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“Nadie acabará con los libros” es un libro de entrevistas con el maestro, escritor y lingüista Umberto Eco y con el ensayista, dramaturgo y guionista Jean-Claude Carrière que me encontré buscando otro, como suele suceder. A partir de unas entrevistas con estos notables referentes de la academia y la cultura, el texto fue editado por Jean-Philippe de Tonnae.

A pesar de las apocalípticas premoniciones sobre la que sería una pronta extinción del libro, que viene rondando desde hace décadas, cada vez creo más en la certidumbre de este título. Más aún, después de haber leído ese prodigio de erudición y lucidez que es “El infinito en un junco”, la tan merecidamente elogiada, premiada y vendida obra de la filóloga y escritora española Irene Vallejo.

Parodiando aquella conocida situación según la cual Jesús se dirige a Pedro para que entienda Juan, he comenzado a referirme a “Nadie acabará con los libros” para continuar y terminar hablando de “El infinito en un junco”. Con clarividencia y sagacidad, en aquella entrevista Eco afirmaba proféticamente: “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez se han inventado, no se puede hacer nada mejor. El libro ha superado la prueba del tiempo… Quizá evolucionen sus componentes, quizá sus páginas dejen de ser de papel, pero seguirá siendo lo que es”.

Así como lo que es la obra de Vallejo, quien comparte esa tesis en su documentado, poético y erudito ensayo sobre “la invención de los libros en el mundo antiguo”, tal como anuncia el subtítulo. Una joya arqueológica para los amantes de los libros y la lectura que no cae en el estéril academicismo de otros trabajos de investigación gracias a un tratamiento ágil de los temas como si fuera una historia literaria de ficción. Por cierto, “Nadie acabará con los libros” está presente en la copiosa bibliografía de “El infinito en un junco”.

En este ensayo sorprende la manera como la autora concilia y complementa el denso trabajo académico e investigativo con recursos literarios propios de la novela, tales como alusiones, sentido del humor, comparaciones, símiles, metáforas, analogías, manejo circular del tiempo, suspenso… Incluso se da el lujo de dejar momentos para la imaginación, y se toma algunas licencias para aventurar conjeturas o hipótesis nada descabelladas, aunque difíciles de comprobar. 

En el libro se conjugan el rigor científico con una visión crítica y personal de la historia de la escritura, de la lectura, de las bibliotecas, de los libros, de los libreros, de la cultura. No faltan sus justos reparos al machismo que ha discriminado históricamente a las mujeres también en el ámbito editorial, pero tampoco sus encomiables elogios a las autoras que se han logrado destacar en medio de estas circunstancias adversas y misóginas.

De acuerdo con nuestra querida y admirada ensayista, hace 5.000 años se inventaron los antepasados de los libros y las tabletas de hoy; eran tablillas de arcilla. En este extenso viaje por la diacronía, la autora cita a algunos de los primeros escritores de la historia en Egipto (Alejandría), Grecia y Roma, a los que relaciona analógicamente con varios autores modernos: de Homero a Joyce, de Virgilio a García Márquez, de Aristóteles a Proust, pasando por Shakespeare y Cervantes.

Identifica a Alejandría, donde empezó toda esta historia, como “la ciudad de los placeres y de los libros”. Pero cómo no, si la lectura es un verdadero placer. Como ella dice, “el junco de papiro hunde sus raíces en las aguas del Nilo”, desde donde se urdió uno de los más fabulosos, idílicos y extraordinarios inventos que la humanidad pudo concebir.   

Revela datos muy curiosos y desconocidos como el de que hasta la Edad Media se bisbiseaba, es decir, se leía en voz alta, y se escribía sin espacios ni signos de puntuación. Esto último sería la comprobación de que el tiempo es circular, que la historia se repite: no hay sino que ver cómo escriben en la redes sociales los milennials y centennials. Perdón por la burda comparación, estimados Virgilio y Séneca.

Como es sabido, los libros han resistido el fuego y la persecución sistemática de fundamentalistas, fanáticos religiosos, moralistas y tiranos. Incendios y destrucciones como los de la Biblioteca de Alejandría, al que Vallejo se refiere, han borrado de la faz de la Tierra un tesoro, una fortuna, un acervo irrecuperable conformado por millones de volúmenes. Sin embargo, esos feroces ataques o imperdonables descuidos no han hecho mella en la existencia del libro. Muchos otros, muchos millones más de libros han enriquecido la vida de millones de personas a lo largo de extensos siglos.

Hoy en día, incluso, seguimos viendo, viviendo y sufriendo de diferentes maneras ese miedo irracional y esa violencia contra la magia y  los mundos fantásticos y utópicos que encarnan las hojas de papel de ese objeto inmejorable llamado libro. Baste recordar la condena a muerte del escritor británico-estadounidense de origen indio Salman Rushdie, quien ha recibido múltiples amenazas de muerte y atentados en su contra, incluido el del año pasado en Nueva York por el que perdió un ojo y la movilidad de una mano. En alguna república banana tampoco olvidan la intentona pirómana de un procurador.

El epílogo de “El infinito en un junco” se constituye en una bella y aguda apología de los libros, de los escritores, de los lectores, de los libreros; a su sabiduría, a su estética, a sus historias; a su amistad y compañía. “Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido”, sentencia Vallejo. Además, destaca la lectura concebida como alivio, como consuelo frente a la desazón, la soledad, la ansiedad y la dureza de la vida, Un bálsamo para la salud física, mental, emocional y espiritual. Eso es “El infinito en un junco”: un libro imprescindible para entender y profundizar en la historia e importancia de los libros, que son uno de los máximos logros de la cultura, del homo sapiens. Una divertida y honda historia contada con erudición y gracia por la filóloga y escritora española Irene Vallejo, producto de una dedicada y fértil investigación. 

Para que no nos pase lo que advierte Umberto Eco en “Nadie acabará con los libros”: “El mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee”. Libros preciosos como el de Vallejo, que por fortuna ha tenido una nutrida y proteica lectura. Porque, como ella afirma, “mientras permanece cerrado, un libro es solo una partitura muda con la letra y la música de una sinfonía posible. No hay historia, no hay página que palpite sin el roce de unos ojos ajenos”. Un placer haber rozado y acariciado este libro con los ojos, la razón, la memoria y el corazón.

Y, al final, las generosas y solidarias palabras de la autora: “A unos y a otras, a ti, a quienes matenéis viva esta milenaria aventura, mi gratitud infinita”. Gratitud infinita a ti, querida Irene Vallejo. 
 

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