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Desde la altura de su mausoleo, el poeta José Asunción Silva, junto a su hermana Elvira, su eterno y platónico amor incestuoso, divisa el camellón central donde los presidentes que se odiaron en vida descansan juntos para siempre. Una hilera de 50 metros regada por tumbas de mandatarios como el liberal Alfonso López Pumarejo y el conservador Laureano Gómez recibe al visitante del Cementerio Central de Bogotá.

Decenas de miles de tumbas adornan descuidadas el frío condominio donde reposan muchos de los protagonistas de la contrastante historia colombiana, desde los señores de la guerra que incendiaron el país a punta de bala hasta el más grande poeta que lo conmovió a punta de versos: “Esta noche solo, el alma llena de las infinitas amarguras y agonías de tu muerte…”.

El color ocre de las paredes de las ruinosas tumbas se funde con el plomizo y lluvioso cielo bogotano este mediodía de sábado, en el que el clima ha espantado a los eventuales visitantes. Algunos paraguas improvisados no dan abasto para que los pocos curiosos, turistas y familiares de los muertos puedan guarecerse de la intermitente lluvia.

Paradójicamente, por la calle 26, que saluda la entrada principal del cementerio, decenas de manifestantes, principalmente desmovilizados y simpatizantes del Movimiento 19 de abril (M-19), protestan pacíficamente y rinden honores con cánticos y pancartas a las víctimas del conflicto armado y de la epidémica violencia de Colombia.

Recordemos que el grupo guerrillero M-19 surgió a principios de la década del setenta como consecuencia del “robo” de las elecciones presidenciales al exmilitar y exdictador Gustavo Rojas Pinilla. El episodio allanó el camino para que el presidente fuera el candidato conservador Misael Pastrana Borrero, quien sucedió al liberal Carlos Lleras Restrepo. Este último yace en el camposanto.

El último comandante del M-19, antes de que el grupo subversivo se desmovilizara, fue Carlos Pizarro Leongómez. Cuando era candidato a la Presidencia en 1990 y contaba con una importante fuerza política, Pizarro fue asesinado por paramilitares con la complicidad de agentes del Estado. Tanto los restos mortales de Rojas Pinilla como los de Pizarro Leongómez moran en el Cementerio Central. El líder sindical José Raquel Mercado, secuestrado y ajusticiado por el M-19, los acompaña.

El Cementerio Central de la capital colombiana comenzó a funcionar en 1836, hace casi dos siglos, bajo la Presidencia del prócer Francisco de Paula Santander (“El hombre de las leyes”), cuyos restos descansan en uno de sus mausoleos. El camposanto está ubicado en el barrio Santa Fe y, por su significado histórico y valor arquitectónico y cultural, fue declarado Monumento Nacional en 1984.

Algunos pinos verdes se levantan sobre toneladas de pesaroso concreto y frío mármol, lo mismo que unos pequeños jardines o franjas de césped que se destacan como oasis en medio del desierto. Si el Cementerio Central de Bogotá estuviera bien cuidado y fuera respetuoso de la memoria histórica de los colombianos, no tendría nada que envidiarles a los emblemáticos cementerios parisinos de Montmartre y Père-Lachaise. En este último está el maestro colombiano Rufino José Cuervo, uno de los más grandes filólogos en lengua española de la historia. Mejor para él: aquí estaría sometido al olvido, la herrumbre y a la mierda de las palomas y los políticos.

Tras recorrer diversos pabellones y mausoleos abarrotados de huesos, de muerte y de tumbas, como la modesta del presidente y gramático conservador Miguel Antonio Caro o la del alemán Leo Kopp, fundador de la cervecería Bavaria, la más visitada de la necrópolis, queda la sensación de haber deambulado por buena parte de los misterios de la historia y de los recovecos de la nacionalidad colombiana, por buena parte de lo que somos, de lo que fuimos y de lo que ojalá nunca volvamos a ser.

Desde la altura de su mausoleo y de su fatalidad poética e histórica, Silva parece gritarles a muchos de sus vecinos:

“¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!
¡y eran una sola sombra larga!”

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