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El 12 de julio del 2017 el ex presidente brasileño Luis Inácio Lula da Silva fue condenado a nueve años y medio de cárcel por cargos de corrupción y lavado de dinero. En aquel entonces, el juez federal Sergio Moro, quien lideraba las investigaciones contra Lula y contra el Partido de los Trabajadores, era considerado por millones de brasileños un héroe, un juez justo e imparcial que quería limpiar la porquería de la política de su país.

El periodista del New York Times Ernesto Londoño contaba en un perfil de Moro, que afuera del tribunal se vendían a 12 dólares camisetas con la imagen del juez, que se había convertido en un ícono de la verdad y la valentía desde los estrados. Esa condena, a quien fuera el presidente más popular de la historia democrática de la octava economía del mundo, acabaría también con su carrera política al inhabilitarlo para presentarse como candidato en esta reciente contienda electoral.

Lula, cuando todavía era candidato, era el favorito en las encuestas, superando en agosto a Bolsonaro, que resultó ganador, por 20 puntos. Eso cambió cuando la autoridad electoral del Brasil no le permitió, por la condena del juez Moro, presentarse como candidato. Luego, ya inhabilitado, Lula señaló a Fernando Haddad, ex alcalde de Sao Pablo y juicioso militante del PT, como su reemplazo.

Haddad nunca logró convocar a la ciudadanía y terminó perdiendo con el radical Bolsonaro. A los pocos días de su elección, Bolsonaro pagó el favor ofreciendo al juez Moro, ese que aparecía como un héroe en camisetas, un cargo en su gobierno.

En la mañana del 1 de noviembre el juez Moro y el presidente electo Bolsonaro conversaron sobre las condiciones del cargo que le ofrecieron, ministro de Justicia, y luego anunciaron el acuerdo.

Es inevitable que millones de brasileños se pregunten hoy si había un acuerdo previo, si Bolsonaro necesitaba un aliado poderoso y con imagen positiva que sacara del camino a Lula y lo dejara como el inevitable ganador de la elección.

Moro, en un mensaje de texto respondiendo críticas, escribió "Como juez, mis fallos hablan por sí mismos, y están sustentados... Casi todos han sido ratificados por la corte de apelaciones. Así que no solo es el trabajo de una persona. Pienso que la gente entenderá eso".

¿Lo entenderá? Seguramente no, porque en la política se mueven más las pasiones que la razón. El país, que ya está profundamente dividido, terminará partido en dos: aquellos que creen que Moro sigue siendo un juez ejemplar, y aquellos que creen que todo tuvo una evidente motivación política: acabar con el PT y con Lula a como diera lugar.

Eso, además, tiene repercusiones en otros países del continente, que también tienen a expresidentes con investigaciones judiciales en curso. En Argentina la señora Fernández de Kirchner, en Ecuador el señor Correa, en Colombia el senador Uribe. La línea que separa la justicia de la política suele ser muy delgada, y cuando el juez que condenó al que parecía el ganador de una elección presidencial termina trabajando con el rival, las cosas se vuelven azules como el cielo.

Fuente

RCN Radio

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