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Toma a Mitú: el coronel Julián Guevara, un recuerdo vivo en sus escritos

Emperatriz de Guevara, madre del coronel, relata junto a Ana María, su hija, los duros momentos tras el secuestro y muerte del oficial.

Han pasado 20 años desde la cruenta toma de las Farc a Mitú, capital de Vaupés, donde murieron 16 policías, 24 uniformados del Ejército y once civiles. Al menos 61 policías fueron secuestrados por la desmovilizada guerrilla. 

El coronel Julián Guevara, víctima de Mitú, un recuerdo vivo en sus escritos
El coronel Julián Guevara, secuestrado en la toma de las Farc a Mitú el 1 de noviembre de 1998, murió en la selva ocho años después, debido a una extraña enfermedad.

Entre ellos, el coronel Julián Guevara, un hombre que amaba a su familia e institución, y que luego de más de diez horas de combate y quedarse sin munición, no le quedó de otra que entregarse a las Farc junto a sus demás compañeros sobrevivientes. 

Mientras todo eso ocurría, en una finca ubicada en el municipio de Mesitas del Colegio (Cundinamarca), la familia del coronel Guevara suplicaba para que el hombre serio, amoroso y charlatán, estuviera con vida. 

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Lo que nunca se imaginaron es que ese sería el comienzo de una muerte lenta en la selva, donde las Farc fueron indiferentes ante las súplicas de su madre Emperatriz de Guevara y Ana María, hija del oficial, que para ese entonces tenía seis años y desde ya empezaba a vivir en carne propia la maldad de la guerra en Colombia.

Julián Guevara junto a su hija Ana María
Julián Guevara junto a su hija Ana María
Foto suministrada a RCN Radio/La FM

Fueron ocho años donde el oficial batalló con todas sus fuerzas contra una extraña enfermedad para intentar un día no muy lejano, poder volver a ver a su pequeña con quien jamás se imaginó que la última película que se verían juntos serían las ‘Tortugas Ninja’. 

Sin embargo, el 20 de enero de 2006, el cuerpo del coronel Guevara no aguantó más y murió en medio de la selva, bajo la indolencia de quienes lo tenían en su poder.

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Después de 20 años de este lamentable hecho, en la casa de la familia Guevara, en el occidente de Bogotá, aún sienten el vacío tan inmenso que dejó “Juliancho”, tal como lo llamaba su madre con cariño. 

Coronel Julián Guevara
El coronel revisando uno de sus escritos en medio de su secuestro.
Foto suministrada a RCN Radio/La FM

El baúl de lo recuerdos

Al visitar su vivienda el pasado viernes 26 de octubre, en el comedor se encontraban la madre, hija y hermanas de Julián Guevara. Al fondo de la sala, en la parte derecha, un baúl, se trata de un viejo cajón de madera donde la familia Guevara guarda los recuerdos del hombre que lo daba todo por ellos.

Abrir el baúl desde un comienzo no fue fácil, pues sus llaves ya se habían perdido. En su interior, tristezas, alegrías, lágrimas, sonrisas, promesas, sueños, todo ello plasmado en dos diarios de Guevara, que el sargento John Jairo Durán entregó a su familia, luego que fuera liberado en medio de la Operación ‘Jaque’.

Empezar a sacar cada una de las cosas que allí estaban era volver a sentir de cerca al coronel. Su hija, Ana María Guevara, empezó a extraer del baúl las fotos, pruebas de supervivencia, dibujos y escritos que ellos le leían durante su secuestro. 

Ana María revisando los escritos de su padre
Entre los escritos, el coronel mencionaba que quería visitar el restaurante de Monserrate.
Foto suministrada a RCN Radio/La FM

Luego, la niña consentida del uniformado, hoy en día convertida en una mujer adulta, empezó a sacar con mucha delicadeza los escritos de su padre que están en dos cuadernos y varias hojas sueltas. Allí él plasmaba la esperanza de poder abrazar de nuevo a sus seres queridos.

“Lo del secuestro no será para siempre o por toda la eternidad, y aunque en varias oportunidades la desesperanza nos invade, tenemos que seguir adelante con tesón y verraquera, pronto cada uno de nosotros estaremos en casa con la gente que queremos y esto pasará como una mala experiencia. Lo importante es seguir por la senda o por el camino correcto y trazado para todos”, dice uno de los escritos de su puño y letra, redactados desde algún lugar de la espesa selva. 

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Mientras tanto, Ana María, sentada en el piso, recuerda lo escrito por su padre. Cuenta entre risas que tal vez una de las cosas que a él le debió dar más duro durante el secuestro, fue la falta de cuidado de sus dientes, pues su enfermedad y el estar privado de su libertad se los fueron deteriorando.

Ana María Guevara
La hija del coronel recuerda que la última película que vieron juntos fue las 'Tortugas Ninja'.
Foto: RCN Radio/La FM

“Ahí en los escritos plasmaba a dónde se iba a arreglar los dientes, qué reloj se iba a comprar, hablaba de que quería ir al restaurante de Monserrate porque de pronto cuando él se fue, ese era el más cool; decía que se quería comprar un carro -pichirilo rojo- porque era hincha de Santa Fe”, cuenta su hija. 

Al leer uno de sus tantos escritos en hojas deterioradas por el tiempo, queda al descubierto que durante el tiempo que estuvo en buen estado de salud, su rutina de ejercicios diaria estuvo compuesta por mil abdominales, cuatrocientas laterales, trecientas flexiones y 20 minutos de trote.

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Diario coronel Guevara.
Uno de los cuadernos donde el coronel Guevara plasmaba sus pensamientos en medio del secuestro.
Foto: RCN Radio/La FM

“Vivo o muerto, nunca de rodillas”

Los ojos de Emperatriz de Guevara reflejan la desazón por no poder tener con vida a uno de sus hijos mayores, aunque en su corazón dice no guardar rencor con las Farc.

Sin embargo, con su voz quebrada culpa a los líderes del grupo exguerrillero por lo que tuvo que atravesar su hijo, pues considera que los demás subversivos, “eran campesinos, gente con muchas necesidades que acataba lo que los comandantes de las Farc decían, porque les parecía bien lo que estaban haciendo”.

Yo no sé si habrá personas que no puedan perdonar, pero yo creo que cuando ellos estaban obrando así, pensaban que estaban en la verdad, que lo estaban haciendo bien y que quienes lo estaban haciendo mal eran las otras personas”, relata, a RCN Radio, la madre del coronel.

Con firmeza, Emperatriz de Guevara, una mujer de 83 años deja claro que, aunque en su corazón no hay rencores, considera que faltó “mucho ánimo y sensibilidad” por parte de los tres gobiernos de turno durante el secuestro de su hijo, para que hubiese podido regresar con vida a la libertad y no en un ataúd como terminó pasando. Se refiere a los mandatos de los expresidentes Ernesto Samper, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe.

Coronel Julián Guevara durante su secuestro.
El oficial Guevara junto a Marleny Orjuel de la ONG Asfamipaz.
Foto suministrada a RCN Radio/La FM

“Perdonar fue la etapa más difícil del proceso que vivimos como familia. No todos lo hemos logrado, pero mi abuelita y yo hemos trabajado en eso, porque si soltar es difícil, sostener es peor; todos los días pensar con resentimiento y odio. En cambio, perdonar permite ver las cosas desde otras perspectivas y presumir de las heridas y asumirlas con la dignidad que él la vivió”, agregó Ana María Guevara. 

Para la hija del coronel fallecido, quien ya tiene 26 años, crecer sin su padre no ha sido fácil. Hoy en día tiene una empresa de diseño y construcción junto a un amigo, donde hacen “arquitectura e interiorismo. “Ya llevamos un año pedaleando en la independencia”.

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Para finalizar, cuenta con nostalgia que el recuerdo más vivo que tiene de su padre fue la última vez que él vino de permiso a Bogotá a visitarla. 

“Recuerdo la última vez que él vino, ese es el recuerdo más vivo que tengo porque lo dejó el avión. Mi abuelita y yo estábamos comiendo en un restaurante y él pasó y yo le dije a mi abuelita “mi papi, mi papi”. Mi abuelita me dice “qué va a ser”; yo le insistía que sí era. Pasó que lo había dejado el avión, entonces pudimos compartir una semana más”.

Julián Guevara junto a su hija Ana María.
Ana María recuerda a su padre como un hombre amoroso que le ayudaba hacer sus tareas.
Foto suministrada a RCN Radio/La FM

Este jueves, Emperatriz de Guevara y su nieta Ana María visitarán Mitú, una ciudad donde sus habitantes aún tratan de olvidar el zumbido de las balas de aquel negro 1 de noviembre de 1998 que cambió para siempre la vida de muchas familias en Colombia. 

 

Por Francisco Bernal