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En 1933, hace ya noventa años, Adolfo Hitler llevaba casi diez armando su estrategia de recuperación de la dignidad alemana, mancillada, según él, por las sanciones consignadas en el Tratado de Versalles tras la I Guerra Mundial. Lo hacía sobre la base de volver a las raíces de la grandeza germánica, la contención de la "marea roja" comunista y la sanción o expulsión de los culpables de la debacle económica.

A finales de enero de 1933 ya había consolidado su propuesta, puesto que en esa fecha se convirtió en el Canciller alemán. A partir de ese momento, con el poder absoluto en sus manos, Hitler comenzó el despliegue de la más grande atrocidad totalitaria de nuestra historia reciente mediante la eliminación de los partidos, la creación de ministerios totalmente controlados por los nazis y la eliminación de quienes él y sus histéricos seguidores consideraban que eran los culpables de todo: los judíos.

No fue un invento de Hitler. Desde el año 38 D.C. comenzó la persecución a los judíos por razones religiosas y de raza. Es decir, casi dos mil años después, Hitler llevaba a cabo una tarea que muchos habían emprendido antes por razones de odio, sumadas a las anteriores. La eliminación de un pueblo, nada más y nada menos.

Con el nazismo dominando ya parte de Europa, el 20 de enero de 1942 se convocó una reunión de catorce altos funcionarios del régimen en el suburbio de Wannsee, al sur de Berlín, para debatir durante horas qué hacer con los judíos, cuál debería ser "la solución final" al "problema". Para los nazis, los judíos eran avaros, solapados, comunistas camuflados y culpables de esconder la plata que tanto necesitaban los alemanes para subsistir, entre otras muchos calificativos absurdos que habían propagado.

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Tras la conferencia, que diligentemente coordinó como un lacayo Adolf Eichmann, se tomó la decisión de exterminarlos mediante las cámaras de gas, puesto que ya estaban en los campos de concentración y las tropas nazis no daban abasto para su alimentación y custodia. Millones de judíos habían sido expulsados, perseguidos, apresados o masacrados en varios países europeos y enviados a esos campos de concentración que estaban rodeados por alambradas eléctricas, custodiados por crueles soldados armados hasta los dientes y acompañados por perros amaestrados para aniquilar prisioneros.

Es bueno recordar que antes de la "Solución final", el estado Nazi había creado un contexto ideológico mediante el Ministerio de Propaganda que dirigía Goebbels, para que todos los ciudadanos repudiaran y detestaran a los judíos; nadie podía negociar con ellos, ni tener vínculo de amistad alguno. Como no había democracia, ni medios de comunicación que pudieran denunciar las atrocidades, discurría un Estado totalitario al antojo de una ideología.

Adicionalmente, el régimen había creado organismos que practicaron la eugenesia, para esterilizar o eliminar la posibilidad de que los judíos se reprodujeran, al tiempo que se eliminaba a quienes tenían "defectos físicos o mentales" que no "prestaban ningún servicio a la patria".

Se impuso un pensamiento único, el de la superioridad racial, una fantasía ridícula que el régimen nazi había inoculado en la nación para volver a los años de gloria, de los grandes poetas, de los grandes hallazgos científicos. Todo, absolutamente todo en el Estado alemán, conducía a un único propósito; los tribunales estaban copados por jueces nazis que fallaban en contra de cualquier pretensión o reclamo que pudiera beneficiar a algún judío.

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La cultura popular también era antisemita; el cine, el teatro, las "artes" se encaminaban a producir ese ambiente de exterminio y horror. Todo manipulado por el nazismo a su antojo, sin oposición alguna. Incluso, en términos arquitectónicos se había impuesto una estética nazi, en contraposición del "arte degenerado", como el de Kandisky o Miró, que era tan popular en el mundo.

El resultado, por supuesto, fue atroz, horripilante: seis millones de judíos fueron llevados a las cámaras de gas, o fusilados, incluyendo mujeres, ancianos, bebés de brazos, en fin. Y más de cincuenta millones de personas murieron en desarrollo de la II Guerra Mundial, iniciada por los nazis tras la invasión a Polonia el 1 de septiembre de 1939.

Pretender comparar semejante máquina de exterminio de un pueblo por razones de raza, odio, religión, con la atrocidad monumental que se cometió en Colombia contra la Unión Patriótica (UP) es sencillamente absurdo y de una ignorancia histórica monumental. No hubo tal comportamiento al estilo del Estado nazi. Son dos cosas totalmente distintas; no son equiparables.

Es válido decir, obviamente, que hubo elementos en común: asesinatos, torturas, persecución contra militantes ideológicamente opuestos. Pero eso, por más precaria que sea la democracia colombiano, no se hizo en el contexto de una "Estado nazi". Lo que ocurrió con la UP puede compararse más con los crímenes de Stalin en la Unión Soviética, o de Mao en China, o en las dictaduras de extrema derecha o de extrema izquierda que pueblan el mundo. 

Fuente

RCN Radio

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