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Plaga de langostas
AFP

Al alba, el helicóptero sobrevuela las llanuras del centro de Kenia para cazar langostas del desierto. Debe actuar rápido, antes de que el sol caliente sus cuerpos y los insectos devoren las tierras de cultivo.

Kieran Allen, piloto de helicóptero para el turismo, la extinción de incendios o el rescate de senderistas se reconvirtió en centinela de la lucha contra las oleadas de langostas del desierto que vienen de Somalia y Etiopía y azotan Kenia desde hace casi 18 meses.

Solo en enero recorrió 25.000 km, sobrevolando las llanuras salpicadas de cebras, las granjas de maíz, los valles forestales y las tierras áridas del norte.

Esta mañana le comunicaron por radio un repentino cambio de dirección: debe ir al monte Kenia, donde una comunidad ha visto un enjambre de langostas.

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"Veo algo rosa en los árboles", confirma el piloto al llegar a la zona. Las langostas cubren unas 30 hectáreas en un pinar. El color rosa oscuro indica que los insectos están en la fase de crecimiento, cuando tienen más hambre.

Las granjas más cercanas se hallan lejos. Kieran Allen llama a un avión, que llega en unos minutos para rociar pesticida. En el suelo la espesa nube de langostas vuela haciendo un ruido similar al de una llovizna. El producto tarda unas horas en actuar.

"Estos campos de trigo alimentan a gran parte del país. Sería un desastre si llegaran a ellos", comenta el piloto, mientras muestra una granja de esta región fértil del monte Kenia.

Segunda ola

Las langostas del desierto, que han invadido nueve países de África del Este desde mediados de 2019 (sobre todo Kenia, Etiopía y Somalia, pero también Eritrea, Sudán, Tanzania, Yibuti...) se desplazan en enjambres devastadores de varios millones o incluso miles de millones de insectos que recorren hasta 150 km por día, arrasando los cultivos.

Cada langosta come su peso en vegetación y el número se multiplica por 20 cada tres meses. Las últimas temporadas de lluvias, entre las más húmedas en décadas, han favorecido su reproducción.

Algunos países como Kenia no habían visto nada igual en 70 años y al principio reaccionaron sin coordinación y con escasez de pesticidas y aviones para rociarlos, explica Cyril Ferrand, un experto de la Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO) radicado en Nairobi.

Para detener la segunda ola que azota actualmente Kenia, Etiopía y Somalia, las autoridades han desplegado más medios.

En Kenia, la FAO se ha asociado a 51 Degrees, una compañía especializada en la gestión de reservas protegidas, que adaptó para los enjambres de langostas al software que usa para localizar la caza furtiva, los animales salvajes heridos o la tala ilegal.

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También se ha creado una línea directa para recibir llamadas de los jefes de las aldeas o de las 3.000 personas capacitadas sobre el terreno.

La información sobre el tamaño de los enjambres y sus itinerarios se comparte con los gobiernos y las organizaciones que luchan contra estas plagas. "Nuestro enfoque se ha modificado completamente", afirma el director de 51 Degrees, Batian Craig.

En Kenia las operaciones se han centrado en una "primera línea defensiva" en zonas fronterizas remotas y a veces hostiles con Etiopía y Somalia, para deshacer enjambres masivos antes de que lleguen a las tierras agrícolas kenianas, explica.

Cuando los vientos cambian y los enjambres regresan a Etiopía, los pilotos que esperan del otro lado de la frontera toman el relevo.

Pero es imposible llevar a cabo este tipo de operaciones en el centro y el sur de Somalia debido a la presencia de islamistas radicales Al Shabab.

"No queda nada" 

Según Cyril Ferrand, la invasión de langostas ha afectado a la alimentación de unos 2,5 millones de personas en 2020 y se prevé que afecte a 3,5 millones en 2021, en toda la región.

Las previsiones de precipitaciones por debajo de la media junto con una mejor vigilancia podrían frenar la invasión, pero es difícil decir cuándo terminará.

Y no se puede descartar que haya más. Con las fluctuaciones climáticas en la región, "tenemos que empezar a ver qué se necesita poner en marcha si las invasiones se vuelven más frecuentes", estima.

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Entre tanto, la segunda ola sigue causando estragos.

En la aldea de Meru, la granja de Jane Gatumwa, donde cultiva maíz y judías (frijoles) en casi cinco hectáreas, está llena de langostas rosadas hambrientas.

"Llevan aquí unos cinco días, lo destruyen todo. Estos cultivos nos ayudan a pagar los gastos de colegio (de los niños) y también a alimentarnos", lamenta: "Ahora que no queda nada, vamos a tener un gran problema".

Fuente

AFP

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