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Ésta es una columna utilitaria, individualista e interesada. Y lo utilizaré a usted, apreciado lector, para que me sirva de veedor del eventual cumplimiento o no de algunos de los propósitos, metas y sueños que me he planteado para este 2022, año que también se nos vino con toda la carga del covid-19 y de su contagiosa variante ómicron a cuestas.

En este sentido, no voy a hablar de temas importantes para el país como las elecciones presidenciales o las del Congreso. No voy a expresar, al menos por ahora, ninguna opinión acerca de los candidatos ni de sus propuestas, por cierto pocas y muy pobres en general. Ni voy a exteriorizar mi preocupación por la agresividad y el clima de violencia verbal que se advierte en varios de los aspirantes y en muchos de sus seguidores. Tampoco me meteré en el berenjenal de decir que el país requiere un cambio radical en sus costumbres políticas y en las caras de muchos de sus políticos, parlamentarios y dirigentes. Ni voy a clamar de nuevo por una lucha frontal contra la maldita corrupción que le cuesta al país más de 50 billones de pesos al año, hambre, muerte y la condena sistemática y perenne a ser una republiqueta banana, desigual, violenta, inculta y deshonesta.

Por supuesto que tampoco voy a abordar el espinoso asunto relacionado con la vacunación en la lucha contra el coronavirus y los correspondientes antivacunas, que tienen ahora como líder mundial a Novak Djokovic, el tenista número uno de la ATP y uno de los deportistas más irresponsables, cínicos y ligeros del planeta. No le haré eco a las evidencias ni a lo que han dicho los más prestantes médicos, epidemiólogos, institutos científicos, laboratorios, entidades humanitarias y gobiernos del mundo acerca de las ventajas, de la imperiosa necesidad y de la obligación moral de vacunarse.

Ni más faltaba que me vaya a referir a la selección colombiana de fútbol, dirigida por el técnico Reinaldo Rueda, que en este momento está clasificada al Mundial de Catar, pero que no termina de convencer al país por su falta de gol, inconsistencia de juego y ausencia de alternativas creativas de ataque. Quiero ser optimista acerca de que Colombia va a clasificar a la cita orbital, no obstante los duros escollos que nos quedan. Pero de esto tampoco voy a hablar.

Podría aludir al tenebroso problema del calentamiento global y del cambio climático, con el que tienen que ver los infernales y cotidianos trancones de tránsito en ciudades inviables como Bogotá, pero no lo voy a hacer. Ni diré que a ese panorama desolador contribuyen el pésimo transporte público, el excesivo número de carros, la falta de cultura ciudadana y de alternativas adecuadas y seguras de movilidad, el mal estado de las vías, los trabajos de reparación de esas vías, la construcción del metro de la capital -un sueño que se convertirá en pesadilla- y la masiva asistencia en pandemia -del cien por ciento en algunos casos- de los empleados a sus oficinas y empresas habiendo la posibilidad de un teletrabajo que ha demostrado su conveniencia. Claro que no lo mencionaré.

Sin embargo, habida cuenta del poco espacio y tiempo que nos queda, de lo que sí hablaré brevemente en esta columna utilitaria, personalista e interesada, como les dije al principio, es de que en estos tiempos pandémicos y azarosos de incertidumbre y angustia no es razonable planificar proyectos, emprendimientos o viajes a largo plazo. Hoy más que nunca tenemos que vivir el presente, el ahora, el aquí, que es lo único tangible que nos queda. El pasado es historia, y el futuro, ilusión. Un ahora activo y contemplativo a la vez: presente, atento, alerta, responsable, profundo, solidario y compasivo. Ya veremos si tenemos la oportunidad de un mañana. No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy, dice el viejo refrán ya referido por El Quijote. Y este otro, muy original: Por la calle del mañana se llega a la plaza del nunca.

Esto no quiere decir que no podamos soñar con mejorar nuestras condiciones de vida y de los demás, y con el desarrollo de cometidos de diversa índole que nos lleven al cumplimiento de objetivos o a alcanzar algunas metas. De lo que no podemos olvidarnos es de poner la atención especialmente en el ahora, en el hoy, en el presente. Y desde ahora, y desde hoy, lo pondré en práctica. Por eso les cuento que hoy leeré, amaré, trabajaré, escribiré, comunicaré, meditaré, haré ejercicio: ¡viviré! O tal vez ya lo haya hecho, o lo esté haciendo. No sé hasta cuándo; nadie lo sabe. Si el Universo y el coronavirus lo permiten, por ahí nos vamos viendo y me van contando; y les voy contando. ¡Feliz e inspirado día, querido lector! 
 

Fuente

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