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Treinta años sin Truffaut: el cine importa más que la vida

Francia inventó el cine dos veces. A la salida de la fábrica Lumière -era 1895-, y seis décadas más tarde, en el umbral de los "Cahiers du cinéma", cuando los críticos de esa publicación tomaron la cámara tras el faro de François Truffaut, de cuya muerte se cumplen 30 años.

Autodidacta, bajo la tutela de una madre que no ejerció, hijo sin padre y padre (fílmico) de tantos, Truffaut (1932-1984) abandonó la escuela para ir al cine o, mejor, hizo del cine una escuela.

"El cine le salvó la vida", anota el director de la Cinemateca francesa, Serge Toubiana, antes de abundar en una torturada niñez bajo el "refugio" de los cine-clubes del parisiense y popular Pigalle de la Ocupación.

Un universo mítico que respira en una muestra que, por primera vez, exhibe en la Cinemateca el archivo personal del director, crítico y guionista francés, legado por la familia tras su desaparición.

Bautizada oficialmente en los epígrafes de la Nouvelle Vague, la cinefilia de Truffaut fue una suerte de orfandad, según la bellísima expresión del crítico Serge Daney, que trastocó las sílabas y -del "cinéphile" al "ciné-fils"- transformó al cinéfilo en un hijo del cine.

Fascinación por los libros y las imágenes

Fue una infancia de trazo dickensiano, la de un niño que frecuentaba "furtivamente" la Cinemateca del legendario Henri Langlois, en la Avenida Messine, bajo la fascinación por las imágenes que, azuzada en la clandestinidad", prolongó su intensa actividad lectora.

"El joven Truffaut amaba los libros, la lectura era lo único que su madre toleraba", revela Toubiana, quien repasa la vocación literaria de un hombre que se enamoró del cine en una biblioteca y cuya obra, de Henry James a Ray Bradbury, nace en un relato impreso.

Y escribir, como filmar, era contarse a sí mismo. A menudo "enmascarado", lo autobiográfico anega la obra de Truffaut para adquirir, precisa Toubiana, una "dimensión universal".

Porque, llegó a decir el cineasta, el cine "importaba más que la vida", una biografía que cristalizó en su "alter ego", el menudo Jean-Pierre Léaud, y la saga de su personaje Antoine Doinel, su particular aritmética del amor: "El joven que madura, que se resiste a integrarse en sociedad y tropieza con un primer romance".

Toubiana, redactor jefe de los "Cahiers du cinéma" durante los ochenta, recuerda a un creador "muy activo" y "vigilante de la memoria" de Cocteau, Rossellini o Jean Renoir, sus "padres espirituales".

Luego llegó una carrera construida desde la pasión de filmar y, por tanto, de vivir. Para Truffaut, el cine -"elección moral, irreductible"- o era una cuestión de amor o sencillamente no era.