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Una especie de escritura cuneiforme hecha sobre placas de piedra, tal vez una forma primitiva de los emoticones y emojis de hoy, adorna una de las paredes del desvencijado y ruinoso Hospital San Juan de Dios.

“Al que le va mal en el juego le va bien en el amor”, expresa mediante imágenes y símbolos una de las obras de la colección. Otras creaciones de esta serie también utilizan refranes y adagios del imaginario popular.

Junto a esta propuesta plástica y jeroglífica, muchos trabajos de arte contemporáneo y conceptual, performances, instalaciones, videos, fotografías, pinturas, serigrafías y tejidos, entre otros formatos, en los dos pisos de uno de los edificios del otrora luminoso San Juan de Dios.

Una odisea llegar hasta el hospital, donde se celebraba la Feria del Millón. Con cierta zozobra decidí dejar el carro en La Candelaria, cerca de la Casa de Nariño y el capitolio, y caminar hasta el oasis en medio del desierto. Como hacía mucho tiempo no me pasaba, la sensación de riesgo siempre estuvo presente durante la travesía.

Para un amigo, lo más riesgoso fue haber dejado el carro cerca de dos instituciones tan desprestigiadas y desde donde se han tomado algunas de las peores decisiones políticas para la vida de los colombianos. Mucho más riesgoso que caminar las calles del centro, a través de la carrera décima y hasta la calle primera,  rodeado de mendigos, inmigrantes, gente de la calle, ladrones, drogadictos y vendedores ambulantes de sospechosos objetos puestos en los andenes, tales como celulares, lámparas, ruedas de bicicleta y relojes, entre otros.

Superado este escollo de cuadras interminables, tuve un sabor agridulce al ingresar a un San Juan de Dios enfermo de cáncer terminal, con metástasis, gracias a la corrupción, la falta de voluntad política y sensibilidad social de los padres de la patria y a la calamitosa Ley 100.

Entre árboles centenarios caminé por sus aún frondosos y verdes jardines, como el que camina por las entrañas de las ruinas de una fortaleza histórica, ahora debilitada hasta los tuétanos, mientras pensaba en los canallas que propiciaron y permitieron la hecatombe de un centro hospitalario que le prestó tan buenos servicios de salud a la población más vulnerable de la ciudad y a los estudiantes que se formaban para ser médicos. ¡Miserables, bellacos, criminales sin nombre!

Después, con la nostalgia a cuestas, solo quería refugiarme en la muestra fresca de arte joven, contemporáneo y alternativo, de arte que en cualquiera de sus manifestaciones me pudiera redimir, así fuera por un momento, de las miserias del mundo.

Y lo lograron las fotografías contrastantes del mar de La Guajira con bicicletas o carros oxidados parqueados en sus playas; los trabajos de papel quemado como réplicas de la misma herrumbre de puertas, cerrojos y timbres del hospital; las serigrafías de gaseosas de consumo popular colgadas en la pared a la manera de las propuestas plásticas del arte pop de Andy Warhol. Y muchas creaciones de artistas jóvenes que quieren abrirse paso en el estimulante camino de la estética.

El más transgresor de los trabajos de la Feria del Millón o de la Feria Artbo es más pacífico, puro, limpio y transparente que el más (seudo)apacible –si los hay- de los discursos de los halcones del Congreso. Pienso, por ejemplo, en un video y unas fotografías de unos artistas argentinos que recrean de forma peculiar una rutina casual de la cultura argentina: la de cebar y tomar mate.

Esto porque me animé a ir también a la Feria Internacional de Arte de Bogotá (Artbo) en Corferias. Un oasis conduce a otro oasis, así como una idea conduce a otra y una estética a otra, no importa si es en medio del caos de la vida cotidiana y de la mediocre inmovilidad citadina.

En Artbo me impactó la escena que recrean en un video los artistas argentinos: un hombre, que está junto a una mujer, introduce un recipiente para cebar y tomar el mate en el ano de otra mujer. Lo prepara ahí mismo y lo consumen con la bombilla (pitillo) desde esa misma zona de la anatomía desnuda de la modelo mientras ven televisión o revisan el celular. Escena transgresora en el marco de un hábito casual de consumo. Qué amargo y rico es el mate.

Septiembre se ha convertido desde hace varios años en el mes del arte en Bogotá. Además de la Feria del Millón y de Artbo, se realizan el Salón Nacional de Artistas y los eventos de Barcú y Odeón. Unos oasis de vida, arte, felicidad, libertad, placer de los sentidos y ejercicio intelectual, que de vez en cuando nos redimen de las miserias de la cotidianidad y de las inmundicias del desierto de la política.

Me quise quedar allí, en esa suerte de mundo paralelo, tomando mate en una playa de La Guajira, pero la dicha no es completa ni la felicidad eterna. El mundo que quería evadir me esperaba a la vuelta de la esquina con toda la carga de hostilidad y de falta de estética de la que es capaz.

Fuente

Sistema Integrado Digital

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