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En defensa del periodismo serio

Fernando Posada


Por: Fernando Posada

Sobre el lugar y las funciones que debe ocupar el periodismo en la actual coyuntura colombiana, se han desatado varias discusiones en las más recientes semanas a través de las redes sociales. Y aunque pocas veces el debate ha sido conducido dentro de los canales del respeto y la argumentación coherente, ha resultado posible concluir que el periodismo nacional no pasa por sus mejores días. La tendencia de hecho es global, y ha sido documentada en la mayoría de países con tradición de prensa libre.

Pero la discusión no solamente deja claro ante los ojos del público que el periodismo colombiano enfrenta retos enormes. También hace evidente que muchos de los contenidos publicados desde los medios para satisfacer la demanda de temas y tendencias por parte de la ciudadanía ha deteriorado la calidad de la información, y a la postre ha puesto en duda la reputación de muchas instituciones del periodismo en el mundo.

Y si ha llegado el momento para que la sociedad ponga en cuestión algunas de las prácticas del periodismo, de la comunicación de las noticias y la opinión, también resulta necesario preguntar por el rol del otro actor de la cadena: el de la audiencia, que es sin duda la razón de ser de esta profesión.

Porque para nadie resulta un secreto que con el auge del internet, de los celulares que capturan videos, de imágenes virales y de peleas a través de mensajes cortos en Twitter, uno de los ganadores ha sido el sensacionalismo. La esfera pública de la vida civil ocupa cada vez más espacio en los medios de comunicación y lo escandaloso se ha convertido en un ingrediente clave para una receta que demandan las audiencias, que en ocasiones puede descorazonar a quienes creemos en un periodismo más profundo. Los escalafones de audiencias demuestran esta tesis.

Lo grave es que por cuenta de publicaciones que apuntan al sensacionalismo, con el objetivo de ganar cantidades asombrosas de clics en las páginas de los medios de comunicación, los asuntos de escándalo lentamente han ocupado un lugar que amenaza con desplazar los proyectos que le apuestan al periodismo en serio.

Es en ese punto donde resulta necesario diferir de quienes sólo entregan al público lo que éste pide. Valores como la veracidad y campos como la investigación, que son los que permiten conocer los casos de corrupción y las historias ocultas, deberán siempre primar sobre la frivolidad de los temas escandalosos, que generalmente carecen de grueso en su contenido. Incluso si por momentos el volumen en la audiencia resulta afectado.

De ninguna manera debe pensarse que el periodismo serio desestima las inquietudes y preocupaciones de la ciudadanía, pues al contrario, entiende que éstas son su razón de ser. Pero los periodistas debemos respetar nuestra profesión en cada una de las publicaciones que realizamos, para dejar claro que antes que ser generadores de contenidos virales somos autores de documentos debidamente pensados, balanceados y capaces de llenar vacíos.

En nuestras manos está no seguir cometiendo el paradójico error, en medio de la carrera por el rating, de abrir los micrófonos a personajes polémicos o contar historias escandalosas sin contrastar, que multiplican los niveles de audiencia pero aniquilan la reputación de nuestra profesión.