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El hombre que vendió su piel, pero no su alma

—¿Quieres mi alma? —le espetó Sam Ali.

—Quiero tu espalda —le advirtió Jeffrey Godefroi.

***

Con un sutil y apenas percibido manejo circular escénico y del tiempo, la historia va conduciendo al espectador a un laberinto de circunstancias insólitas, provocadoras y extravagantes en las que se ponen en juego los valores éticos, estéticos y morales del arte y de un ser humano condenado al exilio por la tiranía y la guerra de Siria.

La guerra, el exilio, el amor, la enajenación del arte, la ambición desmedida, la libertad, los derechos humanos, la trata de personas y la dignidad son los principales ejes temáticos alrededor de los cuales gira simbióticamente la historia de una película impactante y controvertida, “El hombre que vendió su piel”, recientemente estrenada en salas de cine de Colombia.

Nominada este año al Premio Óscar a Mejor Película Extranjera, “The Man Who Sold His Skin” (“El hombre que vendió su piel”), de la directora  y guionista Kaouther Ben Hania, es la primera película de Túnez en lograr esta distinción. En ésta la talentosa cineasta tunecina propicia que la cámara se pasee en primerísimos primeros planos por el lienzo en que se ha convertido la piel del exiliado sirio Sam Ali, interpretado de forma intensa, sensible y convincente por el actor Yahya Mahayni. Por este papel el artista de Siria obtuvo el Premio a Mejor Actor en la 77 Bienal de Venecia.

Entre tanto, la cámara implícita y figurada que escudriña la complejidad de las emociones del alma humana va profundizando en la evolución del personaje, que alcanza un nivel de conciencia crítica que lo hace cuestionarse acerca de la inaudita situación que está viviendo: al tiempo disfrutando  y padeciendo. Sam comprende paulatinamente  que su decisión de escapar de la guerra y de gozar de los privilegios de la vida en Europa, cerca de su amada, supone todo lo contrario de la libertad, ese bien supremo que estaba añorando con vehemencia. 

Escrita por la misma directora Kaouther Ben Hania, “El hombre que vendió su piel” está inspirada en la obra “Hombre tatuado”, del artista belga Wim Delvoye, quien en 2006 hizo un tatuaje a un joven suizo que luego fue vendido por 150.000 euros a cambio de ser expuesto en los museos más importantes del mundo. Una especie de fábula moderna contada en clave de drama, sátira y romance, cuya moraleja no es blanca ni negra sino que contiene una amplia gama de los grises de los que están hechas la vida y el arte. La “obra abierta” de la que hablaba el semiólogo italiano Umberto Eco, que sospechaba de los textos obvios e inequívocos.

Protagonizada también por la diva italiana Mónica Bellucci (Soraya Waldy) y el renombrado actor belga Koen De Bouw (Jeffrey Godefroi), la película cuenta (muestra) la historia de un inmigrante sirio que huye de la guerra en su país y que para poder permanecer en Europa acepta la propuesta de un reconocido y cínico artista contemporáneo de convertir su cuerpo en una prestigiosa obra de arte. El tatuaje de la visa Schengen queda así perpetuado en la piel de su espalda como una suerte de metáfora de la migración que le permite vivir y viajar libremente por Europa, mientras el lienzo de su cuerpo se cotiza en el mercado internacional de arte en cifras extraordinarias, pese a la indignación de defensores de derechos humanos.

Si el pretencioso y polémico Andy Warhol internacionalizó y convirtió en obras de arte las anodinas latas gringas de sopa Campbell, el no menos arrogante y controvertido Jeffrey Godefroi internacionalizó y volvió obra de arte la espalda de un exiliado sirio, de un ser humano: la tatuada piel de Sam Ali. 

Conmovedora, por demás, la frustrada en un comienzo relación amorosa entre Sam y Abeer (Dea Liane), su semiclandestina novia que se casa por conveniencia y se va a vivir a Bélgica con su marido. Es tan puro y profundo el amor del protagonista que llega al punto culminante, incluso, de realizar una acción significativa para beneficiar a su rival, el esposo de su amada, quien se lo había pedido.        

“El hombre que vendió su piel”, que no su alma, es una joya duramente sutil e ingeniosa de la cinematografía contemporánea que hay que disfrutar, cuestionar, gozar y padecer. Una cinta que nos induce a reflexionar sobre la libertad, el arte, la guerra y el exilio. Una crítica a la mercantilización del arte y a la explotación del hombre por el hombre, y una exaltación de principios ineluctables de la existencia como la libertad, el amor y la dignidad. Las primeras sensaciones al salir del teatro tal vez sean las de perturbación y perplejidad, que paulatinamente se van transformando en fascinación y deslumbramiento.

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—Eres libre, Sam —dice Jeffrey Godefroi.

—No, soy hombre muerto –responde Sam Ali.

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No, Sam. En realidad eres libre, no un hombre muerto; más bien uno vivo, muy vivo.
 

Fuente

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