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Carta abierta a los jóvenes guerrilleros

Fernando Posada


Por: Fernando Posada

Jóvenes,

Es en los tiempos de mayor vulnerabilidad cuando más se pone a prueba la capacidad de dejar los odios atrás, en una nación que ha sufrido profundamente los estragos de la guerra. Desde la vida civil, mucho se está debatiendo por estos días si ustedes merecen una segunda oportunidad. Por eso aprovecho la ocasión de la firma de un acuerdo para la terminación del conflicto, para desde mi condición como joven que ha vivido algunos de los más dolorosos momentos de la historia colombiana, no solo perdonar a quienes nos han causado daño, sino también aceptar que muchas de las acciones de nuestra sociedad han contribuido a la profundización de las causas de la violencia.

Probablemente tengamos la misma edad ustedes y yo. Nacimos en el mismo país, y quiero hacer especial énfasis en eso: aunque algunos vivimos en las ciudades y otros en el campo, somos todos colombianos. Para el momento en el que llegamos a la vida, ya la mayoría de las condiciones que marcarían nuestros destinos estaban definidas.

Todo empezó durante esos primeros años, en los que todos deberíamos haber crecido en medio de juegos, de canciones y de cariño. La guerra acaba con todas las ilusiones y la ingenuidad de la infancia. En medio de ese fatal concurso por el dominio territorial que disputaron los actores de este conflicto, es posible que muchos de ustedes hubieran visto desde niños la presencia de guerrilleros o paramilitares en las calles, imponiendo sus normas y su propio sistema de justicia. Quienes crecimos en las ciudades nunca vimos a un guerrillero en persona, y aquel fantasma de la guerra del cual siempre tuvimos miedo, aún sin haberle visto jamás, fue parte del paisaje al que muchos de ustedes se acostumbraron desde antes de tener uso de razón. ¿Desde qué posición podemos criticarlos, si mientras algunos jugábamos durante nuestra niñez, algunos de ustedes eran obligados a cargar fusiles?

Así, mientras unos tuvimos la oportunidad de escoger qué hacer con nuestras vidas y qué carrera profesional queríamos estudiar, muchos solo conocieron la posibilidad de elegir a cuál organización armada ingresar, a falta de mayores oportunidades. Estoy seguro de que ningún joven con la posibilidad de ingresar a una universidad y formar un plan de vida, habría tomado a una edad temprana el camino de las armas y la deserción escolar.

Desde las ciudades durante décadas enteras, la única solución que fuimos capaces de plantear a este conflicto, fue la del aniquilamiento, llamándole ‘victoria militar’. Los bombardeos se convirtieron en una rutina diaria y la guerra nos alienó de nuestra humanidad hasta el punto de llegar a celebrar cada baja propinada a las Farc. Poco entendíamos sobre la lógica de las regiones bombardeadas, ni de los cientos de civiles en su interior, muchos de los cuales nunca tuvieron una opción de vida distinta a la de estar ahí.

“Cada vez que vayas a criticar a alguien, recuerda que no todas las personas en el mundo han tenido tus mismas oportunidades”, dicen las primeras palabras del gran clásico ‘El gran Gatsby’, de F. Scott Fitzgerald. Quizás no todos los colombianos hemos tenido las mismas posibilidades de plantear nuestros propios proyectos de vida, y entonces no estamos en la condición de ponernos a juzgar. Es hora de darnos cuenta de que este conflicto, que acabó con nuestra inocencia desde muy jóvenes, no tiene ninguna razón para ser continuado. Cada día que pasa sin haber terminado con esta guerra colombiana es un día más que vivimos siendo menos libres y con menores posibilidades de trabajar por nuestros proyectos de vida.

Jóvenes de las Farc: los jóvenes colombianos los estamos esperando desde la vida civil para darles una segunda oportunidad. Nada nos va a devolver los años y las vidas que se perdieron durante estos años de guerra infame. Tenemos el complejo deber de construir un país donde capítulos como el que estamos a punto de cerrar, jamás vuelvan a repetirse.