llena de valor a los periodistas para enfrentarlos, sin agachar la cabeza.