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“Gaudeamus frates carissimi et Deu gratias agimus, quia nos, secundum Desideria nostra, incolomes (sanos et salbos)…”.

A finales del siglo X o principios del XI, hace sólo más de 1.000 años, se escribió lo que podríamos definir como el primer texto en lengua española, una extraña mezcla de latín, euskera y romance hispánico. Se trata de las Glosas Emilianenses, escritas más de 10 siglos atrás y encontradas hace apenas uno en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, ubicado en la comunidad autónoma de La Rioja, cerca del País Vasco, en el norte de España, y considerado como la “Cuna del Castellano”.

La lengua vive, evoluciona, crece, se transforma, y esperemos que la española nunca muera, así los textos que se escriben hoy en día en las redes sociales le hicieran pensar a uno lo contrario. Pueda ser que algunos crean que ese texto está escrito en un idioma extraño y no entiendan nada de lo que allí se dice. Por eso paso a traducirlo al español moderno (del español primigenio al español actual):

“Alegrémonos, carísimos hermanos, y demos gracias a Dios porque, según nuestros deseos, somos merecedores de permanecer incólumes (sanos y salvos)…”.

Junto con las Glosas Emilianenses, las Glosas Silenses y las Jarchas son los primeros vestigios que se conocen del romance español y de su empleo como medio de comunicación. Romance porque el español, al igual que otras lenguas europeas descendientes del latín (italiano, francés, rumano, portugués, etc.), reciben ese nombre para indicar su origen romano.

A su vez, las Glosas Silenses, que datan de finales del siglo XI, fueron halladas en el Monasterio de Santo Domingo de Silos, localizado en la provincia de Burgos, comunidad autónoma de Castilla y León. Al igual que las Glosas Emilianenses, su finalidad era aclarar pasajes oscuros de un texto latino.

Como sabemos, el español nutrió sus raíces de la savia proveniente de lenguas históricas como el griego, el latín y el árabe. En este sentido, las Jarchas, una composición lírica popular de la España musulmana, estaban escritas en hispanoárabe coloquial y sus creadores eran árabes o judíos cultos que las recogieron del folclor tradicional, particularmente en Al-Ándalus (Andalucía), en el sur de la península ibérica.

El más antiguo de los poetas andalusíes árabes conocidos en la diacronía del español es Yosef al-Kātib, quien escribió hacia 1042 la más antigua de las Jarchas halladas: 

“¡Tant' amáre, tant' amáre,
habib, tant' amáre!
Enfermiron welios nidios
e dólen tan málē”.

“¡De tanto amar, de tanto amar,
amigo, de tanto amar!
Enfermaron unos ojos antes sanos
y que ahora duelen mucho”.

La lengua española ha evolucionado de tal modo en estos 11 siglos de valerosa y enriquecedora existencia, con cultores como Gonzalo de Berceo, Garcilaso de la Vega, Miguel de Cervantes, Jorge Luis Borges y García Márquez, que hoy en día parece que fuera otra, no obstante conserve algunos de sus fundamentos primordiales.

Un poco más de para acá -no mucho-, hacia 1200 o primera mitad del siglo XIII se componen tres obras capitales en la historia del español: el “Cantar o Poema de mio Cid”, de autor anónimo, y los “Milagros de nuestra señora” y el “Martirio de San Lorenzo”, entre otras, del monje Gonzalo de Berceo, al que podemos considerar, ahora sí en propiedad, el primer poeta en lengua española.

Berceo fue el más importante representante del llamado mester de clerecía, una escuela de clérigos cultos de la Edad Media. Depuró el idioma castellano, en su variedad dialectal riojana, mediante el uso de abundante vocabulario culto en latín (cultismos), y recurrió a fórmulas tradicionales de la literatura oral. Sus obras narrativas y didácticas en verso, que también escribió en el Monasterio de San Millán de la Cogolla, abordan temas religiosos y están constituidas fundamentalmente por hagiografías (historia de las vidas de los santos).

“Amjigos, atal madre aguardarla deuemos,
Sy a ella serujeremos nuestra pro buscaremos,
Honrraremos los cuerpos, las almas saluaremos,
Por poco de serjuicio grant galardón rescibremos”.

En los “Milagros de nuestra señora” la didáctica moralista del juglar -Berceo se considera un juglar- se articula a través de una versificación precisa y algo monótona, compuesta por estrofas de cuatro versos alejandrinos de 14 sílabas fonéticas: deuemos, buscaremos, saluaremos, rescibremos.

Berceo aleja las palabras de las formas tradicionales utilizadas en la organización sintáctica del latín e introduce combinaciones propias del español moderno. Esto hace que afloren en el relato formas gramaticales de la sincronía actual. Por eso el texto se entiende hoy y prácticamente no es necesario traducirlo; y lo que no se entiende se deduce por el contexto y la similitud formal. La intención del autor es moralizante, y con este propósito hace uso de una suerte de simbiosis de la lengua culta con la vulgar o popular. 

A partir del “Cantar del mio Cid” y de los textos de Berceo el romance español comienza una nueva vida. Su dinámica, evolución y desarrollo histórico no se detendrá hasta nuestros días de redes sociales, de nuevas tecnologías y nuevos imaginarios.

Claro que algo va de los fervorosos poemas del monje Gonzalo de Berceo a los vulgares trinos de los tuiteros de hoy. O de los diáfanos versos de Garcilaso de la Vega a la jerga maléfica de políticos y dirigentes. O de los castizos textos de don Miguel de Cervantes al lenguaje siniestro de don Berna, don Ñeñe o de los otros dones. Sólo basta con asomarse un rato por Twitter para darse cuenta.

Se me ocurrió hacer esta evocación a propósito del Día del Idioma y del Día del Libro que se celebraron recientemente, y porque me siento agradecido y en deuda con mi lengua y con mi patria: La lengua es la patria (A patria lingua est). Que me perdonen mis amigos y colegas académicos y lectores: a los primeros les parecerá un texto ligero, y a los segundos, denso y pesado. Créanme que a mí también. Autem, gratias.
 

Fuente

Sistema Integrado Digital

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