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Dispersos, distraídos, hiperactivos, depresivos: ¿Hasta cuándo?

Por Juan Manuel Ruiz 

Uno de los símbolos de nuestro tiempo es el hecho absolutamente insoportable de sentarse a hablar con alguien que está chateando a cada rato, que contesta llamadas mientras uno le hace visita, consulta el computador, cambia de tema fácilmente, se distrae mirando por la ventana o un punto en la pared y, en ultimas, parece que no le para bolas a lo que uno le está diciendo y es incapaz de quedarse quieto. Es el horror.


Seguramente muchos de los que leen esta columna conocen a más de una persona así: que, además, mientras navega por internet está escuchando, al mismo tiempo, alguna emisora, tiene un libro abierto, está pendiente del chat, piensa en lo que queda del día, toma apuntes, y habla con alguien sobre un tema del momento. Estas personas son capaces de hacer muchas cosas a la vez. O eso creen.


El asunto está en que quizás no todas son capaces de hacer esas tareas a la vez de una manera adecuada, es decir, de hacerlas bien. Algunas, por ejemplo, tienen la pésima costumbre de chatear mientras caminan, lo cual es ya una estupidez. Y otras, por ese acelere y ese afán, escriben mal, se equivocan fácilmente consignando datos y no escuchan atentamente lo que pasa a su alrededor, lo que puede traerles a lo largo problemas de rendimiento o de eficiencia en sus trabajos.


¿Qué es lo que está pasando? El filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han ya explicó que esta no es la época de las enfermedades bacterianas, que se superó con el descubrimiento de los antibióticos, sino de las enfermedades neuronales como la depresión y el trastorno por déficit de atención con hiperactividad o TDAH.


Este último trastorno es el que ha llevado a que muchas madres jóvenes estén aterradas con la hiperactividad de sus hijos, haciéndolas sentir incapaces de lidiar con unos verdaderos terremotos, incansables, con las pilas siempre recargadas, y con pocas ganas de dormir.


Estos niños-terremoto son además muy inteligentes, hábiles, inquietos, curiosos, y muy afectuosos. Se distraen, se demoran en hacer tareas porque se dispersan, no se concentran fácilmente, y ya tienen sus propios caminos para conectarse con el mundo a través de Internet: a ellos es que llegan tan fácilmente los youtubers. Su lenguaje logra conquistarlos.


Son tantos los síntomas de la enfermedad de esta época, que recientemente una madre joven me hizo preguntas muy pertinentes: ¿es la educación de hoy la más adecuada para enfrentar esta situación? ¿Están los profesores de hoy debidamente preparados para enfrentar a un niño que por hiperactivo y disperso no es fácil de sobrellevar en el aula de clase?


El mundo de los adultos de hoy se debate y se inquieta en este momento indagando cómo conectarse con los niños y con los jóvenes, que parecen haber tomado otra autopista, otro camino por aparte, con su propia ruta y sus propios guías. Y no hay respuesta. Los medios de comunicación están en las mismas, no saben con qué lenguaje y de qué manera conectarse con esos jóvenes.


Adicionalmente, ignoro si en realidad el mal es de esta época o si de niños los que pasamos de cuarenta fuimos también así pero nos canalizaron la hiperactividad con correa o con jueguitos callejeros que nos quemaban la energía y nos amansaban y calmaban un poco.


Ni idea. Lo cierto es que el mal no es solo de los niños. Todos, de una u otra manera, lo padecemos hoy. Somos víctimas y al mismo tiempo hijos ilustres de nuestra época, marcada por lo que se ha denominado como la sociedad de la información, que se caracteriza por el bombardeo, simultáneo y desde múltiples flancos, de información y de datos.


Lo que sí parece urgente y necesario es un nuevo modelo educativo, comenzando, por ejemplo, con el replanteamiento de las normas básicas de cortesía, lo que antaño se conocía como educación cívica.


Un modelo que enseñe que chatear en visita es mala educación, que chatear caminando es peligroso para la salud, que contestar llamadas y consultar el computador mientras se habla con otra persona es un asunto reprochable.


Un modelo que le baje al afán y a la urgencia de hacer cosas ya y de responder cosas ya, todo a la vez. Es decir, que vuelva a enseñar que lo urgente no es necesariamente lo importante.