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La pandemia de covid-19 afectó de manera especial las zonas rurales colombianas, limitando la movilidad al interior de las comunidades, sobrecargando de tareas a las mujeres y dejando al descubierto las inequidades sanitarias, afirmó este martes la Universidad Nacional, al publicar los resultados de un estudio realizado por investigadores de la institución.

La investigación  “Estrategias sociosanitarias de la población campesina de Colombia frente a la covid-19”, encabezado por el profesor Edison Jair Ospina, del Departamento de Salud Colectiva, determinó que algunas comunidades de las zonas rurales acudieron al aislamiento, a la discriminación de los casos positivos y a la automedicación con remedios de origen animal, plantas o de laboratorio farmacéutico para tratar de frenar el virus.

La investigación –que se realizó en el piedemonte amazónico (Mocoa), la Orinoquia (Monterrey, Casanare), la zona cundiboyacense (Mongua), el Chocó biogeográfico (Tadó) y la zona cafetera (Líbano, norte del Tolima) – evidenció transformaciones en las dinámicas familiares que afectaron, especialmente, a las mujeres rurales:  "por el aumento de la carga del trabajo doméstico, el cuidado de la familia y un mayor estrés familiar".

En cuanto a la salud pública, el profesor Ospina señaló que, a pesar de que en el país existe un plan de intervenciones colectivas, "este todavía no tiene adherencia o anclaje en la vida cotidiana de las comunidades rurales y campesinas, lo cual estaría relacionado con inexistencia o pocos recursos humanos, técnicos y financieros en el campo de la salud pública en estos territorios”.

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“Evidenciamos que las personas dejaron de acudir a las instituciones de salud; por ejemplo las mujeres embarazadas y los padres de niños pequeños dejaron de asistir a sus controles médicos y de crecimiento y desarrollo, y muchos mayores fallecieron por la misma causa”, precisó el profesor.

En cuanto a la relación de las comunidades con la covid-19, la investigación arrojó que la población campesina sí reconoce el virus. 

"Al ver las primeras muertes por la enfermedad entendieron que no se trataba de una simple afección respiratoria, y su reacción ante la posibilidad de morir se representó en miedo agravado por las noticias falsas de internet y las redes sociales”, explicó el investigador.

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La universidad afirma que, en algunas comunidades, como la del caserío de Tadó (Chocó), donde habitan unas 100 familias, no permitían el acceso de personas externas a la comunidad y se cuidaban especialmente de los maestros, quienes viven en las cabeceras municipales.

Además, aunque sí envían a los niños a estudiar, con doble tapabocas, "en la vida cotidiana las personas no suelen usarlo y se hacen sahumerios e infusiones en lugares públicos como forma de prevenir el contagio".

"Estas plantas dependen del territorio, pero hoy están llegando a las zonas rurales –a través de algunos mercados móviles– plantas amargas para el tratamiento, que las personas toman o se bañan con ellas. La más popular es la matarratón, y en cuanto a medicamentos el acetaminofén y la ivermectina, sobre todo en lugares donde hay ganado”, concluyó el líder del estudio.

 

Fuente

Sistema Integrado Digital

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