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Nombres como los de Emilio Salgari, Virginia Wolff, Mikio Michima, Alfonsina Storni, José Asunción Silva y Mercedes Carranza figuran en la larga lista de escritores y poetas suicidas, con causas tan diversas como el desamor, la frustración literaria y personal, problemas existenciales y las enfermedades.

Uno de los personajes que decidió poner fin a sus días fue el poeta argentino Leopoldo Lugones, quien un 18 de febrero de 1938 bebió whisky con cianuro y, de esta manera poco poética, decidió poner fin a sus días.

84 años han pasado desde el momento en murió este escritor considerado el más importante exponente del modernismo argentino y un divulgador a ultranza de carácter de lo auténticamente gaucho.

Manuel Drezner, en el Día a Día de la literatura, describe a Lugones como “uno de los grandes narradores de su tierra y que incursionó en la fantasía y en la ficción científica”.

Amado por el vigor de la defensa de ese espíritu libre y genuino de los gauchos, fue también abominado por muchos por sus ideas consideradas como “fascistas y antidemocráticas”.

En un artículo del Ministerio de Cultura de Argentina titulado “Leopoldo Lugones, una vida de luces y sombras”, la exdirectora de la Biblioteca Nacional argentina, Graciela Perrone relata que “en El Tropezón, una pensión de la localidad de Tigre, sus pupilas comenzaron a dilatarse, la piel perdió temperatura y aumentó el ritmo cardíaco. Luego llegó la sensación de ahogo y quemazón. Las pulsaciones se volvieron lentas, y los labios, la cara, las extremidades se tornaron azulados”.

El mismo artículo describe que el escritor argentino al momento de su muerte “había dejado sobre la mesa media botella de whisky, un artículo inconcluso y una carta que decía: “No puedo terminar el libro sobre Roca. Basta”.

Ha pasado tanto tiempo y aún siguen abiertas todas las hipótesis sobre las causas que llevaron a Lugones al suicidio a causa de una “intoxicación cianhídrica”, como se conoce técnicamente el consumo de cianuro.

A propósito de este hecho vienen a la memoria otros casos emblemáticos de poetas y escritores como el argentino Horacio Quiroga, quien también se suicidó tomando cianuro luego de ser diagnosticado de cáncer de próstata.

En 1938, la poetisa argentina Alfonsina Storni decidió quitarse la vida cuando el cáncer de mama que le habían diagnosticado hizo metástasis y llegó a su garganta.

Entonces viajó a Santa Fe, escribió un poema titulado “Me voy a dormir” y la madrugada del 25 de octubre  se lanzó al mar, aunque la canción  “Alfonsina y el mar”, de Mercedes Sosa, describe una muerte poética en la que la escritora camina suavemente hasta ahogarse en el mar.

“Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera; una constelación; la que te guste; todas son buenas; bájala un poquito”, decía el poema del adiós de Alfonsina.

Y viene a la memoria inevitablemente el momento en que José Asunción Silva le pide a su médico que le dibuje el lugar en dónde queda el corazón y luego se pega un tiro con el revólver de su papá un 23 de mayo de 1896.

En 1884 se produjo la muerte en idénticas circunstancias del poeta negro Candelario Obeso, autor de los “Cantos populares de mi tierra” y luego en el año 2003 el lamentado suicidio de María Mercedes Carranza, directora de la Casa de poesía Silva.

El diario El Tiempo reseño el hecho entonces: “En la mesa de noche, donde reposaban los frascos vacíos de píldoras antidepresivas, su única hija, Melibea, encontró la carta de despedida. Le hablaba del amor y de la juventud. No lejos de allí, prologado por ella misma, estaba un libro de su padre, el poeta Eduardo Carranza. Que una vez escribió: Todo cae, se esfuma, se despide, y yo mismo me estoy diciendo adiós”.

Fuente

RCN Radio

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