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En carpas esperan centenares de pacientes en aislamiento obligatorio
En carpas esperan centenares de pacientes en aislamiento obligatorio
Exclusivo RCN Radio

En un país en crisis como Venezuela y con una marcada diferencia en el tratamiento de pacientes con COVID-19 por parte de las autoridades, mucho decidieron cómo enfrentar tanto la enfermedad como el entorno.

Hoy se podrían diferenciar tres tipos de pacientes: algunos confinados en refugios, otros endeudados para pagar clínicas privadas y mucho escondidos en casa por el temor a la separación familiar ante un inminente aislamiento.

Cuando arrancó la pandemia, en Venezuela se aplicó la regla de que todo contagiado o sospechoso sería llevado, incluso en contra de su voluntad, a centros dispuestos por el gobierno, ya fueran refugios, escuelas, habitaciones de hoteles y hasta grandes instalaciones que tradicionalmente eran utilizadas para eventos. 

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Entre ellos está el Poliedro de Caracas, el sitio por excelencia para grandes conciertos. Por su tarima pasaron artistas de distintos géneros como Alejandro Fernández, Marc Anthony y Guns N' Roses, así como los colombianos Shakira, Aterciopelados y Diomedes Díaz, que garantizaron ocupación total. 

Hoy está copado pero de camas y equipos médicos ya que se transformó en el hospital de campaña más grande del país en el que se atienden a centenares de pacientes con COVID-19. 

Uno de ellos es Pedro Soto (nombre cambiado por seguridad) de 51 años, un trabajador de una iglesia cristiana en Caracas que, gracias a sus ojos, RCN Radio pudo conocer lo que se vive al interior del refugio. 

Desde su cubículo de dos metros de ancho por tres metros de largo cuenta que ya lleva 24 días confinado a pesar que la cuarentena es de 14 días, todo tras arrojar positivo en una prueba rápida realizada en un centro de salud público a las afueras de la capital venezolana.

“La señora que me atendió me dijo: si después de que tu entres, sales positivo, no sales de aquí hasta que te coloquen el lugar adonde te van a llevar (…) En la tarde llegó una ambulancia y me dijeron que me llevarían al Poliedro”, destacó.

Cuenta que todo eso ocurrió el pasado 2 de septiembre, cuando fue instalado en el área que se conoce como “las carpas”, ubicada en el estacionamiento. A un lado está otro espacio dispuesto dentro de la “cúpula” con centenares de infectados.

En la parte donde están las carpas son puros médicos militares (…), dentro del Poliedro es otra técnica de trabajo, porque son puros cubanos. Los que trabajan en el área de salud, en enfermería y médicos, son cubanos”, señaló.

Destacó que hay diferencias en la metodología de trabajo, principalmente en la realización de pruebas, tanto PCR como las llamadas rápidas. “Afuera tienen una metodología y adentro otra, porque son cubanos y venezolanos, que debería ser lo mismo, pero se hace así, ellos sabrán porqué”, resaltó.

Además, apunta que no les permiten quitarse el tapaboca, solo para comer y para cepillarse los dientes y además hay calor. “Creo que el aire no es mecánico sino natural, si hay equipos de aire acondicionado debe ser que no los prenden”.

Asegura que se siente satisfecho con la atención, a pesar de que reconoce que llegó con miedo debido a las constantes críticas sobre la atención sanitaria en el sistema público.

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“Los 24 días que llevo aquí no es como estar como uno en su casa, donde está cómodo, con su familia. Aquí uno está apartado, aislado sin visitas ni nada, porque aquí los familiares traen comida y la dejan afuera, y le rocían cloro para desinfectarla y después la pasan (…) pero me siento bien”, relató.

Cerca de su cubículo está Carlos López, de 60 años, hoy desempleado después de trabajar por más de 25 años en un banco. Llegó a ofrecer servicios de taxi para obtener ingresos.

También completa casi un mes confinado y depende de que una prueba PCR le salga negativo, si no, no puede salir. Voluntariamente fue hasta un centro de salud público, donde le realizaron la prueba rápida y salió positiva. Es un hombre divorciado y con un hijo en Chile, así prefirió internarse. 

“El pensamiento mío es salir bien de aquí, irme con esa seguridad, esperando, Dios mediante, que salga negativo para poder salir de aquí”. 

Destaca que en el Poliedro de Caracas se vive con reglas parecidas a la de un hospital, “a las 9:30 p.m. se apagan las luces con todos los pacientes en sus cubículos, hay que guardar además cierta distancia”. 

Pagar con lo que no se tiene

Las falencias propias del sistema sanitario venezolano han salido a relucir en los últimos meses al punto en que se denuncia una marcada escasez de pruebas y de medicamentos antiretrovirales. Ambas ya se encuentran en el llamado mercado negro o a altos precios en establecimientos privados.

Daniela de Sousa ha tenido en enfrentar la realidad local luego de que su esposo se contagiara hace unas dos semanas en un pequeño pueblo a las afueras de Caracas. Consultó a un médico particular quien le pidió una prueba diagnóstica, la cual intentó hacer en un centro de salud pública.

“Vamos al hospital de la zona, donde estarían haciendo estas pruebas, pero nos rechazan y nos dicen que no nos pueden hacer la prueba así como así. Prácticamente nos dijeron que teníamos que tener una palanca para tener esta prueba”, recordó.

Por ello tuvieron que buscar “por fuera” estas pruebas lo que significó el inicio de una carrera de gastos que han golpeado el presupuesto familiar.

“Una prueba rápida te vale a de 20 a 30 dólares y una PCR entre 70 y 80 dólares, si la compras por fuera”, aunque señala que para obtener esta última “es más complicada, porque las está manejando el gobierno a través de un censo y el Ministerio de Salud.

Ante el aumento de síntomas, acudió a una clínica privada y de entrada tuvo que gastar casi 100 dólares para cubrir consultas, radiografías y exámenes de sangre.

Luego de los exámenes, le fue detectado a su esposo una agresiva neumonía, lo que les obligó a internarlo en una reconocida clínica de Caracas, donde también “tuvieron que mover influencias” para lograr un cupo, porque “la mayoría están colapsadas”.

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En menos de dos semanas su póliza de seguro, que cubre unos 20 mil dólares, está punto de consumirse. “Un día de clínica está alrededor de 1.500 dólares (…) el límite del seguro casi que nos lo consumimos porque nos presupuestaron diez días por unos 14.000 dólares”, destacó, al tiempo que resaltó que además de ello le solicitaron siete ampollas del medicamento antiretroviral Remdesivir, que se vende a precios exorbitantes.

“Empezamos a ubicarlas y las ampollas están entre 400 y 1.000 dólares en el mercado. Pudimos comprar tres con el apoyo de la familia, dentro y fuera del país, porque no es fácil y creo que nadie tiene en Venezuela 1.200 dólares en el bolsillo”, relató.

Ya piensa cómo harán cuando le den de alta a su esposo ya que están obligados a contratar un servicio de oxígeno domiciliario, “que cuesta hasta 400 dólares diarios”.

Escondidos pero juntos

Otros pacientes, en cambio, prefieren callar y con todos los síntomas propios de la COVID-19 aguardaron en su casa. Sonia González, de 33 años, llamada así para proteger su verdadera identidad, es una de ellos y aseguró que por temor y por las denuncias de persecución y confinamiento a los casos positivos, prefirió esconderse.

“La denuncia es que, si vas, te haces las pruebas y sales positivo, no regresas a la casa. Tuvimos coronavirus, con todos los síntomas, sin olfato, sin gusto, dolor en cuerpo y fiebre. Nosotros somos dos bebés, mi esposo, mi mamá y yo”, expresó.

Al contrario del promedio, no fue su madre de avanzada edad la que presentó complicaciones, sino ella misma a pesar de su juventud. Inicialmente pensó salir de la casa y buscar ayuda, pero siempre imaginaba un escenario de separación. 

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Tuvimos que utilizar aquí en la casa el nebulizador y esteroides para poder controlar la afección respiratoria. Yo, que fui la más afectada, si me iba a algún hospital o algún centro para que me atendieran, seguramente iban a venir a buscar a mi familia (…) ni siquiera sabía dónde nos iban a ubicar”, contó.

Enfatizó además que no estaba dispuesta a arriesgar a su familia, frente a las “denuncias de personas que se han tenido que escapar de los centros públicos donde están confinados, porque ni siquiera comida. La decisión fue no salir de la casa”.

Fuente

Sistema Integrado de Información

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