Cargando contenido

Ahora en vivo

Seleccione la señal de su ciudad

No sé, pero entre tanta gente aislada, ensimismada, metida de lleno en el encierro artificial de los audífonos, se me ocurre que hay más de uno, quizás muchos, que están tratando de encontrar un sitio en el cual refugiarse, escabullirse, perderse para volverse a encontrar, adentro, un sitio que está ahí y ahora, que nos vuelve a la realidad, que nos deja ser. Que permite vivir.

Ese sitio nadie lo ha visto pero todos saben que existe. Habita nuestro derrotero y rige parte de nuestro destino. Su presencia está condicionada por la ausencia. Además, significa muchas cosas. Cuando aparece puede ser un ángel, como en la canción de Silvio, o también un bolero. Y pesa. Estar ahí, viviéndolo, dejándose absorber por él, es un acto de valentía, pero también de entrega.

Ese sitio se llama silencio.

En las madrugadas se vuelve poesía y adopta un nombre propio: conticinio. En efecto, esta palabra de poco uso, refleja el instante feliz de la noche en que todo está en silencio. Yo lo he vivido con intensidad. Es más: me he levantado a esa hora, cuando admito que ha llegado, que está presente, y me pongo a disfrutarlo. Afuera nada se mueve, no pasa el carro de la basura, no pita el camión, no suena la alarma del edificio, nadie camina en el piso de arriba. Los pájaros duermen, las estrellas alumbran. La quietud arropa a quienes se han rendido ante la oscuridad y el cansancio.

A veces he llegado a pensar que el hombre de hoy le teme al silencio y busca la manera de evitarlo. Porque el silencio te interpela y cuestiona, te invita a pensar: te pone en evidencia. El silencio no es aburrimiento. Tampoco es tristeza. Al contrario, el silencio te convoca. Te llama y te señala; te muestra el camino.

También es verdad que el silencio intimida. Entre dos que se aman, un silencio largo, profundo, puede ser amor, puro, el máximo, pero llega a ser un final, cuando ya no queda nada que decir. Un silencio entre amigos es complicidad, apoyo. Es solidaridad cuando se llevan las manos entrelazadas. Un silencio entre enemigos es desafío, ironía, pendencia. Entre jefes y subalternos, un arma de doble filo. Un silencio en el ascensor hace que quieras salir corriendo.

Un silencio en una calle puede ser aliento contenido, expectativa, resguardo. En el templo es devoción; en la biblioteca, respeto. Un silencio en la montaña puede ser peligro, sinónimo de que algo pasa. Ni siquiera los perros ladran ni se oye el rumor del colibrí, siempre en permanente huida.

El silencio del domingo en la mañana es esperanza: siempre habrá un nuevo y mejor día. Es creatividad e ingenio, el llamado del espíritu hacia una perfección, el ideal descrito por José Ingenieros.

Otra cosa es caminar en silencio, es la magia de los pensamientos caminados que añoraba Nietzsche. Y qué tal jugar en silencio: nunca se es más grande, más maduro, más serio, como lo son los niños al jugar.

Insisto en lo que ya dije. Al lado de quienes llevan los audífonos puestos va caminando el que añora estar a solas, pensando pensamientos, hablando solo. El que sabe que el ruido nos está matando poco a poco y ya manipula nuestra cotidianidad. Bombardeados por él como el granizo, el ruido nos va conduciendo por aquel jardín de los caminos que se bifurcan del que hablaba Borges. Nos impone el ritmo, nos dice qué debemos hacer. Estoy convencido de que la mente del hombre es moldeada por el ruido, pero ese es otro asunto.

En cambio, el silencio es la ausencia de ese ruido: es libertad.

Fuente

RCN Radio

Encuentre más contenidos

Fin del contenido.