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Todo el mundo lo conocía en Tunja como “Cuchuco” y hasta “cuchuquito”, por esa manía tan boyacense de usar diminutivos para todos los personajes y las cosas de la tierra.

Su nombre verdadero era Carlos Armando Acero, pero para todos los afectos este era como su alias, como la identidad secreta de este personaje popular.

“Cuchuco” murió recientemente en Tunja y de inmediato se activó la memoria de la mayoría de los habitantes de la ciudad que lo recuerdan como “un lindo personaje”, “un eterno niño grande”, “un inocente sin maldad”, “un eterno  pícaro”, “un enamoradizo”, “un hombre que le hablaba a todo el mundo con su sonrisa”.

En sentido estricto no podría decirse que fue un habitante de calle, aunque desde niño  las calles de Tunja fueron su casa.

Y es que “Cuchuco” tenía una familia humilde que le brindaba todo, pero él prefería estar en la calle, se ponía rebelde cuando no lo dejaban salir y casi siempre se perdía por días.

Su mamita es una señora muy linda y humilde que lo amaba, pero él no le hacía caso y aunque tenía techo y comida, su naturaleza parecía estar eternamente afuera”, escribió uno de los integrantes del grupo Ochenteros de Tunja, que dirige Félix Martínez y que recrea  historias de personajes auténticamente locales.

Desde muy joven lo sedujeron los entornos estudiantiles y era común verlo en los predios de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC) y la Normal de Varones, al norte de la ciudad, lo mismo que en los alrededores del Colegio Salesiano Maldonado o del Rosario, en el centro de la capital.

Dicen que lo bautizaron así cuando en la cafetería de la universidad el joven Armando pedía algo de comer y repetía insistentemente “cuchuco, cuchuco”.

Pero fue en esos mismos predios en los que obtuvo el rango de comandante, luego de recibir un disparo en el hombro, durante una de las refriegas con la Policía en el mes de abril de 1986.

Ascendido a la dignidad de “comandante Cuchuco” por esa  especie de felicidad que sentía echando piedra junto a los estudiantes, el propio Armando le contaría a su mamá que al parecer le dispararon “porque tenía un trapo rojo en la cabeza”.

Por la misma época en que algunos le dieron rango de comandante, Fabricio Martínez recuerda que  otros preferían llamarlo como “Cuchuco Norris el de invasión UPTC”, parodiando el título de la película Invasión USA de Chuck Norris.

La reciente muerte de este personaje “tranquilo y eternamente quemado por el sol” despertó todas las reacciones de afecto entre quienes lo conocían, se cruzaron con él en algún momento o simplemente sabían de su humilde existencia.

Hizo que el alcalde de Tunja, Alejandro Fúneme, “lo despidiera con tristeza”, expresando que fue un personaje muy conocido de la ciudad por su “nobleza, alegría y espontaneidad”.

Tras reconocer que “le quedaron debiendo mucho al personaje”, el Concejo de la capital hizo pública una declaración en la que señala que “en cada uno de los tunjanos y en la historia de la ciudad quedará Cuchuco como el niño grande que nos regaló su inocencia y sus pilatunas”.

También medios locales como Última Hora Noticias escribieron que “falleció Cuchuco, icónico personaje de Tunja que durante muchos años representó la inocencia y nobleza del ser humano, pero también las realidades de un mundo desigual”.

Conocí su historia en mayo de 1986 cuando fui hasta la casa en dónde vivía su mamá Marina Acero en el barrio Santa Lucía con el ánimo de conversar  con ella, para luego escribir una crónica para el Periódico La Tierra que titulé “Cuchuco, un personaje con rango de comandante”.

Me contó que Carlos Alberto nació el 21 de marzo de 1966 en Tunja y que sus hermanas se llamaban Luz Marina y Rosario.

Me recibió con la desconfianza de quien no entiende cómo alguien se podía interesar en la vida de una persona tan sencilla como Armando, pero luego con aire de resignación me contó detalles de su cotidianidad de entonces.

Por ejemplo, que se golpeó duramente en la cabeza siendo muy pequeño, que a los seis años empezó a asistir a un instituto para niño especiales y que a los 15 “se puso terrible” y empezó a irse de la casa.

Me dijo que “Cuchuco” se bañaba muy  juicioso para ir al encuentro con sus novias imaginarias y me habló de sus incursiones en las canchas de la ciudad para ver fútbol, sus idas a un bar de salsa que se llamaba “La Carreta”, sus  reacciones de altanería con quienes  lo maltrataban, sus rabietas de niño, sus saludos de “quiubo” para todo el mundo, su eterna amistad con los estudiantes y sus retenciones en la Permanente Central, que para entonces funcionaba en el centro de la ciudad.

Desde luego, recordaba el incidente ocurrido en los predios de la UPTC: “Estuve muy preocupada porque pensé que realmente había muerto a causa del disparo, tal como decía la radio, pero luego fui al hospital San Rafael y me lo entregaron con puntos adelante y atrás del hombro”.

Y para reafirmar su amor eterno por la  calle, doña Marina contó que “como de costumbre, al otro día se levantó y se fue” con sus heridas de guerra aún abiertas para disfrutar del reconocimiento de los estudiantes universitarios que le daban monedas y comida.

La historia del “eterno niño” que se hizo personaje en Tunja y que recuerda la vida de  Pablo Antonio Jiménez Espinosa, conocido como El Poira”, a quien le erigieron una estatua en las calles de Florencia luego deambular buena parte de sus 90 mal vividos años por las  calles de la capital del Caquetá.

Fuente

RCN Radio

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