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Cuando deberían estar jugando en su mundo de fantasías, donde todo debería ser perfecto y la felicidad es una constante imperceptible, la realidad los arroja contra la incertidumbre, la desolación y el desconcierto que los conduce al peor de los caminos: el del suicidio.

Son jóvenes, qué digo ¡jóvenes! Son niños entre los 10 y los 17 años que conforman un nuevo grupo vulnerable para las cifras estadísticas que los ubica dentro de quienes deciden quitarse la vida porque su relación sentimental no funcionó.

¿A los 10 años? Ni a los 10 ni a los 17 ni a los 25 ni a los 70. Nunca una decepción amorosa, por complicada y difícil que sea, debe conducir al suicidio como única salida. Pero estremece cuando quienes toman esa decisión son menores de edad que escasamente empiezan a despertar sus sentidos al amor. Pero ocurre y está prendiendo las alarmas.

El más reciente informe del Instituto de Medicina Legal reporta un incremento a partir del año 2018 en el número de niños, niñas y adolescentes que se suicidan por amor. Las cifras ya existían pero por otras causas: porque perdían el año, por juegos en internet que los manipulaba aprovechándose de su condición de vulnerabilidad o por desesperación tratando de escapar de una vida de maltrato y abandono.

El informe da cuenta como nueva causa “el desamor”, a raíz de relaciones que se rompen entre parejas conformadas en edades muy tempranas y establece dos grupos, igualmente delicados: uno, entre los 10 y los 14 años; y el otro, entre los 15 y los 17 años. ¿Qué está pasando? ¿Dónde buscar la raíz del problema?

La información de las necropsias ayuda al Instituto de Medicina Legal a dar el contexto y también las investigaciones, cuando encuentran que se trataba de noviazgos y relaciones de pareja a muy temprana edad; cartas, información en los computadores y los signos de siempre en estos casos: aislamiento, tristeza, depresión, comentarios negativos sobre la vida.

Las alarmas deben ser para todos. Padres, maestros, amigos, vecinos, todos los que conforman el entorno de los niños, niñas y adolescentes, en especial cuando deciden embarcarse en relaciones sentimentales desde muy temprana edad.

De por sí, nuestros niños ahora no toleran el fracaso o la frustración porque, en muchos casos, los padres modernos no les permiten experimentar esos sentimientos y se encargan de que no les falte nada, no se expongan a situaciones donde sea oportuno hablarles y explicarles que la vida es un camino lleno de altibajos que hay que aprender a sortear y buscar salidas, muchas salidas, otras opciones que les permitan seguir adelante.

A los niños hay que dejarlos sentir pero estando siempre a su lado para acompañarlos y explicarles por qué están sintiendo lo que están sintiendo y qué se puede hacer para salir al otro lado. En eso estamos fallando. No solo les damos todo lo que quieren, todo lo que piden a cambio de que no sufran en lo más mínimo, sino que no los acompañamos, no estamos pendientes de sus reacciones, de sus pensamientos, de sus dudas y sus temores.

Ante la alarma de un niño triste, hay que reaccionar; ante el aislamiento y la depresión de un niño, hay que actuar; ante el más mínimo comentario de negativismo sobre la vida o de complacencia con la muerte, hay que hablar. Porque no es normal que los niños se depriman, se aíslen o tengan pensamientos funestos y, si eso ocurre, es porque algo muy grave está pasando en su interior y están desconcertados, confundidos, solos.

Hay que tomar medidas, hablar con ellos y sus profesores; con sus amigos cercanos, sus vecinos, averiguar por qué el cambio repentino de actitud y buscar ayuda profesional cuanto antes. También, claro, debe haber campañas de prevención y programas de salud mental para los adolescentes. Pero no podemos dejarlos solos, ni esperar a que las cosas mejoren con el paso de los días, ni tomarlos a la ligera como si fuera una pataleta más de adolescentes.

Estar ahí, siempre ahí y tal vez si el acompañamiento se da desde siempre evitemos que se inicien en relaciones de pareja a tan temprana edad, cuando deberían estar leyendo cuentos, pintando ilusiones, soñando en grande, viviendo su niñez y aprendiendo a vivir poco a poco, sin afanes, sin angustias, ni tristezas.

Fuente

RCN Radio

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