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El decepcionante balance de la globalización

Fernando Posada


Por: Fernando Posada

De manera casi simultánea a la caída del Muro de Berlín, que acababa con cincuenta años de relaciones rotas entre dos hemisferios, con optimismo fue anunciada la entrada en vigencia de un nuevo orden mundial. Los teóricos predicaron que la llegada de esa hegemonía, caracterizada por impresionantes avances en materia de comunicaciones, sería un nuevo comienzo para una humanidad dividida en dos.

El mensaje conciliador y negociador de la globalización, nombre que llevaba ese fenómeno del que todos hablaban pero que pocos lograban definir, fue recibido con ilusión por las naciones desesperadas por la amenaza constante de guerra. Las nuevas tecnologías mostraban que era posible reconceptualizar las nociones del espacio y tiempo que por décadas habían prevalecido.

Incluso la figura del Estado-Nación parecía llegar a su fin como tal, ante los impactantes proyectos de integración regional. Las naciones más pequeñas empezaban a aliarse para competir como un solo bloque ante las antiguas potencias. Y los países más fuertes también hicieron parte de esas nuevas organizaciones, evitando que volvieran a librarse guerras entre ellos. El mundo parecía volverse perfecto, mientras todos los problemas se creían solucionados. La humanidad recibe con esperanza los nuevos tiempos, cuando éstos prometen acabar con los errores del pasado.

Pero la trampa de la globalización fueron sus logros esencialmente de forma, y en cambio las pocas transformaciones que trajo de fondo. Casi treinta años después de su nacimiento, es evidente desde el punto de vista del orden mundial, que de poco o nada sirven los avances en materia de comunicaciones, si las partes involucradas no están dispuestas a conversar y entenderse.

La inmensa falla del nuevo contexto global fue que nunca logró integrar al hemisferio oriental e islámico dentro de su proyecto. Oriente y occidente siguieron siendo dos pueblos hablando en idiomas distintos y sin un interés aparente hacia el diálogo. Habermas, el filósofo de la comunicación en los tiempos modernos, plantea que la violencia es el resultado directo de la falta de entendimiento entre dos partes. Y mientras no exista la voluntad de un diálogo en defensa de la interculturalidad, las divisiones prevalecerán.

Las generaciones de la globalización, entre las cuales este autor se incluye, no conocieron la paz ni el balance que tanto había sido predicado en el nombre de ese nuevo orden mundial. El terrorismo, que durante toda la historia había existido como un factor desestabilizador, llegó a convertirse en una modalidad de guerra por parte de civilizaciones pequeñas que buscan enfrentarse de manera directa con las potencias más grandes, y ha puesto en jaque la seguridad mundial.

El sociólogo Ulrich Beck había advertido que la globalización reconceptualizaría todo, pero no cambiaría nada. Fortaleció, aún más, los vínculos entre las naciones con intereses y proyectos en común, pero aumentó los factores de conflicto y división entre quienes conciben el futuro de una manera distinta. El balance es decepcionante, treinta años después de que comenzara el imperio de lo global, porque cambió todas las formas de comunicación entre las naciones, pero no logró que oriente y occidente pudieran llegar a los niveles más mínimos de entendimiento. Un nuevo orden mundial tendrá que preocuparse más por solucionar esas diferencias de fondo entre dos hemisferios históricamente incomunicados y como resultado directo, enfrentados.